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La autobiografía de O’Gorman

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Un O’Gorman sexagenario resume su vida y obra con una gran franqueza -en varias largas charlas con Antonio Luna que se han editado para convertirlas en su  «Autobiografía»- y, al hacerlo, resume buena parte de ese siglo XX mexicano que vivió en primera línea: su infancia en Guanajuato donde su padre (al que retrata con gran crudeza) dirigía una mina, la Revolución que pasaron en San Ángel viendo muertos a diario y comiendo perros, gatos, tupinambos y chayotes; las mujeres mexicanas que representan lo que ama del pais (su abuela, su nana, la criada yaqui, la profesora de primaria, y Frida) sus amoríos en una ciudad que «acababa en el caballito» y desde la que siempre se veían los dos volcanes que ahora oculta el smog, su difícil relación con su célebre hermano Edmundo, su temprano triunfo como pionero de la arquitectura moderna, sus desengaños profesionales (como profesor y como arquitecto reacio a venderse al imperio del dinero), su estrecha relación con Kahlo (a la que adoraba y conoció desde la infancia) y Rivera (al que consideraba un genio pero también un oportunista desvergonzado), interesantes reflexiones sobre el arte abstracto vs. el figurativo y sobre la separación entre los artistas y la gente, la muerte de sus padres (¡su madre falleció «en perfecto estado de salud» debido a la angustia de que su marido no se hubiese confesado antes de morir un mes antes!), su homenaje constante a los que le ayudaron en sus obras (albañiles, estudiantes), chismorreos sobre el intrigante Siqueiros y el rencoroso Tamayo, estancias en Estados Unidos en las que durante meses pasó todos los fines de semana en la Casa de la Cascada, su antipatía por el alcohólico Alvar Aalto (¡y por su arquitectura!), su adoración por Wright y Gaudí, su decepción con Velázquez y con Roma («una ciudad fea pintada de un café sucio desagradable«); su invención del mosaico de piedras de colores (que inició en la casa que proyectó para el músico Conlon Nancarrow), las circunstancias que rodearon algunos de sus murales más significativos (el del aeropuerto, los de Chapultepec, el de la biblioteca de la UNAM), su depresión tratada por un médico-charlatán que lo tuvo en ayuno durante 39 días (según él con éxito, aunque su suicidio una década más tarde lo desmienta), su larga relación con el maravilloso pintor surrealista/popular Antonio «El Corcito» Ruiz , su temprano desengaño con los comunistas, la destrucción de su casa-cueva en San Jerónimo -su obra más querida-, su desprecio por cualquier crítica de arte que no sea a su vez obra de arte, su encontronazo con André Malraux que despreció sus  murales calificándolos de «affiches» («Era como servirle enchiladas a un señor acostumbrado a comer su pato podrido en el restaurante Maxim´s de Paris«) y mil historias y anécdotas más de una vida apasionante que interesará a cualquier aficionado a las memorias bien escritas, a las artes o a la historia mexicana contemporánea. Lo leí de una sentada.

  • Nota: Parece ser que se publicó por primera vez en 1973, pero la edición que encontré en una librería de segunda mano es de 2007 (DGE Ediciones, colección «Equilibrista») e incluye un excelente perfil biográfico de Víctor Jiménez.autobiografía
  • Nota 2: Para los vagos que prefieran la versión corta de su autobiografía, O´Gorman escribió la siguiente «calavera«:

Juan O’Gorman arquitecto,

un artista muy sutil,

con voluntad de albañil,

fue pintor de fino esmero 

y poeta tilichero.

No hizo casas de cajón

para acumular dinero.

Por andar de ´namorado

dándoselas de glotón

se volvió vegetariano

y esquelético marciano.

Al infierno fue directo,

hoy reposa en el panteón

con hambre de tiburón.

