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I love my house (arquitecturas felices)

Sumidos en plena crisis cuesta creerlo, pero hubo no hace tanto tiempo-sobre todo en los Estados Unidos- una época de optimismo desbordante ante la vida. Habían ganado la guerra, la economía iba como un tiro y tenían una confianza absoluta en que el progreso no tenía límites.

Aunque fuese un espejismo, fue un momento feliz que produjo arquitecturas felices. Por un lado estaban los que aspiraban a universalizar el estilo de vida moderno con sol, luz y vida al aire libre, intentando plantear modelos económicos repetibles-el programa de las Case-Study Houses o la iniciativa de Joseph Eichler- y, por otro, los más fieles al individualismo característico de los norteamericanos-como mi admirado John Lautner o, el protagonista del post de hoy, Andrew Geller.

Geller fue un auténtico innovador en el diseño de segundas residencias, de formas juguetonas y extravagantes que constituían un marco perfecto para un estilo de vida hedonista (pre-ley de costas, todo hay que decirlo). Aunque puedan parecer “frívolas”, aquí donde tan arraigados están entre algunos arquitectos la austeridad, el no pasarse, la sobriedad y otros valores de tradición católica; y entre algunos clientes el imaginario Falcon Crest/narcopazo y sus variantes regionales, me parece que podemos aprender valiosas lecciones de sus propuestas. Por ejemplo, que existen vías más desenfadadas de resolver el problema de la segunda residencia, o que se debe intentar que la huella del edificio sea la mínima posible y que hay pocas cosas de peor gusto que una casa fuera de escala.

Porque aunque Geller siempre buscaba esquemas formales potentes, sintetizables casi en un logotipo (casa “Faro”, casa “A”, casa “Monopoly”, casa “Tetrabrik Tumbado”…) y en cierto modo  sus viviendas podrían calificarse de “caprichosas”, también es innegable que se ajustaban como un guante a las necesidades de sus clientes. Eran baratas, muy pequeñas pero espaciosas, con un carácter juguetón ideal para un refugio de vacaciones, y con un aire de precariedad/provisionalidad muy apropiado a su emplazamiento entre dunas. Por desgracia, dicha precariedad era algo más que una imagen, y las mareas vivas de los Hamptons y Fire Island se llevaron por delante algunas de sus más valiosas creaciones. Pero aún más destructivo que las mareas fue el mal gusto de los nuevos ricos que compraban sus casas para demolerlas y sustituirlas por desmesurados bodrios neo-coloniales (las McMansion las llamaba él).

En todo caso, independientemente de los vaivenes de la crítica, creo que para un arquitecto hay pocas recompensas más gratificantes que recibir una carta como la  que le envió su clienta la señora Eileen Hunt:

Nota 1:  Debo esta información al estupendo libro «Beach houses. Andrew Geller» de Alastair Gordon (Princeton Universty Press, 2003) que conseguí de saldo en el remate final de la desaparecida, y nunca suficientemente llorada, librería barcelonesa Interlibro.

Nota 2: Los proyectos de las casas playeras de Geller los hacía en su tiempo libre, ya que trabajaba a tiempo completo en la oficina de Raymond Loewy

Nota 3:  Andrew Geller  murió en Diciembre del año pasado a los 87 años. Su muerte parece  haber despertado el interés en proteger su legado:

http://www.andrewgeller.net/