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Fats Domino (1928-2017)

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Ahora que estoy leyendo el “Real Life Rock” de Greil Marcus -en el que buena parte de los micro-textos se refieren a cómo algunas canciones cambian de significado al escucharlas en una película, una banda sonora o en el supermercado- me ha venido a la cabeza la escena de “12 Monos” en la que Bruce Willis sube a un taxi y la canción que suena para evocar el mundo perdido en el apocalipsis que relegó a la humanidad a una vida subterránea es la inmortal versión de “Blueberry Hill” de Antoine «Fats» Domino.  Un tema apropiado para despedir a este gigante de la música popular (en todos los sentidos, él mismo se llamaba “The Fat Man” en su primer single) que a veces es minusvalorado porque –además de ser gordo y bonachón- representaba más la continuidad con la música de su Nueva Orleáns natal que la ruptura que tanto valoran los historiadores. Descanse en paz.

Morrison según Marcus

marcus morrison

Greil Marcus tiene la molesta manía de buscar el universo en una gota de agua. En sus escritos siempre hay unos segundos de una canción en los que el tiempo se detiene, una nota de bajo que nos transporta a los tiempos anteriores al lenguaje, o una sílaba alargada un micro-segundo que abre una chimenea cosmo-telúrica que nos conecta con el cielo o el infierno. Los ejemplos son inventados pero creo que transmiten su tendencia a la hipérbole y a la libre -y muy subjetiva- asociación de ideas de todo tipo. (más…)

En una isla desierta

Stranded_Greil MarcusLa clásica pregunta de ¿Que disco te llevarías a una isla desierta? sirvió de excusa a Greil Marcus para pagar bien a sus amigotes por escribir un texto largo sobre el disco que les apeteciese. Como contaba entre sus amistades con la aristocracia de la crítica rock de la época (Lester Bangs, Nick Tosches, Ellen Willis, Robert Christgau…) le salió un libro (“Stranded. Rock and Roll for a Desert Island”) la mar de apañado con interesantes textos sobre los Ramones, Little Willie John, Captain Beefheart, los Five Royales o la Velvet (aunque no podía faltar el pringado de turno que prefirió llevarse a Jackson Browne o los Eagles).

En todo caso, lo más interesante del proyecto es que, como editor, decidió que, dado que las elecciones de cada participante eran algo totalmente personal, “alguien” tenía que velar por preservar la tradición y la historia para que si un marciano preguntaba qué era eso del rock and roll -algo perfectamente factible una vez la NASA había enviado una canción de Chuck Berry al espacio- pudiese encontrar una respuesta aproximada. Y, con su modestia habitual, lo hizo en forma de discografía comentada (por ejemplo, explica el debut de los Stooges como “el sonido del “airmobile” de Chuck Berry después de que unos manguis lo desguazasen”) en la que, entre los clásicos indiscutibles, coloca un montón de one-hit-wonders de los que es difícil tener noticia si no se es un obseso del du-duá/doo-wop, el soul, los girl groups, el surf ,el rockabilly u otros subgéneros pop.

Él mismo reconoce que para hacer algo así hoy en día, en la era de las reediciones masivas y las obsesivas recuperaciones del pasado, necesitaría como mínimo un libro entero; pero en 1979 tuvo la valentía de despachar el primer cuarto de siglo de historia del rock and roll en poco más de cuarenta páginas. Evidentemente faltan un montón de cosas y otras son discutibles, pero para lo que sirven estas listas es para descubrir joyas perdidas del pasado y, en ese sentido, a mi me ha servido a la perfección durante muchos años.

Aprovechando las ventajas de nuestra época, en la que casi todo está accesible, he recopilado una lista de Spotify  (stranded ) con la mayoría de los singles-obviando vacas sagradas y alguna cosa simplemente inencontrable- que aparecen en su discografía.

