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De puños, olvidos y vanguardias

Los arquitectos, siendo generalmente gente, digamos, ejem, “visual” solemos tener una relación curiosa con la cultura escrita. En general, nos aburre bastante, pero nos avergüenza reconocerlo e intentamos desesperadamente pasar por gente leida, cultivada y al día de las preocupaciones de los pensadores contemporáneos.

La mala conciencia nos va carcomiendo y, periódicamente, llega un día en que nos armamos de valor y nos acercamos a la librería a intentar comprar un barnicillo de respetabilidad. Como nuestra (in)formación es escasa y proviene en general de pretenciosos articulos de revistas en los que las citas se utilizan no para aclarar conceptos, sino para oscurecerlos (y de paso darse aires), solemos acabar comprando ilegibles panfletos, a veces incluso “tochos”, de algún autor con cuyo nombre nos hemos quedado, bien por su sonoridad, bien por su ubicuidad.

Durante la carrera, la semiótica ya estaba literalmente en los cajones de saldos pero tocaba pasar por caja a intentar familiarizarse con la desaparición del sujeto y la deconstrucción, luego triunfó brevemente la fenomenología (que aún colea), y ahora parecemos encontrarnos bajo el imperio de la sostenibilidad. Son modas que, afortunadamente, acaban pasando antes de que, con nuestra característica parsimonia, hayamos logrado pasar del prólogo.

Pero de vez en cuando, te encuentras con libros que se leen del tirón. Libros escritos por deslenguados que dicen lo que piensan y no temen apartarse de la manada o del discurso dominante ni señalar la desnudez del emperador. En el último año me he tropezado con dos especímenes especialmente interesantes por su frescura y ambición.

El primero de ellos, “El Olvido de la razón” es la tercera parte (y, a mi juicio, la más lograda) de la excelente trilogía del octogenario argentino Juan José Sebreli en defensa del legado de la ilustración frente a los ataques del multiculturalismo (“El asedio a la modernidad. Critica del relativismo cultural”) y las vanguardias (“Las aventuras de la vanguardia”). En este caso, Sebreli se centra en la filosofía; concretamente, en rastrear la linea de pensamiento que une a Nietschze y Heidegger y pasa por Freud, Foucault, Barthes y otros “faros” (aunque, por su tendencia a oscurecer quizás “persianas” sería un término más apropiado) del pensamiento contemporáneo cuyo programa oculto resulta ser la “antimodernidad” o acoso y derribo de los valores ilustrados.

Como lego en temas filosóficos, agradezco una visión panorámica tan crítica y deshinibida de una tradición muy prestigiosa que pasa con frecuencia  por progresista y contemporánea pero es en realidad radicalmente antimoderna y antihumanista. En una época en la que en lugar de apoyar o discutir las ideas preferimos considerarlas “interesantes” se agradece la gente que habla alto y claro.

Algo parecido sucede con “El puño invisible” del treintañero colombiano Carlos Granés, un reverso rabiosamente pro-moderno del “Rastros de Carmín” de Greil Marcus, que analiza cómo algunas ideas vanguardistas como la potenciación del individualismo y el desprecio por la cultura (desde el futurismo y el dadá hasta los situacionistas, el pop art, los happenings o los Sex Pistols) acabaron imponiéndose en todos los ámbitos y cómo su victoria, lejos de hacernos mejores o más felices, sólo nos ha dejado más desamparados ideológicamente, y con los museos llenos a rebosar de arte aburrido y banal, justificado, eso sí, por un un impenetrable aparato teórico y la repercusión mediática de las mismas viejas provocaciones y sus cotizaciones (próxima parada: retrospectiva del carota Damien Hirst en la Tate Modern coincidiendo con los Juegos Olímpicos) No quiero destripar el libro, pero resulta que hasta el anarcocapitalismo reinante hunde sus raices en la contracultura, y los demonios de los sesentayochistas (Stéphane Hessel) son ahora reivindicados por el 15M, en una vuelta completa, al darse cuenta de que tal vez “tiramos el niño con el agua sucia”.

Son dos libros enormemente ambiciosos –uno analiza minuciosamente hasta los más ignotos episodios de las vanguardias, el otro un siglo de filosofía oscurantista- que, como todos los grandes ensayos, hacen que el lector se replantee muchas cosas y, en definitiva, cambian su manera de entender el mundo. Se leen como una novela y mentiría si no reconociese desear haber escrito lo que alguno de estos dos cruzados de la modernidad. No hay mayor elogio que la envidia.