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Museo das Peregrinacións

Museo peregrinacións (alzado Platerias)

Hace cosa de año y medio asistí a una conferencia de Manuel Gallego en el Colegio de Arquitectos de Barcelona en la que, al hablar de su proyecto de remodelación de la antigua sede del Banco de España en la compostelana plaza de Platerías como nuevo Museo de las Peregrinaciones , se refirió insistentemente a lo feo que era el edificio y a cuánto lamentaba haberse visto obligado a respetar su fachada.

Es cierto que se trata de un edificio sin excesiva gracia y torpemente resuelto tanto en el aspecto topográfico-la plataforma horizontal de acceso genera un desnivel respecto a las calles circundantes que rompe la continuidad del suelo – como en la titubeante solución de la planta baja -en la que su evocación de los soportales de la rúa do Vilar no acaba de decidirse entre los pilares de su vano central y el masivo muro perforado de las esquinas-.

Y ,sin embargo, tenía una virtud nada desdeñable que compartía con el magnífico Mercado de Abastos que construyó Vaquero Palacios en la misma década de los 40: su voluntad de fundirse en el entorno y desaparecer. Hace muchos años pregunté a un amigo de que época pensaba que era el mercado y me contestó con su aplomo habitual: “Es muy viejo, muy viejo…por lo menos del siglo XI”. Para el ojo no entrenado de los millares de personas que pasan por allí cada año también la sede del banco era un edificio más del casco histórico. Era vulgar, anónimo, invisible.

Museo peregrinacións (foto Manuel Gonzalez Vicente)Pero una cosa es que el edificio, en su modestia, respondiese muy dignamente al difícil reto al que se enfrentaba y otra, bien diferente, es pensar que pueda merecer la pena conservar un fragmento y monumentalizarlo. No suele ser una buena idea.

La decisión de conservar su fachada principal condicionó totalmente el proyecto de Gallego Jorreto. Tengo serias dudas de que, de haberse visto en el brete de construir la fachada a la fabulosa plaza de Platerías, hubiese optado por la ligereza de los vidrios y paneles metálicos que sí se atrevió a disponer en la fachada de la calle de la Conga, una vez el peliagudo problema de la integración urbana y la representatividad quedaba resuelto por esa preexistencia que tanto parece despreciar.

Pero, a la vez, con esta solución de compromiso nos hemos quedado sin la oportunidad de ver cómo uno de los grandes arquitectos del país se enfrentaba en plena madurez al reto más difícil de su carrera. El riesgo era grande pero, personalmente, opino que habría salido airoso y en lugar de una posible obra maestra tenemos un extraño apaño que no satisface ni a los tradicionalistas a ultranza -que imagino detestarán la fachada de paneles-, ni a los modernos irreductibles -que habrían deseado que esa solución constructiva fuese también la de la fachada principal-, ni a los que confiamos en que, de haber tenido la oportunidad, Gallego habría conseguido un edificio a la vez contemporáneo y bien integrado sin una falsa careta “de época” y sin ese alambicado diseño del encuentro entre lo nuevo y lo falsamente viejo que tan elocuentemente revela su repulsión por el edificio existente