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Christopher Alexander (1936-2022)

Corría el año 2009, en plena crisis, y estaba luchando -en vano- por mantener a flote mi estudio. Un día encontré en una librería de segunda mano de Gracia un libro del que había oído hablar no recordaba muy bien dónde y que decidí llevarme a casa sin sospechar que me cambiaría para siempre.

En él se desvelaba ese misterio que hacía tiempo me intrigaba: ¿Por qué gente sin formación, en todas las partes del mundo, habían construido durante milenios conjuntos armónicos, sostenibles, adaptados al entorno y espacialmente ricos y sofisticados y ahora nos rodeaba la fealdad por doquier? ¿Por qué se jodió todo?

Porque habíamos olvidado un lenguaje que compartimos desde la noche de los tiempos, un lenguaje no verbal ni estilístico; y no basado en elementos arquitectónicos sino en la relación entre ellos. Resulta que, si analizábamos los lugares en los que nos sentíamos bien, en los que nos sentíamos más vivos, descubriríamos que nuestro bienestar se debía a una serie de ricas relaciones entre elementos, niveles y espacios que era posible describir y definir.

Esas relaciones – o “patrones”- tenían nombres tan concretos (y a la vez poéticos) como “Lugar Ventana”, “Vista Zen”, “Gradiente de Intimidad”, “Sol adentro” o “Transición en la entrada”. Algunos eran universales y otros  podían depender de cada cultura por lo que el autor no fijaba un número determinado y animaba a los lectores a descubrir otros.

Me costó digerir el mensaje porque era una carga de profundidad contra todo lo que nos habían enseñado en la escuela. La calidad de la arquitectura no tenía absolutamente nada que ver con la mayor parte de los proyectos que ganaban premios y se publicitaban en los libros y revistas del ramo.

Era algo mucho más esencial y arraigado en cada uno de nosotros, pero años de propaganda nos habían hecho olvidarlo. Tocaba hacer introspección, volver a mirar el entorno con ojos limpios, aplicarse el cuento, y empezar a perseguir «la cualidad sin nombre».

Hay muy pocos libros que te cambien la vida. “El modo intemporal de construir” es uno de ellos.

Descanse en paz Christopher Alexander.

Vista Zen (2)

Ventana redonda_Blue Box by Mayumi Miyawaki

“Recuerdo la ventana redonda por la historia, posiblemente apócrifa, de algún maestro zen que construyó un gran muro alrededor de un jardín que sin él habría tenido una extensa vista del océano. En la parte inferior del jardín había una fuente y, cuando juntabas tus manos en forma de cuenco y te agachabas para beber, había un agujero en la pared desde el que percibías de repente la vista del océano, comprendiendo que el agua que retenías en tus manos y el agua del lejano océano eran la misma”

“Misfits Architecture” -el excelente blog de Graham McKay- publicó hoy un post sobre ventanas memorables en el que aparece una versión diferente de la historia del maestro zen, el mar y la ventana que sirvió a Christopher Alexander para explicar su patrón “Vista Zen”.

Reproduzco el texto y la imagen porque la ventana de la casa de Mayumi Miyawaki que comparte McKay es un gran ejemplo de cómo la belleza de una vista puede intensificarse al comprimirla en un punto (o de cómo –en palabras de Barragán- el Duomo de Miguel Ángel es mucho más impresionante visto a través de una mirilla), y porque su versión del cuento zen tiene la gracia añadida de explicar cómo un dispositivo arquitectónico diseñado con intención puede obligarte a reflexionar sobre el ciclo del agua (y cómo, de alguna manera, todo es uno, y esas cosas).

«Forma, Lenguaje y Complejidad. Una teoría unificada de la arquitectura»

PORTADAFORMALENGUAJECOMPLEJIDAD_NS

Nikos Salíngaros es uno de los más destacados discípulos de Christopher Alexander -con quien colabora desde hace años- y en su último libro “Forma, Lenguaje y Complejidad. Una teoría unificada de la arquitectura” (Ediciones Asimétricas) hay constantes ecos de las ideas de “The Nature of Order” matizadas por una visión personal que tiende a enfatizar los aspectos científicos sobre los estético-humanísticos.

Frente a la profusión de sugerentes imágenes de obras de arte de todas las épocas y escalas –y a las referencias autobiográficas- que tanto enriquecen las posibles lecturas en la obra de Alexander, en los escritos de Salíngaros prevalece siempre un tono académico  que disminuye su poder evocador.

En esencia, el libro de Salíngaros propone una crítica radical al legado que las vanguardias y el Movimiento Moderno (y sus hijos: el Posmodernismo. el Minimalismo y la Deconstrucción): “fundamentalismo geométrico”, supresión del ornamento, separación de la naturaleza, rechazo de la simetría, idolatría de la imagen; y plantea una nueva forma de entender el entorno construido basado en la “biofilia” y la reconexión con la naturaleza.

Personalmente, echo en falta una explicación de la teoría de la intensificación de los centros existentes (diseño adaptativo) y un desarrollo más detallado del capítulo dedicado a las 15 propiedades fundamentales ya que son ideas que permiten intuir el paso de la teoría a la acción y el proyecto.

