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El cofre de la Sra. McCoy

Retrato McCoy

Como orgulloso propietario del catálogo «Blueprints for Modern Living: History and Legacy of the Case Study House» y, sobre todo, de  «The Second Generation» (donde descubrí a Gregory Ain) admiro el trabajo de Esther McCoy y me ha encantado enterarme de que  su  maravilloso archivo está a disposición de quien quiera consultarlo.

Tras trabajar en el estudio del genial heterodoxo R.M. Schindler , Esther McCoy se convirtió en la gran difusora de la arquitectura moderna en Estados Unidos y tuvo la suerte de tratar con gran parte de los mejores arquitectos de su época cuando investigaba para sus artículos, libros y exposiciones.

En este auténtico cofre del tesoro podemos encontrar -además de los borradores de sus escritos y conferencias- (más…)

Cuevas

CUEVA_ANDRE BLOC MEUDON

La caja es la metáfora por excelencia de la arquitectura moderna. Una caja cerrada, rectilínea, precisa y contenida. Una caja artificial, pura, pulida, fría y brillante. Una caja producida en serie, de bordes cortantes y que suele envejecer mal.

La cueva -un arquetipo arquitectónico alternativo- es abierta, tosca y de formas imprecisas. Está hecha con materiales naturales. Es oscura y apagada. Una pieza única, de bordes suaves, a los que la pátina y la corrosión enriquecen.

Fue, además, el primer lugar al que acudimos para protegernos de la naturaleza hostil y el lugar donde creamos las primeras imágenes. Y, tal como nos recuerda Rudofsky, no era el hogar de esos homínidos que con una mano blandían amenazadoramente un palo mientras con la otra arrastraban a su mujer por el cabello que fijaron en nuestra mente los cómics y dibujos animados, sino el lugar donde probablemente nació Jesucristo y donde habitaba gente pacífica con mejor olfato, mejor vista y cerebros más grandes que los nuestros.

En un origen, es una naturaleza que ocupamos pero, al humanizar el aire que contiene, pintando sobre sus paredes -como en Chauvet o Altamira- o construyendo la fachada que le falta -como en Setenil de las Bodegas-, convertimos esa naturaleza en arquitectura.

A veces las creamos artificialmente, excavando pacientemente las rocas que lo permiten, sean calizas –como en la Capadocia- o volcánicas -como en Masafra- o cavando el suelo que pisamos para construir auténticas ciudades subterráneas -como en Shensi o Kansu-.

La casa Elrod de John Lautner, la última morada de O’Gorman, la capilla de Bruder Klaus de Zumthor, las intervenciones de André Bloc en Meudon, de Manrique en Lanzarote, o esa cueva de luz que ideó Frei Otto para Mannheim nos recuerdan que mucho tiempo después de perder el recuerdo de nuestra primera casa, seguimos construyendo espacios que nos evocan aquella sensación primigenia de refugio. Venimos de la caverna y el eco de aquel espacio todavía resuena poderosamente en nosotros.

Bibliografía:

Félix de Azúa- “Inícuo paso primitivo” en “Autobiografía sin vida” (Mondadori, 2010). Este capítulo es un ensayo sobre las pinturas de Chauvet, que desmonta magistralmente la tradicional idea de considerarlas primitivas.

John S. Taylor- “Commonsense Architecture: A Cross-Cultural Survey of Practical Design Principles” (W.W. Norton & Company, 1983). Un pequeño clásico olvidado (magníficamente ilustrado a mano por su autor)

Bernard Rudofsky- “In praise of caves” en “The Prodigious Builders” (Harcourt Brace Jovanovich, 1977). El esencial desarrollo de lo esbozado en «Arquitectura sin Arquitectos».

Leonard Koren- “Wabi-Sabi para Artistas, Diseñadores, Poetas y Filosófos” (Sd edicions, 2010). Este curioso libro, en el que opone el cuenco a la caja, fue el que me dio la idea para esta breve entrada. Aún más interesante es «Desdiseñando el baño«, en la misma editorial.

Depresiones Culinarias

En el Kamalea -un pequeño bar en la plaza de San Martín Pinario de Santiago escalonado en dos niveles-, una gran encimera de mármol blanco -dispuesta a esa altura precisa que le permite funcionar con naturalidad como barra por un lado y mesa por el otro- se  convierte en el elemento central del espacio y logra transformar un difícil problema en el principal atractivo del local.

Al darle vueltas a lo agradable que resulta esta particular relación espacial, recordé dos proyectos singulares en los que se deprimen intencionadamente las cocinas para explotar las posibilidades arquitectónicas del desnivel.

