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Sencillez

SENCILLEZ_Campo Baeza

“…un equipo joven, multidisciplinar. Y por favor, nadie minimalista”. Instrucciones de Ferrán Adriá a los diseñadores de su bar de tapas “Tickets” (2011)

Hay una arquitectura de los estetas formalmente muy diferente de la que comúnmente llamamos “del espectáculo”  que -al aspirar a un tipo de belleza pretendidamente intemporal escudándose en “la sencillez” (a veces también llamada “simplicidad”) como valor supremo- consigue aparecer como una alternativa a la arquitectura espectacular con la que, en el fondo, tanto comparte como lo demuestra la trayectoria de Herzog & De Meuron que “evolucionaron” sin solución de continuidad de la una a la otra, de la castidad a la promiscuidad semántica.

No es muy riguroso llamar a ese tipo de arquitectura “minimalista” porque el arte minimal -con el que comparte algunas afinidades -es mudo. Su objetivo es “cortocircuitar el intento del espectador por valorar la obra”* y escapar a cualquier atribución de significado mientras que la arquitectura “minimal”, como la del espectáculo, es sobre todo un símbolo. Un símbolo tan poderoso que se ha convertido durante muchos años en la estética “por defecto” del interiorismo de hoteles, restaurantes finos y casas de futbolistas (aunque su hegemonía empiece a decaer, tal como muestra el comentario de un Adriá sediento de kitsch a los diseñadores de su espantoso local).

Una arquitectura que evoca valores refinados como el ascetismo, la renuncia a lo superfluo, la limpieza, la claridad, la elegancia, la pureza formal, el silencio o lo esencial pero que para conseguir parecer “sencilla” está dispuesta a recurrir a los más sofisticados artificios constructivos.

Como su búsqueda de la pureza formal se antepone a cualquier consideración mundana, el uso de estas arquitecturas por seres humanos vivos es siempre problemático porque éstos tienden indefectiblemente a romper el orden visual, ocupando el espacio pretendidamente trascendente con sus muebles, recuerdos y enseres personales. Lo esencial es la forma (recatada, eso sí) y entre lo superfluo está la vida. El habitante nunca podrá estar a la altura de la obra durante más tiempo del que dura un anuncio.

Es una estética del control y para los que proyectan este tipo de arquitectura, la elección de un interruptor o una luminaria “inapropiada” –que puede descalabrar todo el diseño- es objeto de largas cavilaciones. Si les dejasen, se ofrecerían gustosamente a diseñar hasta las zapatillas que el cliente necesita para no desentonar, como aquel arquitecto “Jugendstil” caricaturizado por Adolf Loos en la perenne sátira “De un pobre hombre rico”.

Y, según reconoce John Pawson – uno de los arquitectos más exitosos y representativos de esta tendencia- , la simplicidad es, sobre todo, algo visual. Lo dice explícitamente en el prólogo a su ensayo (como no, visual) “Minimum” en el que recopila centenares de bellas imágenes que para él comparten esa cualidad suprema: la “sencillez”.

Las únicas personas o rastros de vida humana los encontrarás -buscando bien- en un retrato de Lucio Fontana frente a uno de sus lienzos rasgados, otro de Mies fumando un puro sentado sobre el arco circular perfecto de su silla Tugendhat, en una acuarela de Kobayashi que parece habérsele colado porque representa un baño convivial (hasta que su comentario -“Figuras sensuales contra una trama medida”-nos aclara que lo hermoso no es ver dos mujeres bañándose juntas sino el contraste de sus figuras con la rigidez geométrica del alicatado) y, por último, en una fotografía de Mapplethorpe de dos cabezas rapada –una blanca, negra la otra- a los que acompaña el revelador pie de foto “La cabeza humana se convierte más en geometría que en personalidad”.

Una vez eliminado el ser humano de la ecuación, es perfectamente posible defender una estética basada únicamente en la adoración de la sencillez formal y encontrar una sensibilidad común en arquitecturas tan radicalmente opuestas como la de Mies y la de Lewerentz, o entre una máscara geometrizada primitiva y unos fluorescentes de Flavin. Todo es sólo forma.

Notas:

Adolf Loos- “De un pobre hombre rico” (1900) en “Escritos I. 1897-1909” (El Croquis, 1993)

John Pawson-“Minimum” (Phaidon, 1996)

*Josep Quetglas- “Pasado a limpio, II” (Pre-Textos, 1999).

 

 

…y todos llevaban sombrero

Crumb- That's what i call sweet musicCuando EMI le pidió al genial Robert Crumb que recopilara un disco con su música favorita, el resultado fue  “That’s what I call sweet music. American Dance Orchestras of the 1920s from R. Crumb’s 78 RPM Collection”, un precioso artefacto ilustrado, anotado y seleccionado por el artista a partir de discos de pizarra de su vastísima discoteca que recogía “…alegre música social de una civilización urbana ya desaparecida, un mundo perdido de humeantes fábricas y rechinantes tranvías- y todos llevaban sombrero!”

Por alguna extraña razón, este último comentario se me quedó grabado, y lo recordé al encontrar una curiosa explicación del origen del declive de la prenda en un breve texto de Adolf Loos escrito en respuesta a la consulta de un lector : ¿Un hombre sin sombrero?

“El primer hombre sin sombrero fue el atleta de las universidades americanas. Balompié fue el primer sport que se practicó sin sombrero. El consiguiente paseo (…) por parejas, por las calles de la pequeña ciudad universitaria, mostró por primera vez en la calle al hombre desprovisto de sombrero. Entonces todavía se pensaba en insolaciones y resfriados, y por ello los atletas americanos se dejaron crecer el cabello. Pero, como todos querían ser atletas, la carencia de sombrero fue pronto el signo de cualquier burgués académico de América.”

En 1908 la tendencia había saltado el charco –“la imagen callejera cerca de Leicester Square a la hora de cierre de los teatros causaba un raro efecto. Había miles de espectadores (…) en la calle (…). Todos sin sombrero.”– y allí estaba nuestro hombre para percibir el cambio mientras sucedía y detectar con su agudeza característica cómo el cetro de la elegancia pasaba del aristócrata al deportista.

sombreros_crowdEn sus escritos aparecen desde  pitilleras, polainas, smokings, fracs, trajes regionales, zapatos de cordones,  su sastre (que fue el primero en atreverse a encargarle una casa), pantalones cortos, pantalones largos, chalecos, monóculos o lentejuelas; a furibundas críticas a los “cools” de su época (Hoffman , Olbrich y compañía).

Y es que, aunque pasase a la historia como ese severo señor vienés que abolió el ornamento, Adolf Loos puede haber sido también uno de los primeros (anti-)fashion-bloggers.

Cien años después, muchas de sus reflexiones mantienen una sorprendente vigencia.

Nota:

Las citas de Adolf Loos están sacadas del texto “Respuestas a preguntas del público” de 1919 recogido en el muy recomendable “Escritos II. 1910/1932” (El Croquis Editorial, 1993). El volumen I es algo más farragoso.