Aun así, desde que Díez del Corral publicó su personal re-lectura de “Un lenguaje de patrones” hace ya dos décadas, apenas existen en lengua española publicaciones que reflejen el pensamiento de Alexander y su escuela y, por ello, pese a su carácter fragmentario y truncado* –que contradice la voluntad de presentar una teoría unificada de la arquitectura y dificulta la asimilación de ciertos conceptos a aquellos que se los encuentren por vez primera- este libro supone una valiosa puerta de entrada a una visión de la arquitectura que contradice muchos dogmas comúnmente aceptados y merece ser mejor conocida.

Nota:

*Salíngaros aspira a cambiar la forma de pensar de los arquitectos y el futuro de la arquitectura y esa misión evangélica provoca ediciones descuidadas -como el anterior “Anti-arquitectura y Deconstrucción”- o truncadas -como este volumen que comparte título con el original en inglés “A Unified Architectural Theory: Form, Language, Complexity” de 2013 pero, según explica Salíngaros en la introducción, presenta diferencias importantes  (capítulos omitidos, nuevos textos)- que el autor justifica por la urgencia de editarlo y propagar sus ideas lo antes posible, sin las demoras que una edición más fiel habría implicado.

 

«The Nature of Order». Una reseña provisional

The nature of order

Del monumental “The Nature of Order” de Christopher Alexander me atrae su valentía al desafiar el consenso sobre que ya no es realmente posible establecer juicios universales de valor, y al discutir que todo sea subjetivo y defender, en cambio, que  hay un orden universal que comparten tanto los seres vivos como los inertes o las creaciones humanas; que todas las cosas –sean animadas o inanimadas- tienen “vida”, y que somos capaces intuitivamente de percibir que algunas tienen más vida que otras y qué cambios intensifican su vitalidad y cuáles la reducen.

Me parece un logro detectar o definir las 15 propiedades fundamentales que caracterizan a los lugares o entes vivientes: Niveles de escala, Centros Fuertes, Límites Gruesos, Repetición alternada, Espacio Positivo, Buena Forma, Simetrías Locales, Entrelazamiento Profundo y Ambigüedad, Contraste, Degradado, Rugosidad, Ecos, El Vacío, Simplicidad y Calma Interior, No-separación.

El número de propiedades puede ser discutible, algunas son muy similares (espacio positivo y buena forma, por ejemplo) pero son categorías útiles para valorar el entorno y plantear modificaciones que lo intensifiquen positivamente. Una vez asimiladas, no puedes evitar ver el mundo a través de algunas de estas categorías que Alexander plantea.

El autor muestra convincentemente cómo esta nueva visión del mundo se manifiesta tanto a nivel microscópico como macroscópico, en un tapiz otomano o en un collage de Matisse, en la Alhambra o en un barrio autoconstruido de una megalópolis latinoamericana. Pero su odio visceral a la arquitectura moderna le impide ver algunos magníficos ejemplos que fortalecerían notablemente su mensaje (así, a bote pronto: las viviendas de Gardella en la Giudecca, las de Lucien Kroll en Bruselas, la casa de veraneo de Asplund, Scarpa, el poblado Esquivel de De la Sota, Walmer Yard, el Multihalle de Manheim, algunas obras de Fathy o Baker…). La insistencia en que prácticamente sólo él es capaz de percibir la “integridad” y desarrollar los diseños (bueno, le perdona la vida al gran Geoffrey Bawa y a las primeras obras de Wright) es su principal flaqueza.

Es una obra sumamente ambiciosa que plantea una nueva y sugerente visión de la arquitectura, la naturaleza y las artes. Su devoción por el ornamento y la simetría, algunos pasajes de regusto new-age (¿el espejo del yo?), su machacona insistencia en algunas ideas y el hecho de no ser capaz de encontrar ejemplos contemporáneos de otros arquitectos vuelven innecesariamente antipático su mensaje, que se beneficiaría enormemente de un menor ombliguismo y de un buen editor.

Creo que las ideas claras y potentes deben explicarse con claridad, potencia y concisión y que escondido en estas más de dos mil páginas hay un libro que podría suponer un cambio de paradigma tan importante como el que –para algunos- supusieron los todavía vigentes “El Modo Intemporal de Construir” y “Un Lenguaje de Patrones” (a los que, de hecho, engloba y desarrolla).

¿Cuántos tendrán la paciencia de buscarlo?

 

Nota:

Estoy por la mitad del tercer volumen –que está íntegramente dedicado a mostrar sus diseños- y las seis páginas centradas en como diseñó las cerchas (no especialmente logradas) de un edificio han puesto a prueba mi paciencia y me han empujado a escribir esta primera –y precipitada- evaluación de la obra. Por supuesto terminaré de leerla (al parecer el volumen que cierra la serie es fundamental para entender su alcance) y espero continuar sacando provecho de muchas de sus reflexiones, pero intuyo que mi conclusión provisional no variará significativamente.

Nota 2:

Para más información sobre «The Nature of Order» pueden ver también las entradas:

Orden Fabricado vs Orden Generado

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Continúo buceando en el monumental “The Nature of Order” de Chrisopher Alexander y, aunque prefiero reservarme mi opinión hasta terminar el cuarto volumen, iré compartiendo algunas pepitas que voy encontrando en el camino.