Carling House – John Lautner (1947-1949)

Carling House 2

Esta pequeña casa de un único dormitorio es, en mi opinión, una de las más logradas del heterodoxo maestro californiano. Bajo el techo hexagonal -soportado únicamente por tres apoyos- se sitúa la sala en la que la pared-sofá situada al sur pivota sobre la terraza para abrir literalmente la vivienda al exterior en verano. La cocina se relaciona con la sala a través de una barra que relaciona los dos niveles exactamente de la misma manera que el bar compostelano.

Carling House 3

Edificio Jaragua- Paulo Mendes da Rocha (1984-1988)

Mendes da Rocha_Jaragua_foto NelsonKon

Cuando la mayor parte de los arquitectos perdían el culo por aderezar sus obras con guiñ(ap)os posmodernos, nuestro hombre mantenía su fe inquebrantable en el poder de la arquitectura moderna y se sacaba de la chistera este fantástico edificio de viviendas (una por planta), en el que para explotar la posición dominante sobre los valles de los ríos Tietê y Piñeiros, deprime la planta en dos de sus orientaciones, de manera que desde la sala se disfruta de una fantástica vista panorámica por encima de la cocina.

Mendes da Rocha_croquis Jaragua

Las viviendas cuentan con escalera de servicio por lo que sospecho que el interés de los propietarios por relacionarse con el cocinero era nulo. En este caso, primaban las vistas desde arriba a la óptima relación entre las dos plataformas por lo que el desnivel es dos peldaños mayor que en la casa Carling o el bar compostelano.

Dos palmos pueden cambiarlo todo.

Bibliografía:

-“Mendes da Rocha”. Gustavo Gili/Blau, 1996

-“Paulo Mendes da Rocha. Fifty Years”.Rizzoli, 2007

-“John Lautner, architect”. Birkhäuser/Princeton Architectural Press, 1998

Estorbos (2). Las rocas

Además de los árboles, la otra gran víctima de la manía de “preparar” las parcelas antes de construir son los accidentes topográficos y, muy especialmente, las grandes piedras que a veces afloran en ellas. Pero también las rocas pueden ser valoradas como parte integral del paisaje aunque su preservación implique complicar el proyecto y la construcción. Veamos algunos ejemplos de arquitectura doméstica en los que esta actitud se lleva al extremo para potenciar la disolución de los límites entre interior y exterior que caracteriza eso que a veces llaman “arquitectura orgánica”.

Casa en Canoas, Río de Janeiro (Brasil)- Oscar Niemeyer (1953-1954)

OSCAR-NIEMEYER_Casa_das_Canoas_Rio_de_Janeiro-1

 Casa-de-Canoas-Rio-de-Janeiro-Brasil-Oscar-Niemeyer

Al diseñar su propia casa, Oscar Niemeyer no sólo respetó la gran piedra existente sino que la convirtió en el elemento que conecta el mundo interior (casa) con el exterior (piscina). Media piedra dentro, media piedra fuera.

Casa en Palm Springs, California – Albert Frey (1963-1964)

Albert Frey_Palm Springs 1

Albert Frey_Palm Springs 2

En la segunda casa que se construyó  en el desierto del sur de California – un refugio mínimo en la ladera que domina la ciudad-  el inmigrante suizo Albert Frey optó por una ligerísima cubierta de chapa que se apoya en una estructura mínima y en una inmensa roca que entra en la casa y ayuda a cualificar el espacio separando la zona de estar de la de dormir.

Casa Elrod, Palm Springs, California- John Lautner (1968)

John Lautner_Elrod House

lautner_elrod house 3

Para el gran Lautner, si no hay piedras a la vista, se descubren. En esta alucinante casa- residencia del villano en la película “Diamonds are forever” de James Bond – decidió excavar el terreno 240 cms para que aflorasen las rocas que permitían “convertir la casa en parte del desierto y de la propia montaña”. Una fresca cueva para un clima hostil.

Bibliografía:

– Visions of the Real: II. Modern Houses in the 20th Century. A+U October 2000 Special Issue.

– Aprendiendo de todas sus casas. Iñaki Alday/José Llinás/José A. Martínez Lapeña/Rafael Moneo. ETSAV/Edicions UPC, 1996.

– Palm Springs Weekend. The architecture and Design of a Midcentury Oasis. Alan Hess/Andrew Danish. Chronicle Books, 2001.

-John Lautner, Architect. Frank Escher.  Princeton Architectural Press, 1998.

