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Sillas de México

 

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Nos habíamos acercado a la galería Kurimanzutto a visitar la exposición “Sillas de México”, un montaje ejemplar en el que se muestran algunas de las sillas diseñadas por Óscar Hagerman y su evolución en los 50 años que han pasado desde la mítica “Arrullo” de 1969. En la gran nave blanca personalizada con un irregular zócalo de barro y paja, sobre un gran petate tejido por su colaborador habitual Nacho Morales, decenas de sillas se agrupan informalmente por familias (Arrullo, Maya, Ruiseñor y Colibrí) frente a una breve descripción manuscrita por Hagerman  sobre la pared y un plano a escala natural. En una esquina, una gran mesa presenta preciosas maquetas de otros modelos desarrollados por el autor a lo largo de una vida dedicada al diseño.

Al salir, entusiasmados, paramos en la librería a comprar el pequeño catálogo y –justo tras pasar por caja- la entrañable figura canosa y encorvada que conocíamos por su libroel hermoso documental que le dedicó uno de sus hijos, entra en la pequeña tienda y una de las encargadas le dice que su presentación empieza en quince minutos.

 

 

Este increíble golpe de suerte nos permitió asistir a una clase magistral de hora y media, que empezó con Hagerman invitando a los asistentes a formar un circulo de sillas a su alrededor, con cada visitante acercándose con la que tuviese a mano en ese momento, y terminó –tras una nueva reorganización de los objetos de la muestra sobre los que habíamos asistido a la informal conversación- con el gran arquitecto recorriendo toda la sala y explicando detalladamente los diferentes tipos de tejidos y maderas, la evolución de la artesanía a los contrachapados cortados por computadoras, los mejores tratamientos para cada tipo de madera (Bona para el pino y las maderas claras, aceite de linaza o coco para las oscuras) y las sutiles variaciones en la ergonomía y facilidad de montaje que diferencian a las diferentes ramas de esta gran familia mobiliaria.

Su candidez y generosidad nos regalaron infinidad de anécdotas difíciles de resumir en una breve reseña: desde sus inicios en una cooperativa de Neza,  hasta su opinión (sorprendentemente ecuánime) sobre las sillas de plástico y las de IKEA, pasando por el reconocimiento de sus errores de diseño (el respaldo demasiado bajo de la “Arrullo” original), su orgullo por las decenas de miles de copias que ha encontrado en los mercados rurales a lo largo de los años, su lucha tenaz por lograr sillas que pudiesen competir en precio con las industriales (lamentando no lograr bajar de los 150 pesos en algunos de sus modelos), su devoción por la primera silla de Aalto que su padre le regaló y todavía usa, o las tristes circunstancias familiares que le impidieron participar en las labores de reconstrucción tras el sismo del 19-S. Un auténtico lujo.

Cuando conoces a algún personaje que admiras existe siempre el riesgo de que la imagen idealizada que te habías formado de él cambie para siempre. Óscar Hagerman es exactamente el sabio bondadoso y entrañable que imaginaba y haber compartido con él esta hora y media de un sábado de septiembre es una experiencia que jamás olvidaré.

La exposición termina en una semana. No se la pierdan.

El patio de mi casa

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Por fin he tenido ocasión de ver en la cineteca de la Ciudad de México el documental «El patio de mi casa» que mencionaba en el post de hace unas semanas dedicado al arquitecto Óscar Hagerman. La película es un conmovedor homenaje de Carlos Hagerman a sus dos padres -Óscar y Doris- en el momento en que afrontan la vejez -y la cercanía de la muerte-; que relata el amor de una pareja que lo ha compartido todo (sus proyectos arquitectónicos estaban ligados a las actividades en favor de la educación de los más desfavorecidos a los que ella dedicó todas sus energías).

Además de filmar las obras de Óscar -y muy especialmente esa casa patio familiar de Valle del Bravo invadida por la maleza que resume su actitud vital y proyectual- , y de acercarse al emocionante magisterio de Doris Ruiz Galindo en las comunidades indígenas más pobres del sur del país y al del propio Hagerman en sus clases de diseño de mobiliario, el documental es un viaje a sus pasados que nos descubre los orígenes acomodados de ambos -con sus veleros, sus vacaciones europeas y sus películas de super-8, con breves escalas en la casa coruñesa de la familia materna de Hagerman, los veranos de su infancia de Suecia- y con una breve pero significativa visita a ese ayuntamiento proyectado por Alvar Aalto en Säynätsalo que Hagerman reconoce como su mayor influencia y el patrón que -por la naturalidad con la que crea lugares en los que «se está bien»- le muestra las limitaciones de sus propias obras.

Creo que es un acierto que el director no cuente la obra y milagros de este arquitecto descalzo  -e ignore trabajos que me llamaron la atención en la monografía de Arquine y de los que me gustaría saber más- y se centre en una pareja que construyó un inspirador proyecto común ya que así, en lugar de orientarse a un minúsculo nicho académico, consigue mostrar un conmovedor ejemplo de unas vidas gobernadas por el amor (de pareja, paterno-filial, al prójimo, al trabajo, a las cosas sencillas) que tiene un alcance universal. (más…)

Un arquitecto descalzo

Casa en Valle del Bravo

La trayectoria de Oscar Hagerman (A Coruña, 1936) demuestra que es posible ser un “arquitecto descalzo” sin necesidad de encontrarse en una isla desierta. Desde su primera obra, esa casa-patio familiar en el Valle del Bravo que rezuma “cualidad sin nombre”, a nuestro hombre le han traído al pairo las modas arquitectónicas de cada momento y ha trabajado con una envidiable naturalidad, diseñando muebles que no necesitaban ser a la vez comentarios de texto, adelantándose a la actual fiebre de las casas pasivas (en esa interesante vivienda para su hermano en la ciudad de México), reivindicando los tradicionales temascales –para esos baños conviviales que tanto gustaban a Rudofsky-, construyendo aulas rurales por todo el país –cada una de ella adaptada a las tradiciones locales-, reinventando la silla de Van Gogh, levantando letrinas secas, ayudando a cooperativas de artesanos y a niños sin hogar o diseñando prototipos de viviendas ampliables super-económicas y líneas de muebles desmontables para viviendas sociales.

Hagerman arquineEl ejemplar libro que le ha dedicado Arquine -una de las monografías de arquitectos más inspiradoras que me he encontrado- muestra que la realización personal y profesional puede encontrarse lejos de los focos mediáticos, en la felicidad que proporciona mejorar la vida de los más desfavorecidos y que algunos de los diseños y construcciones más atemporales surgen precisamente cuando se trabaja con modestia, ajeno a cualquier pretensión de trascendencia, y aprendiendo del saber acumulado en el lento perfeccionamiento de tantos objetos y edificios anónimos.

Notas:

Aquí pueden encontrar un excelente texto de Elena Poniatowska incluido en el libro.

– El año pasado su hijo Carlos dedicó a sus padres la película “El patio de mi casa” . Pueden leer mi reseña aquí.