Parte del segundo volumen está dedicada a distinguir el “Orden Fabricado” del “Orden Generado” en una vuelta de tuerca más a su principal preocupación. ¿Por qué nos resuta tan difícil hoy en día crear armónica y naturalmente?

Alexander sostiene que sólo podemos crear objetos, entornos, edificios o ciudades “vivas” si seguimos un proceso en el que el orden se despliega progresivamente, ajustando cada nueva adición a la fase anterior e intensificando el orden pre-existente. No podemos crear un orden auténticamente complejo en una mesa de dibujo o un ordenador.

Para ilustrar la idea, aporta una interesantísima cita del biólogo Lewis Wolpert que, al explicar cómo surge algo tan perfecto y complejo como un embrión a partir de un huevo fecundado, da claves que Alexander considera aplicables a todas las escalas de la creación:

Toda la información para el desarrollo embrionario está contenida en un huevo fecundado. Pero ¿cómo es interpretada esta información para crear el embrión? Una posibilidad es que la estructura del organismo esté de alguna manera codificada en el genoma como un programa descriptivo. ¿Contiene el ADN una descripción completa del organismo al que dará lugar? La respuesta es no. Lo que el genoma contiene es un programa de instrucciones para hacer el organismo –un programa generativo– en el que los componentes citoplásmicos de los huevos y las células son actores fundamentales junto a los genes como el código de ADN en la secuencia de aminoácidos de una proteína.

Un programa descriptivo, como un plano, describe un objeto con detalle; mientras que un programa generativo describe cómo hacer un objeto. Para un mismo objeto, ambos programas son muy diferentes. Piensen en el origami, el arte de doblar papel. Al doblar una hoja en varias direcciones es relativamente fácil hace un sombrero de papel o un pájaro a partir de una única hoja. Describir en detalle la forma final del papel con las relaciones complejas entre sus partes es dificilísimo, y de poca ayuda para lograr hacerlo. Mucho más útil y fácil de formular son las instrucciones sobre cómo doblar el papel. La razón para esto es que instrucciones simples sobre el plegado tienen implicaciones espaciales complejas.

Durante el desarrollo, de igual modo, la acción de los genes inicia secuencias de eventos que pueden acarrear profundos cambios en el embrión. Podemos considerar la información genética contenida en un huevo fertilizado equivalente a las instrucciones de plegado en el origami: ambas contienen un programa generativo para crear una estructura determinada.

Lewis Wolpert. “Principles of Development” (1997)

La exactitud no es la verdad

auto-retratos matisse

Henri Matisse preparó para una exposición en Filadelfia en 1948 una serie de cuatro auto-retratos dibujados y un breve texto con los que demostraba que la exactitud no  es la verdad.

Cada uno de los cuatro retratos difiere en aspectos fundamentales –barbilla potente vs. barbilla débil débil; narizota vs. naricita; ojos juntos vs. ojos separados- y sin embargo en todos ellos reconocemos sin lugar a dudas a Henri Matisse.

A partir de este sorprendente hecho, el artista argumenta que el carácter es más importante que los rasgos particulares y que la inexactitud anatómica de los rasgos no sólo no daña la representación del “carácter íntimo y verdad inherente de su personalidad” sino que ayuda a clarificarla.

Es decir, dibujar con precisión los rasgos no asegura que el retrato se parezca al retratado ya que lo fundamental es captar “su carácter”, eso que comparte cada una de las muy diferentes representaciones. En el arte –y, posiblemente, en la arquitectura- esa esquiva totalidad que se oculta tras la superficie es la auténtica verdad.

Nota:

Conocí este texto y dibujos gracias al primer volumen de “The Nature of Order”, la obra magna de Christopher Alexander, que lo utiliza para ilustrar el concepto de totalidad o integridad (“wholeness”) en el que basa la nueva visión del mundo que pretende transmitir en su tratado.

Orgánico vs. Racional

Cityinhistory

Me ha encantado encontrar en la parte dedicada a las ciudades medievales del genial ensayo «The City in History» (1961) de Lewis Mumford este pasaje en el que no sólo explica maravillosamente el resbaladizo concepto de «lo orgánico» sino que anticipa la idea de «patrón universal» que Christopher Alexander sistematizaría casi dos décadas más tarde:

«En el planeamiento orgánico, una cosa lleva a otra, y lo que empezó como el aprovechamiento de una ventaja accidental puede dar lugar a un elemento fuerte en el diseño, que un plan a priori nunca podría anticipar y probablemente ignoraría o descartaría. (…)

El diseño orgánico no empieza con una meta preconcebida: avanza de necesidad en necesidad, de oportunidad en oportunidad, en una serie de adaptaciones que se vuelven progresivamente coherentes e intencionadas, hasta generar un resultado final complejo pero no menos unificado que el que resulta de un plan geométrico preconcebido (…) Aunque el estado final del proceso no esté fijado de partida, como sucede con un orden más racional y no-histórico, esto no significa que las consideraciones racionales y la reflexión previa no hayan regido cada particularidad del diseño, ni que éste no forme un todo integrado.

