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Fuego eterno

Jerry Lee Lewis - Knox Sessions A

Si, como sospecho, la vara apropiada para medir la calidad de un músico es la frecuencia con la que escuchas su obra, Jerry Lee Lewis sería el «mejor» de los pioneros del rock and roll porque, aunque he sentido más pasión por Chuck Berry, Little Richard, Elvis Presley, Fats Domino o Buddy Holly, ya casi nunca escucho esos discos a los que extraje casi todo su jugo juvenil cuando yo mismo era joven. El Killer es otra historia.

Alguien que tuvo grandes riquezas, seis hijos y siete esposas (la tercera, su tristemente célebre prima trece-añera) y lo perdió todo (un hijo murió ahogado en una piscina, otro en un accidente de coche, una esposa en extrañas circunstancias). Un hombre de gatillo fácil que casi mata a su bajista y que fue expulsado de Graceland por acercarse al Rey armado con un rifle. Un salvaje temeroso de Dios, criado en el fundamentalismo cristiano (es primo del tele-predicador Jimmy Swaggart) con una atracción fatal por la fiesta, la mala vida y la música del diablo.

Todos esos tormentos y agitada vida tienen su reflejo en una música orgánica que se mueve con naturalidad del más salvaje rock and roll al más lacrimógeno country, pasando por sentidos espirituales a mayor gloria de Dios o las versiones de olvidados clásicos Tin Pan Alley. La mayoría sólo recuerdan sus grandes éxitos para Sun Records («Great Balls of Fire«, «Whole Lot of Shakin going on«,»High School Confidential«…) pero, por geniales que sean, ya rara vez acudo a esas canciones oídas hasta el hastío, ni a esos años posteriores en Mercury en los que intentaba hacerse un hueco en el mercado country con grandes momentos que hay que rescatar del pringoso mar de cuerdas y almíbar que tantas veces amenaza con ahogarlos.

Y ahí es donde entra un disco como «The Knox Phillips Sessions: The Unreleased Recordings« (más…)

Kiko Veneno en el Bataclán

bataclan

Por aquel entonces era un roquero militante inmune a los encantos de las músicas populares del mundo adelante y aún más a las de mi propio país. Un poquito de blues y algún disco de Hank Williams eran lo máximo que me alejaba de la ortodoxia roquera. Ni me planteaba que flamencos o rumberos pudiesen algún día llegar a hablarme directamente pero, sin darme cuenta, en fiestas en casa de amigos más eclécticos, en la radio o en algún bar, algunas canciones iban entrando, para incrustarse,  en inexploradas regiones del lado ese de la cabeza que se encarga de los asuntos musicales.

A partir del descubrimiento del reggae, fueron cayendo capa a capa muchos de mis prejuicios hasta (gracias a Los Amaya y al primer «Achilifunk«, previo paso por «Semilla del Son») derribar  uno de los más arraigados: el menosprecio de aquelllas músicas que asociaba a la España más cañí.

Prueba de la magnitud del cambio, fue la excitación -impensable tiempo atrás- que me provocó saber que Kiko Veneno tocaba en el Bataclán, un singular local de la colonia Condesa donde ahora vivo. Porque aunque recordaba vagamente de la época del instituto algún tema de Pata Negra con letra suya, algunos de sus éxitos posteriores y siempre me había encantado su «Volando Voy«, no se puede decir que hubiese seguido de cerca su carrera. Pero siempre me gustaron su falta de pretensiones, sus versos pegados a lo más cotidiano y la alegría vital que su música transmitía.

El concierto de anoche se anunciaba como «+ solo que la una» y aunque el prejuicio contra el «cantautor -sensible-con-guitarra» aún seguía ahí, tampoco tardaría mucho en derrumbarse. El pequeño local, con un aforo de menos de 100 personas, es un curioso graderío con pequeñas mesas orientadas al escenario -en las que, contra toda evidencia, los camareros aseguraban que cabían 6 personas- que sirve a veces como teatro con la singularidad (muy poco respetuosa con los artistas) de que se puede cenar mientras se disfruta de reojo del espectáculo. Kiko reconoció que era la primera vez en su larga vida sobre los escenarios en que se enfrentaba a semejante panorama pero le pareció tolerable mientras la gente dejase de jugar con sus (putos) teléfonos. Bastaron un par de canciones para que lo consiguiese.