Nota:

Años más tarde re-evaluó el proyecto, sugiriendo omisiones y, en definitiva, recomendando más música en este interesante cuestionario:

http://rockcriticsarchives.com/interviews/greilmarcus/02.HTML

Nota 2 (Octubre 2014):

Meses después, ha aparecido un blog semi-oficial (lo lleva otra persona con su autorización) de escritos de Greil Marcus. Es muy recomendable (ver enlace en la columna de la derecha) y están elaborando su propia lista «Stranded» con nuevas adiciones cada semana: http://grooveshark.com/#!/playlist/Treasure+Island+Singles/98623651

Stagger Lee

El robo de un sombrero Stetson provoca una riña mortal. La victima se identifica como un hombre de familia

Harry Smith resumía con su laconismo característico el argumento de esta canción basada en un incidente ocurrido en Saint Louis en 1895, y que es un ejemplo perfecto -como “John Henry”,“Hesitation Blues”, “Alabama Bound”, “Careless Love”, “Frankie&Albert”…- de lo que Luc Sante llamó “cimientos anónimos de la música popular americana”. El eco de la pelea entre Stagger/Stacker/Stacko Lee y Billy Lions/Billy the Liar/Billy the Lion resuena todavía un siglo después y creo que vale la pena recuperar algunas de sus más memorables encarnaciones.

 “Stack O’Lee Blues”- Ma Rainey (1925) 

Una versión temprana de esta pionera del blues clásico acompañada por Fletcher Henderson al piano y Coleman Hawkins al saxo.

 “Stack O’Lee Blues”- Sol Hoopii’s Novelty Trio (1926)

Los ecos del incidente llegaron rápidamente hasta Hawaii y el gran virtuoso de la guitarra Sol Hoopii se encargó de darle su mágico barniz.

 “Stackalee”- Frank Hutchinson (1927)

El mito también fascinaba a los blancos, y esta es la versión que eligió Harry Smith para su inmortal “Anthology of American Folk Music”

 “Billy Lions and Stackalee”- Furry Lewis (1927)

Estupenda lectura del gran bluesman de Memphis.

 “Stackerlee”-Mississippi John Hurt  (1928)

Otra magnífica versión country-blues.

“Stagger Lee”- Archibald (1950)

Aunque Lloyd Price se llevó el gato al agua en cuanto a ventas, y mi adorado Professor Longhair la tocó también con frecuencia, esta me parece la versión de Nueva Orleáns por excelencia.

“Stagger Lee”- Wilson Pickett (1967)

Salvaje versión soulera (para curiosos, tampoco están nada mal la de los Isley Brothers o la de James Brown)

 “Wrong ‘em Boyo”- The Rulers (1967)

Fantástica lectura jamaicana del tema que los Clash versionarían posteriormente en “London Calling” (ver más abajo).

“Wrong ‘em Boyo”- The Clash (1979)

Version del clásico de los Rulers Jamaicanos convenientemente acelerada. Según Greil Marcus, Stagger Lee es el auténtico protagonista de “London Calling” y sale- con otros nombres y caras- en “Jimmy Jazz”, “Rudie Can’t Fail”, “The Guns of Brixton” y “Death or Glory”.

“Stagger Lee”- Nick Cave & Bad Seeds (1996)

Aunque no sea santo de mi devoción, valga esta versión como prueba de que el tema sigue vivo más de un siglo después del incidente original.

Nota:

Greil Marcus dedicó bastantes páginas de su magistral ensayo “Mistery Train”  a rastrear este mito desde sus orígenes hasta “London Calling”. Debo gran parte de las selecciones de esta lista de reproducción a dicho texto así como al libreto de la reedición de la imprescindible “Anthology of American Folk Music” de Harry Smith.

Lista de reproducción completa en grooveshark (con varios jugosos extras):

http://grooveshark.com/#!/playlist/Stagger+Lee/90579290

Tú a Woodstock y yo a Caledonia

En teoría, odio los discos piratas. Mi primer encontronazo con este subproducto de la cultura popular fue en el instituto, cuando era fan perdido de la Velvet. Ya me había agenciado todos sus discos oficiales así como los recopilatorios de rarezas “VU” y “Another View” (a esas edades tendemos a la obsesión y al completismo), cuando un día, en el escaparate de la desaparecida tienda compostelana de electrodomésticos Daviña, vi un enigmático cd de mis artistas de cabecera. Era muy caro para mis posibilidades de entonces pero su rareza y aura de clandestinidad me atraían poderosamente. Me acercaba regularmente a ver si seguía allí, hasta que conseguí reunir el dinero (3.000 pesetas) necesario para hacerme con el misterioso disco.

Corrí a casa y lo puse. Sonaba a mierda. Versiones horrendas, prácticamente inaudibles de canciones muy queridas para mí (te gusta el feedback, ¡toma dos tazas!). Furioso con el dispendio volví a la tienda y les eché la llorada  diciéndoles que pensaba que era un recopilatorio oficial con algún defecto de fabricación ya que nadie en su sano juicio podría aguantar aquel desvarío cacofónico. Se apiadaron y me dieron un vale.