Los que consideran el planeamiento orgánico indigno de tal nombre confunden el mero formalismo y regularidad con la adecuación a un fin, y la irregularidad con la confusión intelectual o la incompetencia técnica. Las ciudades medievales refutan esta ilusión formalista. Con toda su variedad, encarnan un patrón universal; y sus desviaciones e irregularidades no sólo suelen ser sensatas, sino también sutiles, en su fusión de necesidad práctica e intuición estética

Nota:

La traducción del fragmento es mía aunque gracias a la excelente editorial «Pepitas de Calabaza» contamos con una cuidada edición en español de este estudio clásico.

Nota 2:

A los interesados en este tema, les sugiero que lean también las entradas «Orden«, «Monk y el reloj torcido» y «La idea«.

La habitación exterior

outdoor room_rudofsky

El espacio exterior privado en las fachadas de los conjunto de vivienda colectiva puede adoptar una sorprendente variedad de formas y permitir diversos usos dependiendo de su dimensión y de su relación con el espacio público. Desde el más modesto balcón de dos palmos de ancho en el que sólo caben una o dos macetas y en el que la actividad típica es salir a fumar y asomarse a ver pasar la vida urbana, a los que permiten sentarse -aunque sea en un alfeizar o un diminuto taburete-, sacar una pequeña mesita para un café o una cerveza para una o dos personas, a los que superan los «6 pies de ancho»* y ya permiten comer «a la fresca» a toda la familia  y, por último, a ese espacio soñado que llamamos la habitación exterior.

La habitación exterior es exactamente eso: un espacio cerrado por sus cuatro lados pero abierto al cielo y al sol, que encontramos a veces en forma de patio integrado en una vivienda unifamiliar, o como diminuto jardín doméstico. Fue el gran hedonista Bernard Rudofsky quien acuñó por primera vez este concepto (en el capítulo «The Conditioned Outdoor Room» de su genial «Behind the Picture Window«) y, al analizar cómo las grandes vidrieras de la casa moderna habían reducido los jardines para vivir en jardines para contemplar, reivindicó la importancia de tener un espacio exterior acotado e íntimo en el que poder «trabajar, dormir, cocinar, comer, jugar y holgazanear»**.

rudofsky_nivola

Además de los incontables ejemplos de la antigüedad y la arquitectura vernácula -sobre todo mediterránea-, el propio Rudofsky construyó con Constantino Nivola un solarium-habitación exterior para la casa de este último en los Hamptons; pero no fue hasta hace un par de días –gracias al blog HicArquitectura–  que encontré un ejemplo de habitación exterior en un bloque de vivienda colectiva que no estuviese en la azotea o en contacto con el terreno.

Montpellier

Por ponerle una pega, para ser una auténtica habitación exterior, la intimidad es fundamental y esta foto en picado demuestra que los usuarios están muy expuestos a las miradas de los vecinos. Pero es una idea sugerente que ojalá fertilice.

Notas:

*Christopher Alexander sostiene en su «Lenguaje de Patrones» que las terrazas o blacones únicamente se utilizan a fondo cuando superan el 1.80 metros

**Alexander también incorporó este concepto tomado de Rudofsky -«Habitación Exerior»- como patrón 163.

¿Qué libro (de arquitectura) te llevarías a una isla desierta?

Esta pregunta puede tomarse como una oportunidad de reivindicar el libro que más te ha marcado (“El Modo Intemporal de construir”/»Un lenguaje de patrones» de Christopher Alexander o «Now I Lay Me Down to Eat» de Bernard Rudofsky), el que más te ha hecho reír (“¿Quien teme al Bauhaus feroz?” de Tom Wolfe) o ese al que vuelves con frecuencia (el “Diccionario de las artes” de Félix de Azúa, aunque no trate exclusivamente de arquitectura).

Manual del arquitecto descalzoPero si realmente me viese en ese brete, seguramente elegiría el “Manual del arquitecto descalzo” de Johan Van Lengen, un libro pensado para lectores sin ninguna experiencia previa o formación técnica en construcción que deseen construir su propia casa o aunar esfuerzos con otros para construir un edificio para la comunidad, contando únicamente con sus propias manos y herramientas muy básicas (de ahí el “descalzo” del título).

Aunque para alguien con formación en la materia gran parte de las páginas puedan parecer obvias, su gran virtud es precisamente partir de cero y del más estricto sentido común y explicar cómo elegir un buen emplazamiento (demostrando como la elección correcta es radicalmente diferente dependiendo del clima), como orientar la construcción ( en función del sol, el viento y la presencia de agua), cómo preparar el terreno, cómo hacer una cimentación y cómo construir las fachadas techos y pisos, cómo procurarse energía (molinos, calentadores de agua, fabricación de hielo…) y agua (bombas, transporte…) o cómo gestionar y aprovechar los residuos para compostaje.

Hojeándolo entran ganas de encontrarse en una isla desierta o en un territorio previo al imperio del dinero, la técnica y la normativa en el que las decisiones se tomaban in-situ sacando el máximo provecho de lo que cada entorno ofrecía y en el que cada persona o familia construía su propio refugio ante la intemperie.

Este libro de apariencia tan sencilla, basado en explicativos dibujos anotados, es una auténtica biblia de la auto-construcción y no se me ocurre otro libro que pudiese resultar más útil para urbanitas convertidos inesperadamente en robinsones.

Y tú, ¿cual elegirías?

