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Yeah Yeah Yeah

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Afirma Bob Stanley que es «pop» cualquier estilo que tenga presencia en las listas de éxitos y esa sana premisa destacada en la contraportada me incitó a leer su historia del género esperando un enfoque sanamente ecléctico.

Pero no. Su visión es totalmente anglocéntrica, obsesionada con lo que cada semana celebraban los semanarios y listas musicales británicas, tiene un fuerte sesgo anti-rock e ignora casi cualquier influencia de músicas de otras culturas en el pop.

Odia a los Rolling Stones, a los Clash, toda la nueva ola (menos la que le gusta, a la que llama Post-Punk) y al gran Bo Diddley le dedica únicamente un par de lineas. Adora a los Monkees, a ABBA, a Adam Ant ,a los Beatles, a los Bee Gees, a los Beach Boys, a Blondie, el Glam  y a KLF.

Su historia -pretendidamente revisonista- del pop sigue al milímetro la cronología estándar de las historias del rock y arranca con Bill Haley, Elvis Presley y compañía cuando, para un popero militante -en esta era de la retro-manía que tan bien analizó Simon Reynolds- tendría mucho más sentido remontarse hasta el principio de la música grabada y revisar la era del Tin Pan Alley y de los musicales de Broadway.  ¿No merecen «La Cucaracha», «yu-sei-tomeito-ai-sei-tomato», «Diga-diga-diga-roo», Fred Astaire o «El Manisero» un espacio destacado en el panteón del pop?

Odia a Bob Marley y no hay ni rastro de música latina o afro-pop. En mi opinión, para lo que aportan las escasísimas menciones a «músicas de otra gente» (incluido el country), podría habérselas ahorrado y su relato ganaría coherencia y fuerza.

Stanley está obsesionado por el cambio estilístico y las listas de éxito y analiza minuciosamente cada etiqueta inventada por la crítica británica (la obsesiva enumeración de estilos, sub-estilos e infra-estilos analizados en los capítulos dedicados a las raves y la música electrónica llega a resultar cómica). La búsqueda de la novedad permanente implica además que cada estilo tiene «su  momento» (máximo 3-5 años) y, por lo tanto, apenas hay artistas que merezcan un análisis a lo largo de las décadas (Dylan tiene un capítulo entero pero para Stanley su mejor disco es el infravalorado «New Morning»).

Me gusta la gente con una visión personal y ganas de llevar la contraria, pero -aunque tampoco la comparta- me hizo mucha más gracia «Rock and the Pop Narcotic» de Joe Carducci con su teoría opuesta de que el rock y el pop no sólo son totalmente diferentes sino que el virus pop es la auténtica amenaza del rock.

Admiro su ambición enfrascándose en un gran relato en esta época de obsesión por el detalle (en la que hay libros casi tan gordos como el suyo dedicados a un disco o sub-género), pero me convenció mucho más la narración de Robert Palmer en el imprescindible «Rock and Roll. An Unruly History«.

Coincido en la preponderancia de la canción sobre el disco y en que las listas de éxitos son la auténtica vara de medir el pop pero -como exaltación del single como artefacto pop definitivo- disfruté mucho más con «The Heart of Rock & Soul» de Dave Marsh.

Stanley escribe bien y con pasión, tiene un arsenal inagotable de anécdotas y comentarios jocosos -y muy pop- sobre los peinados, dentaduras o atuendos de muchos artistas; determinados momentos y movimientos «los clava» y reconozco que me costaba dejar el libro aunque a veces desease lanzarlo contra la pared o a las vías del metro pero creo que -aunque cualquier aficionado al género lo disfrutará y aprenderá cosas-  «Yeah Yeah Yeah» queda lejos de ser la historia definitiva de ese monstruo multiforme al que llamamos pop.