
En terrenos con fuerte pendiente suelen aplicarse dos estrategias de diseño:
- Empeñarse en tener una planta horizontal y lograrlo mediante una estructura audaz, que puede ser un gran mástil -como en la Chemosphere de Lautner-, o un gran voladizo -como en la casa CH73 de Benjamín Romano.
- Escalonar la edificación para que la casa se vaya adaptando a la topografía.
Esta segunda estrategia es la más habitual y los ejemplos son infinitos, desde la arquitectura tradicional hasta nuestros días, pero nunca había encontrado un caso en el que el escalonado fuese tan empinado que prácticamente se convierte en una escalera o grada habitable.
En general se intenta que los cambios de nivel se perciban lo menos posible -ya que se consideran una desventaja frente a una casa de una planta- pero esta cabaña australiana -construida íntegramente en madera- opta por explotar al máximo el potencial expresivo de la sucesión de niveles, creando un espacio inédito, que casi parece más apto para acoger una representación, un concierto o una ceremonia religiosa que el día a día de una vida mundana.
No me gustaría sentarme en los taburetes del comedor de espaldas al desnivel, ni verme forzado de por vida a mirar obsesivamente en una única dirección, ni tener que bajar tres tramos de escaleras y subir uno para ir por la noche al baño, ni sabría dónde poner una pantalla para ver una película por la noche o cómo sentarme para tener una conversación de otra manera que sobre la alfombra o arrimado al fuego.
Pero hay algo fascinante en este espacio intransigente que parece pensado para algún asceta feliz de contemplar el paso de las estaciones por el (único) gran ventanal, o para alguien con buenas piernas que disfrute tocando el violonchelo o recitando poesía para sus amigos. O para una congregación que se reúna en ella para celebrar sus cultos paganos e invocar a los seres primigenios que habitan las profundidades del lago.