El barracón 20 del MIT. Elogio de lo banal

En su ensayo “How Buildings Learn”, Stewart Brand propone introducir el factor tiempo en la valoración de la calidad de un edificio y defiende la tesis de que cuanto más adaptable sea una construcción, mayores serán sus posibilidades de sobrevivir.

mit bldg20

A lo largo del libro va estudiando (e ilustrando con elocuentes ejemplos) varias categorías de edificios con gran potencial de cambio y, entre ellas, destaca su reivindicación de los edificios banales (naves industriales, garajes, caravanas, contenedores…): dado que los usuarios no les otorgan ningún valor más allá de su utilidad, no temen intervenir en ellos mediante bricolaje, agujerearlos, construir forjados intermedios o modificar sus fachadas.

El edificio 20 del M.I.T. – que se construyó durante la segunda guerra mundial (1943) como una instalación temporal en la que desarrollar tecnología militar (allí se desarrolló el radar moderno)- es un anodino edificio de tres plantas, construido exclusivamente con la economía como principio rector, con estructura de madera, instalaciones vistas y particiones interiores de contrachapado. Estaba deficientemente calefactado y aislado, olía a moho y sus forjados crujían bajo el peso de las pesadas máquinas con las que algunos científicos experimentaban.MIT building 20

Sin embargo, consiguió sobrevivir hasta 1998 (cuando Brand escribió su libro, todavía estaba en pie) gracias a que era el contenedor ideal para las actividades más creativas de M.I.T. que no encajaban fácilmente en sus edificios más formales. Los investigadores lo modificaban a voluntad, añadiendo instalaciones sin miramientos y construyendo sus nichos personalizados según las necesidades de cada proyecto.

Building 20 interior

Por allí pasaron más de nueve premios Nobel de Física y allí desarrolló Noam Chomsky sus revolucionarias teorías lingüísticas. Allí se construyó una de las primeras cámaras anecoicas, allí desarrolló Amar Bose sus primeros altavoces y allí se desarrolló la fotografía estroboscópica. El edificio llegó a ser conocido como “la incubadora mágica” por la cantidad de descubrimientos y empresas que en él nacieron.

Desgraciadamente, la presencia de amianto y pintura de plomo acabó justificando su demolición y, lo que es más triste, su sustitución por un mamotreto arrugado de Frank Gehry que, al ser diseñado como “arquitectura de autor”, jamás podrá dar a los usuarios la libertad de intervenir y modificar el edificio que fue lo que hizo tan grande al barracón 20.

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Dos curiosidades:

how_buildings_learn_book-Entre los amigos del autor que leyeron el texto antes de su publicación se encuentran nada menos que el músico Brian Eno y el bueno de Christopher Alexander.

-La BBC hizo una serie de seis capítulos basada en el libro, que todavía no he tenido ocasión de ver.

 

 

Antiarquitectura y Deconstrucción

Antiarquitectura y Decosntrucción

Desde que leí el hilarante ¿Quien teme al Bauhaus feroz? de Tom Wolfe, los ataques a la modernidad arquitectónica constituyen uno de mis géneros literarios favoritos. Desgraciadamente –debido a que contradecir el consenso “pro-vanguardia” que emana de escuelas, revistas especializadas y suplementos dominicales implica la exclusión de puestos académicos, jurados de concursos o colaboraciones con los medios- las novedades editoriales en este campo son más bien escasas.

Por eso celebro la publicación de Anti-arquitectura y Deconstrucción: El triunfo del nihilismo de Nikos Salíngaros (Diseño Editorial, 2014) -una recopilación de artículos contra lo que Salingaros llama “anti-arquitectura” que incluye colaboraciones de otros autores y se cierra con una entrevista con el pope Christopher Alexander (con quien el autor colaboró durante años en la preparación de “The Nature of Order”)- y que representa una valiente aportación a esta literatura.

Desde luego, hay que ser osado para abrir el libro con las elogiosas palabras del Príncipe Carlos de Inglaterra -ese conservador a ultranza del que tanto se han mofado los arquitectos modernos por sus intentos de combatirlos- y aún más para argumentar con aplomo que la arquitectura moderna es un virus (y una secta) capaz de acabar con la cultura, para discutir el barniz izquierdista que suele atribuirse a toda vanguardia, o para interesarse por la esfera espiritual y religiosa de la disciplina.

El grueso del ensayo está dedicado a desmontar convincentemente el discurso oscurantista (“el virus Derrida”) y el prestigio de las obras “destructoras de vida” propios de los arquitectos “deconstructivistas” (Libeskind, Eisenmann, Koolhas, Tschumi, Gehry…) con referencias a la nefasta influencia de Le Corbusier y algún artículo puntual (el dedicado al museo romano de Richard Meier) que amplían la diana a otras líneas de diseño “anti-arquitectónico”.

No creo que los “deconstructivistas” sean el problema sino sólo su manifestación más extrema y descarada ; los más recatados “minimalistas” también viven por y para la imagen. Por eso, al explicar un proceso global no limitado a la arquitectura deconstructivista, la parte que más me ha impactado de este ensayo es la sugerente explicación del mecanismo mediante el cual algunas imágenes van legitimando determinadas arquitecturas y, a su vez, los edificios vuelven a reforzar dichas imágenes en un proceso patológico – en el que los tics formales modernos funcionarían como los memes de Richard Dawkins propagándose más rápidamente cuánto más simples son- que va cubriendo la faz de la tierra de arquitecturas en el mejor de los casos inertes y en el peor aniquiladoras.