Desde entonces intento evitar tener roces con piratas (aún así, tengo el interesante “Live at Portland, Oregon” de Television y el bastante menos interesante “It´s too late to stop now” de Dream Syndicate). Durante muchos años conseguí mantenerlos alejados hasta que la lectura de “Stranded. Rock and roll for a Desert Island” e “Invisible Republic. Bob Dylan´s Basement Tapes”, ambos de Greil Marcus, pusieron muy arriba en mi lista de objetivos dos piratas de artistas que amo: Van Morrison y Bob Dylan. Se trataba de “Van the Man”, un lp de 1974, y “A Tree With Roots”, una caja de 4 cedés del 2001. Como son “caros de ver”, pasaron años antes de que los localizase a un precio asequible para mi maltrecha economía (24 euros uno, 29.95 el otro). Pero la espera mereció la pena.

Coincido con el profesor Marcus. Ninguna de las bootleg series oficiales del bardo de Minnesota (tal vez el segundo disco, el eléctrico, del “Live 66”) se acerca a A Tree With Roots, las célebres “Basement Tapes” al completo. Nunca estuvo Dylan tan relajado y juguetón, tocando versiones de todo tipo (“A fool such as I”,”Cool Water”, “The Banks of The Royal Canal”…), alterando a voluntad éxitos de su infancia (“See ya later Allen Ginsberg”, “Quit kicking my dog around”)  o componiendo algunas de sus mejores canciones (“I shall be released”, “This Wheel´s on fire”, “I’m not there”, “Sign of the Cross”,“Apple suckling tree”,“Open the door, Homer”…). Evidentemente, hay de todo, pero es uno de los discos de Dylan que pongo con más frecuencia, que es lo que al final cuenta. Un hermoso caos.

Ya sabéis, es la famosa etapa, allá por 1967, a la vuelta de la controvertida primera gira eléctrica, en que Dylan tuvo el accidente de moto, se ocultó una buena temporada en el sótano de una casita rosa de Woodstock con sus compinches de The Band, y al acabar la estancia él sacó “John Wesley Harding” y ellos “Music from Big Pink”, además de parir entre ambos el primer pirata rock de la historia “The Great White Wonder” que recogía algunas de las grabaciones del subterráneo. ¡Poca broma!, como dicen en Cataluña.

Y respecto a Van the Man el célebre pirata de 1974- que recopila material en directo en el Fillmore West, outakes de “His Band and Street Choir” y rarezas grabadas en los estudios Pacific High- ningún fan del león de Belfast que se precie, debe perderse maravillas como el instrumental de 18 minutos “Caledonia Soul Music”, la excelente versión del “Just like a Woman” de Mr. Zimmermann, o la sentida interpretación del “Friday’s Child” de su primer e infravalorado grupo Them (para mí están al nivel de los Stones de esos años).

Moraleja: Las reglas auto-impuestas están para saltárselas y me alegro de no haber respetado la de nunca más comprar un pirata.

NOTA 1:

El libro de “Invisible Republic”, de 1998, también editado como “The Old, Weird, America” en 2011 está íntegramente dedicado a las Basement tapes, con lo que probablemente constituya el récord mundial de longitud de unas notas para un disco. Es recomendable, para los fans de Dylan, por el apéndice en el que comenta brevemente canción por canción cada una de las tomas de las “Basement Tapes” y, para los fans del folk americano, por la extensa discografía final comentada.

Existe una versión anterior (e inferior) de “A Tree With Roots” en 5 cedés llamada “The Genuine Basement Tapes”. Tiene un orden diferente, alguna canción menos y, sobre todo, un sonido bastante peor. De “A Tree With Roots” existen varias ediciones (ver la página monográfica sobre piratas de Dylan bobsboots.com). A no ser que seas fetichista, es relativamente fácil descargársela de torrents y blogosferas y bajarse las portadas en bobsboots.

NOTA 2:

El pirata “Van the Man” en vinilo es bastante difícil de conseguir, pero existen varias versiones en doble CD con partes del mismo material (“The inner mystique”, “Live at Pacific High, 1971”). La pieza más esquiva es “Caledonia Soul Music”, una obra maestra poco conocida:

NOTA 3:

Para los que estén interesados en la historia de las grabaciones piratas en la música rock, hay un interesante libro del prolífico Clinton Heylin llamado precisamente “The Great White Wonders. A History of Rock Bootlegs

De puños, olvidos y vanguardias

Los arquitectos, siendo generalmente gente, digamos, ejem, “visual” solemos tener una relación curiosa con la cultura escrita. En general, nos aburre bastante, pero nos avergüenza reconocerlo e intentamos desesperadamente pasar por gente leida, cultivada y al día de las preocupaciones de los pensadores contemporáneos.

