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“…uno debe seguir su camino y ver pasar los trenes. Trenes que en una ocasiones son de lujo, como el de Mies, o atrayentes, como el de Le Corbusier. Otras veces conceptuales, monumentales y hasta un poco retrógrados, como el de Kahn. O comerciales, o de mercancías, como los de Rudolph, SOM o Pei. O los formalmente escultóricos de Saarinen, Utzon, Tange. O, en fin, estos otros de última hora y de vía estrecha de Rossi, Ventury (sic), Moore, Graves…”

Miguel Fisac

 

Para Fisac (como para Palladio o Chillida) la única manera de aprender de verdad es analizando directamente la realidad y obteniendo conclusiones personales “que enriquezcan el conocimiento propio” y proporcionen herramientas para desarrollar mejor el trabajo diario.

El otro camino – “ir adquiriendo información, a base de libros y revistas, de aquello que se lleva en el mundo y los críticos valoran como buena arquitectura”- responde a “una actitud de mimetismo de muy dudosos resultados creativos”.

La reproducción acrítica de algo supuestamente novedoso anula la potencial originalidad de cada individuo, que éste sólo podrá desarrollar yendo él mismo al origen: el encuentro entre el ser humano y el mundo- y el consiguiente asombro e intento de comprensión-. Un encuentro directo, sin intermediarios ni atajos. Seguir “lo que se lleva” difícilmente nos acercará al meollo de la arquitectura.

La deslenguada apreciación de un septuagenario Miguel Fisac sobre la conveniencia de seguir a lo suyo en vez de intentar subir a cada tren que pasa me trae a la mente casos poco frecuentes pero dignos de mención como el de Glenn Murcutt que -sin pretenderlo, simplemente siguiendo su camino- ha acabado por obtener los máximos reconocimientos profesionales, como en la célebre paradoja de que un reloj parado da la hora correcta al menos dos veces al día mientras que uno en marcha lo más probable es que no la de nunca.