Pienso que el auténtico lenguaje de la arquitectura trasciende los estilos y, por ello, no puedo compartir el odio visceral de Salíngaros hacia la arquitectura moderna y contemporánea. De hecho, me inquieta que el autor incida tanto en cuestiones estilísticas y confiese abiertamente su incomodidad porque uno de los arquitectos que contribuyen un texto al libro (la excelente crítica del museo berlinés de Libeskind que firma Hillel Schoken) proyecte edificios “modernos” y que -exceptuando una mención de pasada a la “modernidad adaptativa” de Dimitri Pikionis- la única práctica contemporánea que parece aprobar sea la arcaizante obra de Alexander, Porphyrios, Krier y compañía. Tampoco creo que haya que promover el advenimiento de un nuevo paradigma arquitectónico sino luchar por promover la buena arquitectura que siempre existe (aunque sea alejada de los focos mediáticos).

Pero –a pesar de las discrepancias mencionadas y de estar convencido de que el mensaje se transmite mucho más eficazmente con humor (y concisión) que cuando se plantea como una cruzada contra un enemigo que encarna un mal absoluto capaz de destruir nuestra civilización- sí simpatizo con la lucha de Salíngaros contra el oscurantismo, el imperio de la imagen, la complicidad de los críticos o la inconsistencia de los discursos seudocientíficos que legitiman esas arquitecturas “vanguardistas” en las que resulta imposible encontrarse bien; y considero que un ensayo que cuestiona tan abierta y apasionadamente el discurso dominante bien merece ser leído y discutido.

Nota: Desgraciadamente, este tipo de iniciativas editoriales no cuentan con los medios que merecen y la edición y traducción dejan bastante que desear por lo que recomiendo a los interesados la versión inglesa del texto.

3×15

Ayer tropecé tres veces con el número 15:

-Las 15 tramas geométricas pentagonales

15 tramas 1

Nunca había sospechado que se pudiesen generar tramas regulares a partir de pentágonos irregulares pero este artículo del Guardian me ha sacado de mi ignorancia. Resulta que hasta la fecha se conocían 14 de esos pentágonos y se ha tardado tres décadas en descubrir un (¿el?) décimo-quinto.

15 tramas 2

Me sorprendió que hubiese tantas tramas regulares posibles a partir de un pentágono y aún más el hecho de que no sea un campo cerrado y se sigan descubriendo hoy en día nuevos patrones.

– Las 15 propiedades de una arquitectura viva:

the nature of orderComo admirador de “El modo intemporal de construir” y “Un lenguaje de patrones” me estoy planteando invertir en el magnum opus de Christopher Alexander “The Nature of Order” en el que sostiene que son 15 las propiedades geométricas necesarias para generar una arquitectura viva. Son cuatro tochos muy caros y temo que un poco místicos, de ahí mis dudas.

– Las 15 rocas del jardín zen de Ryoan-ji en Kyoto.

Diagram-ryoanji

Parece ser que los budistas asocian el número 15 a la perfección y este célebre jardín – que se organiza alrededor de 15 rocas que no pueden verse a la vez- podría ilustrar la imposibilidad de alcanzarla.

El no se qué

lenguaje de patrones Se tiende a pensar que el vocabulario de la arquitectura está compuesto por elementos (columna, cornisa, dintel…) o formas (ojival, apaisado…) o que tiene que ver con los estilos (dórico, manierista, art-decó…). Y aunque todos esos vocablos forman indudablemente parte del mundo del arte y la construcción, pienso que -si conseguimos prescindir de la visión estilística e histórica que todo lo impregna- el verdadero lenguaje de la arquitectura se compone más bien de ciertas relaciones entre elementos que se encuentran en infinitas formas y variaciones y en diferentes épocas y culturas.

Christopher Alexander – quien consideraba que celebrar la vida y disfrutar de esos momentos en que nos sentimos más vivos es la finalidad de nuestro breve paso por la tierra y construir un entorno que no sólo posibilite sino que potencie la aparición de tales momentos debería ser la finalidad de la arquitectura- ha dedicado su vida a identificar y explicar este conjunto de relaciones (a los que llamó “patrones”) que permiten que surja lo que el llamó “la cualidad sin nombre” -eso que “las palabras no logran designar porque es más precisa que cualquier palabra” pero a lo que aluden términos como “viviente”, “integral”, “cómodo”, “intemporal”, “suelto y fluido” o “carente de yo”- que comparten las  mejores arquitecturas. Lo llamó “el modo intemporal de construir”, el que la humanidad ha utilizado inconscientemente, sin necesidad de arquitectos, desde la noche de los tiempos hasta que en algún momento olvidó como hacerlo. Lo planteó en “El Modo Intemporal de Construir”, donde expone los principios generales e instrucciones de uso, y lo desarrolló en “Un Lenguaje de Patrones”, donde detalla los patrones propiamente dichos.