La mala conciencia nos va carcomiendo y, periódicamente, llega un día en que nos armamos de valor y nos acercamos a la librería a intentar comprar un barnicillo de respetabilidad. Como nuestra (in)formación es escasa y proviene en general de pretenciosos articulos de revistas en los que las citas se utilizan no para aclarar conceptos, sino para oscurecerlos (y de paso darse aires), solemos acabar comprando ilegibles panfletos, a veces incluso “tochos”, de algún autor con cuyo nombre nos hemos quedado, bien por su sonoridad, bien por su ubicuidad.

Durante la carrera, la semiótica ya estaba literalmente en los cajones de saldos pero tocaba pasar por caja a intentar familiarizarse con la desaparición del sujeto y la deconstrucción, luego triunfó brevemente la fenomenología (que aún colea), y ahora parecemos encontrarnos bajo el imperio de la sostenibilidad. Son modas que, afortunadamente, acaban pasando antes de que, con nuestra característica parsimonia, hayamos logrado pasar del prólogo.

Pero de vez en cuando, te encuentras con libros que se leen del tirón. Libros escritos por deslenguados que dicen lo que piensan y no temen apartarse de la manada o del discurso dominante ni señalar la desnudez del emperador. En el último año me he tropezado con dos especímenes especialmente interesantes por su frescura y ambición.

El primero de ellos, “El Olvido de la razón” es la tercera parte (y, a mi juicio, la más lograda) de la excelente trilogía del octogenario argentino Juan José Sebreli en defensa del legado de la ilustración frente a los ataques del multiculturalismo (“El asedio a la modernidad. Critica del relativismo cultural”) y las vanguardias (“Las aventuras de la vanguardia”). En este caso, Sebreli se centra en la filosofía; concretamente, en rastrear la linea de pensamiento que une a Nietschze y Heidegger y pasa por Freud, Foucault, Barthes y otros “faros” (aunque, por su tendencia a oscurecer quizás “persianas” sería un término más apropiado) del pensamiento contemporáneo cuyo programa oculto resulta ser la “antimodernidad” o acoso y derribo de los valores ilustrados.

Como lego en temas filosóficos, agradezco una visión panorámica tan crítica y deshinibida de una tradición muy prestigiosa que pasa con frecuencia  por progresista y contemporánea pero es en realidad radicalmente antimoderna y antihumanista. En una época en la que en lugar de apoyar o discutir las ideas preferimos considerarlas “interesantes” se agradece la gente que habla alto y claro.

Algo parecido sucede con “El puño invisible” del treintañero colombiano Carlos Granés, un reverso rabiosamente pro-moderno del “Rastros de Carmín” de Greil Marcus, que analiza cómo algunas ideas vanguardistas como la potenciación del individualismo y el desprecio por la cultura (desde el futurismo y el dadá hasta los situacionistas, el pop art, los happenings o los Sex Pistols) acabaron imponiéndose en todos los ámbitos y cómo su victoria, lejos de hacernos mejores o más felices, sólo nos ha dejado más desamparados ideológicamente, y con los museos llenos a rebosar de arte aburrido y banal, justificado, eso sí, por un un impenetrable aparato teórico y la repercusión mediática de las mismas viejas provocaciones y sus cotizaciones (próxima parada: retrospectiva del carota Damien Hirst en la Tate Modern coincidiendo con los Juegos Olímpicos) No quiero destripar el libro, pero resulta que hasta el anarcocapitalismo reinante hunde sus raices en la contracultura, y los demonios de los sesentayochistas (Stéphane Hessel) son ahora reivindicados por el 15M, en una vuelta completa, al darse cuenta de que tal vez “tiramos el niño con el agua sucia”.

Son dos libros enormemente ambiciosos –uno analiza minuciosamente hasta los más ignotos episodios de las vanguardias, el otro un siglo de filosofía oscurantista- que, como todos los grandes ensayos, hacen que el lector se replantee muchas cosas y, en definitiva, cambian su manera de entender el mundo. Se leen como una novela y mentiría si no reconociese desear haber escrito lo que alguno de estos dos cruzados de la modernidad. No hay mayor elogio que la envidia.