Acompañado a la perfección por una oportuna y sugerente guitarra -en ese siempre difícil rango ideal entre las excesivas florituras y el simple aporreo de acordes-, nuestro hombre fue desgranando su repertorio -en el que me sorprendió un poco reconocer un altísimo porcentaje de temas- intercalando con su gracia natural simpáticas anécdotas sobre el Joselito de su canción, el inglés de las azafatas de Iberia (preludio a la excelente «bilonguis»), los dialectalismos de origen inglés en Jerez, los 40 principales o los indios y los vaqueros.

Una acústica excelente permitía captar perfectamente todos los matices de su personal poética, y sus tablas y la fuerza de sus canciones consiguieron que no se echara nada de menos un grupo de acompañamiento. Sólo requirió la ayuda de un curioso ukelele veracruzano estupendamente tocado por Diego -su estupendo telonero más conocido como «Acaricio a un ciervo«– para cerrar el concierto con el himno «Volando Voy» y su excelente homenaje a la música de Mali y a su adorado Ali Farka Toure «Dice la Gente«.

Una velada inolvidable con un gigante de la música de aquí y de allá.

Nota:

Tras el concierto, fuimos a «tomar la última» y cuál no sería nuestra sorpresa cuando aparece -por lo que probablemente era el único bar abierto en toda la calle Ámsterdam- el Sr. Veneno en persona acompañado de Diego y otros amigos. Le felicitamos por el maravilloso concierto para acabar fumando, bebiendo y hablando de política y música. Sólo puedo decir que el encuentro con el hombre -tan natural, “enamorado de la vida”, modesto y encantador como su música- me hizo apreciar aún más a este gran artista.

Tonadas cerveceras

Una breve selección de canciones dedicadas al auténtico líquido elemento.

“There’s a tear in my beer”- Hank Williams (1951)

Un clásico perdido del gran Hank Williams -que en su día lo guardó en un cajón-posteriormente revitalizado como dueto póstumo con gran éxito por su hijo.

“Who drank my beer while I was in the rear?”- Dave Bartholomew (1952)

¿Quién se pimpló mi cerveza mientras estaba en el baño? Una pregunta que continúa siendo de la máxima actualidad formulada aquí por primera vez por esta leyenda del rhythm and blues de Nueva Orleáns.

“What made Milwaukee famous (has made a fool out of me)?”-Jerry Lee Lewis (1968)

Hay todo un sub-género de la música country al que llaman canciones “cry-in-my-beer” (véase la que abre la lista), en las que se llora un amor perdido o una vida echada a perder. Este es un buen ejemplo en el que el Killer relata como el producto estrella de Milwaukee – la birra –lo convirtió en un perdedor.

«Sunday Morning Coming Down»- Johnny Cash (1972)

Esta gran canción de Kris Kristofferson también trata de cervezas para desayunar -y de postre- pero, a diferencia de la de los Replacements (ver más abajo) no es el principio de una fiesta sino el relato del deprimente dia de resaca dominical de un alcohólico.

“Six-Pack”- Black Flag (1981)

No tengo nada que hacer pero con mi paquete de seis latas no te necesito para pasarlo bien. Junto a “Rise Above” y “TV Party”, uno de los grandes himnos de su debut en el que rebaten a los estirados practicantes del hardcore “straight-edge” (aquellos del “ni drogas-ni alcohol”).

“Sally MacLennane”- The Pogues (1986)

Una de las mejores canciones de uno de mis discos favoritos de siempre. No es directamente sobre cerveza, pero como en tantos temas de esta banda, abundan las referencias a cerveza y güisqui.