Su gran aportación fue conseguir identificar muchas de esas relaciones entre elementos (patterns) que nos hacen sentir vivos para que podamos utilizarlos al intervenir en nuestro entorno. Esos “patrones”, con nombres como “lugar ventana”, “transición en la entrada”, “tejado protector”, “luz en dos lados de cada habitación”, “habitación exterior”, “lugar al sol”, “gabinetes”, “variedad de alturas de techo” o “lugar columna”, me parecen que se acercan mucho a la esencia de la arquitectura tal como la experimentamos las personas. Alexander identificó 253 de ellos y los explicó uno a uno mediante una combinación de texto, dibujos e inolvidables fotografías (y hasta los clasificó por importancia con estrellitas). Una vez los conoces, los encuentras por todas partes en arquitecturas de cualquier época. Miras (y ves) la arquitectura de otra manera. Es un sistema abierto- cada persona puede encontrar otros- que se centra en identificar las situaciones en que nos sentimos mejor y se abstiene de prescribir formas concretas.

Pese a cierto tufillo new-age en la prosa de  “El modo intemporal de construir”, a que la aplicación que el propio Alexander hace de sus teorías de lugar a obras tan arcaizantes como el café Linz o el campus Eishin (cuando creo percibir la escurridiza cualidad sin nombre en obras de Aalto, Barragán, Rudofsky o Scharoun), y a considerar que los arquitectos sí podemos (y debemos) ayudar a mejorar nuestro hábitat, me parece que nadie se acercó tanto como él a la identificación de los verdaderos componentes de la arquitectura –sus “palabras”- que algún día -cuando veíamos la realidad directamente- nos resultaron evidentes pero que hoy necesitamos redescubrir eliminando los miedos, imágenes y filtros mentales que han conseguido separarnos de ellos.

Dicen que sólo conocemos aquello que podemos nombrar pero, paradójicamente, Alexander se aproximó al  lenguaje profundo de la arquitectura persiguiendo lo innombrable -esa  “cualidad sin nombre” a la que también San Juan de la Cruz y Fisac se referían como “el no se qué”.

Nota: Por alguna razón inexplicable (según Díez del Corral -su máximo apologeta nacional- porque su edición reduciría drásticamente las ventas de los demás libros de arquitectura de su catálogo) las obras de  Alexander están descatalogadas por Gustavo Gili desde hace años. Estaría muy bien que alguien se animase a re-editarlas porque están más vigentes que nunca. Lo mismo pude decirse de las de Bernard Rudofsky que, a excepción de «Arquitectura sin arquitectos» y «Los constructores prodigiosos», ni siquiera se publicaron en su día. No es casual que Alexander ilustrase algunos de sus patrones con imágenes de Rudofsky.

Nota 2: La ilustración de este texto es de Nikos Salingaros

La idea

CONCEPTO_foa virtual house

“Mi arquitectura tiene tantos flujos como la de Zaera, lo que pasa es que hoy hay un tipo de edificios que busca reconocerse con la idea de flujo … Si además hay un enunciado previo teórico que habla de los flujos, éste parece legitimar esas formas y se convierte en una explicación supuestamente coherente de algo en realidad caprichoso”  Victor López Cotelo. Entrevista en “El Pais” 12/07/2003

En la escuela, al arrancar un proyecto lo crucial era tener “la idea”. Es decir, un “concepto” fuerte que guiase su desarrollo, y en esos momentos de duda que inevitablemente surgen, nos permitiese optar siempre por la solución mas “coherente” con esa “idea” previa, aquella que más potenciase su legibilidad o visibilidad en el resultado final.

Por poner un ejemplo que estuvo bastante de moda, si la idea era “el flujo”-monumentalizar la circulación hasta convertirla en el argumento central del proyecto-, la propia forma del edificio debía ser la expresión de ese movimiento, sus suelos y paredes del mismo material la expresión de la continuidad espacial- y hasta el encuentro entre ellos debía evitar esas aristas vivas que marcarían una separación clara optando en su lugar por ligarlas con superficies curvas (con “fillets” en vez “chamfers”, por decirlo en lenguaje CAD). No es-como señaló López Cotelo al comentar la obra de Zaera, principal inspirador de estas “ideas”- que sus edificios (y los de sus imitadores) tengan más flujos que los de los demás, sino que convierten la expresión de ese aspecto particular en el principal argumento proyectual. Lo que podría ser un esquema de partida para la organización de la circulación por su interior, se convierte en un edificio-suprimiendo o callando todas las otras variables a las que una construcción debería dar respuesta. Es una metonimia arquitectónica en la que se toma una parte del edificio para representar un todo.

Aunque la monumentalización del flujo es un ejemplo extremo por la ruptura formal que produce (la idea puede otras veces ser dos bloques de escollera –el Kursaal de Moneo-, el pixelado de una foto de Marylin- el proyecto de Herzog y de Meuron en Tenerife, o “la ola solidificada” de Grimshaw en A Coruña), todas las aproximaciones al proyecto que parten de un a priori formal, son las propias de lo que Pallasmaa llama “la arquitectura del ojo”, a la que opone la obra de Aalto que -en vez de someter sus edificios a una única idea formal totalizadora- los enfoca como “aglomeraciones sensoriales”*.