La (otra) capilla del bosque

Hojeando un curioso libro llamado “Sacred Buildings. A Design Manual”  de Rudolf Stegers me enteré de la existencia de otro destacado discípulo de Frank Lloyd Wright, además de mis admirados Schindler y Lautner.

El arquitecto se llama Euine Fay Jones y la obra que me llamó tan poderosamente la atención es la Thorncrown Chapel que construyó en 1980 en Eureka Springs, Arkansas. Frente al protagonismo del espacio interior de los otros ejemplos recogidos en el libro, la Capilla de la Corona de Espinas es un ejemplo de la arquitectura más esencial: una cubierta-una sombra- en el medio de un bosque de robles y arces. La unidad material (está construida íntegramente en madera local), la gran transparencia y las cuidadas proporciones (los pilares miden aproximadamente lo mismo que los troncos de los árboles vecinos) permiten que se funda completamente con el entorno.

Aunque algunos detalles puedan remitir al maestro Wright, me parece una construcción tan “natural” que resulta difícil de datar. Encuentro que tiene “eso” tan difícil de conseguir: un carácter intemporal.

Nota:

Teniendo en cuenta que esta obra fue considerada la mejor de 1981 y entre las diez más importantes del siglo XX por el American Institute of Architects, nunca dejará de sorprenderme lo eurocéntrica que llega a ser nuestra formación.

I love my house (arquitecturas felices)

Sumidos en plena crisis cuesta creerlo, pero hubo no hace tanto tiempo-sobre todo en los Estados Unidos- una época de optimismo desbordante ante la vida. Habían ganado la guerra, la economía iba como un tiro y tenían una confianza absoluta en que el progreso no tenía límites.

Aunque fuese un espejismo, fue un momento feliz que produjo arquitecturas felices. Por un lado estaban los que aspiraban a universalizar el estilo de vida moderno con sol, luz y vida al aire libre, intentando plantear modelos económicos repetibles-el programa de las Case-Study Houses o la iniciativa de Joseph Eichler- y, por otro, los más fieles al individualismo característico de los norteamericanos-como mi admirado John Lautner o, el protagonista del post de hoy, Andrew Geller.

Geller fue un auténtico innovador en el diseño de segundas residencias, de formas juguetonas y extravagantes que constituían un marco perfecto para un estilo de vida hedonista (pre-ley de costas, todo hay que decirlo). Aunque puedan parecer “frívolas”, aquí donde tan arraigados están entre algunos arquitectos la austeridad, el no pasarse, la sobriedad y otros valores de tradición católica; y entre algunos clientes el imaginario Falcon Crest/narcopazo y sus variantes regionales, me parece que podemos aprender valiosas lecciones de sus propuestas. Por ejemplo, que existen vías más desenfadadas de resolver el problema de la segunda residencia, o que se debe intentar que la huella del edificio sea la mínima posible y que hay pocas cosas de peor gusto que una casa fuera de escala.

Porque aunque Geller siempre buscaba esquemas formales potentes, sintetizables casi en un logotipo (casa “Faro”, casa “A”, casa “Monopoly”, casa “Tetrabrik Tumbado”…) y en cierto modo  sus viviendas podrían calificarse de “caprichosas”, también es innegable que se ajustaban como un guante a las necesidades de sus clientes. Eran baratas, muy pequeñas pero espaciosas, con un carácter juguetón ideal para un refugio de vacaciones, y con un aire de precariedad/provisionalidad muy apropiado a su emplazamiento entre dunas. Por desgracia, dicha precariedad era algo más que una imagen, y las mareas vivas de los Hamptons y Fire Island se llevaron por delante algunas de sus más valiosas creaciones. Pero aún más destructivo que las mareas fue el mal gusto de los nuevos ricos que compraban sus casas para demolerlas y sustituirlas por desmesurados bodrios neo-coloniales (las McMansion las llamaba él).

En todo caso, independientemente de los vaivenes de la crítica, creo que para un arquitecto hay pocas recompensas más gratificantes que recibir una carta como la  que le envió su clienta la señora Eileen Hunt:

Nota 1:  Debo esta información al estupendo libro «Beach houses. Andrew Geller» de Alastair Gordon (Princeton Universty Press, 2003) que conseguí de saldo en el remate final de la desaparecida, y nunca suficientemente llorada, librería barcelonesa Interlibro.

Nota 2: Los proyectos de las casas playeras de Geller los hacía en su tiempo libre, ya que trabajaba a tiempo completo en la oficina de Raymond Loewy

Nota 3:  Andrew Geller  murió en Diciembre del año pasado a los 87 años. Su muerte parece  haber despertado el interés en proteger su legado:

http://www.andrewgeller.net/