«Beer for breakfast»- The Replacements (1987)

Cerveza y doritos sabor barbacoa para desayunar. Un descarte de las sesiones de “Pleased to meet me” de lo más aprovechable en el que los Mats hacen una vez más honor a su fama de dipsómanos.

«Pabst Blue Ribbon»- The Untamed Youth (1989)

A los olvidados Untamed Youth les gusta su cutre cerveza local y la celebran dedicándole esta alegre tonada.

“Beer Run”-Todd Snider (2007)

Una simpática canción de Snider sobre una maratón cervecera. Este video en concreto grabado en una emisora de radio tiene la gracia de ver a los técnicos haciendo coros entusiasmados.

«Dennehy»- Serengeti (2008)

En su genial disco «Dennehy», el rapero Serengeti incluyó esta oda a su querido Chicago en la que va nombrando (por boca del personaje Kenny Dennis) todas sus cosas favoritas, entre las que está la ceveza O’Douls (que rima con Bulls)

Air Guitar

“Mis colegas piensan que la gente desprecia a los críticos porque temen nuestro poder. Yo conozco la verdadera razón. La gente desprecia a los críticos porque desprecia la debilidad y la crítica es la forma más débil de escritura. Es el equivalente escrito del “air guitar”, ráfagas de gestos sordos que no contienen más que la memoria de la música”

AIr-Guitar_Dave HickeyDave Hickey define su colección de “ensayos sobre arte y democracia” como “unas memorias sin lágrimas”. Una serie de “canciones de amor para gente que vive en una democracia” escritas por alguien que no tiene reparos en reconocer que ha dedicado el triple de tiempo a ver reposiciones de Perry Mason que a las obras de Mozart y Shakespeare juntas; que habla de arte con el cartero; que cree que si entendemos a Pollock es gracias a Charlie Parker y a Dizzy Gillespie y si entendemos a Warhol es gracias al rock and roll; que espera-como su amigo  Ed Ruscha- que una obra de arte le provoque primero sorpresa y luego admiración (Huh? Wow!), y no al revés; que a partir de un viaje con Waylon Jennings y unas cervezas en el CBGB con David Johansen y Lester Bangs es capaz de explicarnos la crucial diferencia entre participantes y espectadores; que ve su ciudad, Las Vegas, no como la tópica capital del simulacro sino como ese sitio real que ofrece a la vista de todos lo que los demás sitios ocultan hipócritamente; que conoció a Chet Baker y a Andy Warhol; a Billy Joe Shavers y a Lou Reed; que es capaz de meterse en el pellejo de Hank Williams; que -como Oscar Wilde- cree que la vida imita al arte (y un martillo pilón a los Ramones); que defiende convincentemente al denostado Norman Rockwell; que ve con claridad el paralelismo entre el culto juvenil al coche (y al tuneado) y el mundo del arte; que explica mejor que Robert Hughes y John Berger juntos la relación entre arte y dinero…

Una apasionada -y apasionante- defensa de que, en democracia, el arte está en nuestras vidas cotidianas, – en los discos, en la tele, en la radio- y de la necesidad de luchar contra el intento de secuestrarlo por parte de los académicos.

Nota:

Debo el hallazgo de este fantástico libro a Robert Christgau –uno de mis críticos de cabecera- que no se caracteriza precisamente por su modestia y, sin embargo, lo recomendó en los comentarios de su blog “Expert Witness” diciendo que Hickey era el único crítico que no tenía ningún problema en reconocer que era mejor que él. Desgraciadamente, su blog , que he seguido a diario durante varios años, acaba de ser eliminado por algún ejecutivo lumbreras de Microsoft/MSN. Lo echaré terriblemente de menos y, francamente, me parecería una vergüenza- por otra parte, muy reveladora de las miserias de la época que nos ha tocado vivir- que uno de los mejores críticos musicales de los Estados Unidos no encuentre alguien interesado en remunerar su trabajo.