Una arquitectura basada en el “realismo sensorial”, que “dibujada puede parecer torpe” porque está concebida para ser apreciada al encontrársela física y espacialmente “de cuerpo presente”, en el mundo real y no como la construcción de una imagen previa que vuelve artificial e inerte el resultado.

La idea del edificio como “aglomeración sensorial” me parece muy sugerente, por su renuncia a la búsqueda de la unidad, porque vuelve a poner al ser humano y sus sensaciones en el centro y porque ese proceder por agregación de episodios es el característico de la mejor arquitectura sin arquitectos (y de su reformulación como lenguaje de “patrones” que llevó a cabo Christopher Alexander y su equipo de investigadores).

 

*Juhani Pallasmaa. “The eyes of the skin” (Wiley-Academy, 2005):“Instead of the disembodied Cartesian idealism of the architecture of the eye, Aalto´s architecture is based on sensory realism. His buildings are not based on a single dominant concept or gestalt; rather, they are sensory agglomerations”

 

Tres peligros del dibujo

DIBUJO- De La Sota

“No se debe nunca erigir desde un plano, desde un dibujo; todo lo contrario, el auténtico camino es crear en el espacio infinitas posibles proyecciones, hijas, no madres.” Eduardo Chillida (“Escritos” )

El dibujo es una de las herramientas principales de la arquitectura y, excepto en los casos más extremos e inmediatos de autoconstrucción, acompaña necesariamente el proceso de proyecto y construcción de los edificios -desde los primeros tanteos mediante bocetos hasta la definición de plantas, fachadas y detalles constructivos-, y permite fijar y transmitir ideas, atmósferas o dimensiones.

Una herramienta que permite aproximarse a algo complejo, tridimensional y en lo que intervienen varios sentidos reduciéndolo a líneas, manchas y signos sobre un papel pero tan poderosa que si olvidamos su papel subordinado y le otorgamos un papel excesivamente importante puede pasar de aliada a enemiga.

El primer peligro es que su gran poder de sugestión puede confundirnos y llevarnos a pensar que un bonito dibujo implica un buen edificio. Por eso un gran arquitecto (y excelente dibujante) como Alejandro de la Sota recomienda prescindir de efectos pictóricos al representar un edificio:

“No son mejores los edificios por muchas sombras que se dibujen en sus proyectos. La arquitectura es un problema mental y como tal debe ser planteado y resuelto. El dibujo artesanal generalmente oculta lo no resuelto, lo ni siquiera planteado. Dos planos se cortan en una recta, que es la que debe dibujarse. Las sombras en los edificios son variables o no existen. ¿No hay arquitectura en días nublados o durante la noche?” Alejandro de la Sota (“Escritos, conversaciones, conferencias”)

También existe el riesgo de encariñarse con un dibujo hasta el punto de que nos cueste desprendernos de él y lo que representa, aunque otras señales nos estén indicando que tal vez sería conveniente enfocar el proyecto de otra manera. Esto puede pasar con un boceto inicial en el que creemos ver algo que vale la pena perseguir o investigar, pero también cada vez más –dado que el dibujo asistido por ordenador permite generar con bastante rapidez un importante volumen de planos “acabados”- en fases posteriores del proyecto. Para evitar esto, lo más inteligente es dibujar poco para evitar encapricharse de algún dibujo o sentir pena por el trabajo desperdiciado, tal como explican Lacaton y Vassal, hablando de la sorprendente casa atravesada por pinos que proyectaron en Cap Ferret:

“Cada proyecto parte de cero. No partimos de ideas a priori. (…) Apenas dibujamos y, gracias a ello, no nos bloqueamos en una imagen. Al dejar muy pocos rastros de nuestras investigaciones podemos evolucionar sin problemas. Si llegamos a la conclusión de que hay que cambiarlo todo, nadie puede referirse a un dibujo anterior.” Lacaton&Vassal (2G. Conversación con Patrice Goulet ) 

Y por último, existe el riesgo potencialmente aniquilador de pensar que lo que construyamos será mejor cuánto más se aproxime a su representación gráfica previa, despreciando el enriquecimiento que puede suponer ajustar lo proyectado a aquellas sutilezas del lugar y el propio proyecto que aparecen en el proceso de puesta en obra:

“La persona que traza un plano no puede dibujar de manera diferente cada ventana ni cada ladrillo porque carece de base para conocer las sutiles diferencias que se requerirán. Esto sólo queda en claro cuando el proceso de construcción real está en curso. O sea que el dibujante los hace todos iguales porque sentado ante el tablero de dibujo no tiene ninguna razón para hacerlos diferentes. Pero si el constructor construye según un dibujo detallado y su contrato lo limita a hacer el edificio exactamente igual al plano, hará idénticos los detalles para cumplir lo que indica el dibujo…y el edificio real será inerte y artificial.” Christopher Alexander (El Modo Intemporal de Construir) 

Todas estas advertencias sobre los riesgos de encariñarnos de un boceto, dejarnos engañar por las sombras o elevar a ley lo que no es más que una simplificación nunca apearán, ni lo pretenden, al dibujo de su posición privilegiada entre las herramientas del arquitecto, pero sirven para recordarnos los peligros de confundir una herramienta con su fin, peligros que non han hecho más que aumentar en paralelo al incremento imparable de nuestra capacidad de representación mediante la tecnología.