Un café y me voy

De camino al trabajo, mientras escuchaba una antología de éxitos de música country (el volumen correspondiente a 1961 de la fantástica serie «Dim Lights, Thick Smoke and Hillbilly Music«),  di un respingo al reconocer una letra que me resultaba extrañamente familiar pero cuya melodía era nueva para mi. Miré el título en el ipod y vi que se trataba de la lacrimógena «I’ll Have Another Cup of Coffee (Then I’ll Go)» del semi-olvidado Claude Gray, en la que un hombre cuenta su última visita a esa casa familiar a la que ya no podrá volver tras el divorcio que está a punto de consumar. Trae la pasta que le ordenó el abogado y quiere pasar a besar a sus hijos mientras duermen y tomar una última taza de café «dulce y cálida» como el amor que sentía al abrazar a su (ex) esposa.

Tras descartar el «One More Cup of Coffee» de Bob Dylan, caí en la cuenta de que se trataba de la alegre tonada «One Cup Of Coffee» que cantaban unos bisoños Bob Marley y los Wailers a un ritmo mucho más acelerado que me había impedido hasta la fecha fijarme en su triste trasfondo.

Aunque son muy frecuentes las versiones jamaicanas de éxitos pop o soul norteamericanos, dice mucho de la falta de prejuicios musicales de Bob Marley que se animase a versionar este éxito country.

Blues hablados

El blues, además de cantado, puede ser hablado, aunque entonces de blues le quede poco más que el nombre. Los “talking blues” se acercan más al country o al folk blanco que a lo que generalmente entendemos como blues (aunque éste sea algo tan difícil de definir). Yo me los encontré por primera vez entre los primeros discos de Bob Dylan, que los aprendió de Woody Guthrie (y John Greenland ) quien, a su vez, se inspiró en el olvidado Christopher Allen Bouchillon. Estos son algunos de mis favoritos:

Smoke Smoke Smoke (that cigarette)”-Tex Williams (1947)

El gran Merle Travis y Tex Williams compusieron al alimón esta hilarante canción sobre la adicción a la nicotina que obliga a sus víctimas a detener cualquier cosa que estén haciendo para calmar el mono (incluido hacer esperar a San Pedro en las puertas del cielo para echar un pitillito antes de pasar). La descubrí en la fenomenal antología de Bear Family “Dim Lights, Thick Smoke and Hillbilly Music

«Swamp Root»- Harmonica Frank Lloyd (1951)

Uno de los más curiosos hallazgos blues del catálogo de Sun Records.

All American Boy”- Bobby Bare (1958)

Basada en la entonces candente historia del joven Elvis Presley, la canción nos relata su ascenso y primeros éxitos hasta que recibió la llamada del tío Sam. Como curiosidad, el propio Dylan (con the Band) hizo una versión en las “Basement Tapes”.

«Talking World War III Blues«- Bob Dylan (1963)

La primera vez que me encontré con un “talking blues” fue en este largo tema de la segunda cara “The Freewheelin’Bob Dylan”,  uno de los escasísimos discos de “pop-rock” que había en la enorme discoteca paterna (los otros eran “Wish you Were Here”, “L.A. Woman”, “Who’s Next”, “Songs from Leonard Cohen”, “Blonde on Blonde”, el “Live” de Marley y los Wailers,  y un grandes éxitos de Simon & Garfunkel; todos ellos fundamentales en mi educación musical).

Dang Me”- Roger Miller (1964)

Como prueba de que el “talking blues” no es carne de historiadores y llegó a introducirse en las listas, tenemos el primer éxito del gran Roger Miller (el de “King of the road”), compuesto en cuatro minutos en un aparcamiento y en el que mezcla unos recitados muy talking blues con su irresistible instinto pop y unas gotas de jazz y “scat-singing”.

 Blaze Foley’s 113th Wet Dream” – Blaze Foley (1989)

Claramente inspirado en Bob Dylan, este simpático tema relata una fantasía erótica del “Mesías de la cinta aislante”. Tuve la suerte de conocer su música el año de su muerte, un par de décadas antes de su reivindicación global con documentales, tributos y reedición de sus discos. Su cinta “Live at the Austin Outhouse (and not there)” fue parte importante de la banda sonora de mi adolescencia.

«Talking New Bob Dylan«- Loudon Wainwright III (1992)

Hilarante parodia/homenaje al bardo de Minessota en su 50 cumpleaños.

Un empacho de Dylan

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Aunque no haya ningún músico del que tenga todos los discos ni ningún escritor del que tenga todos los libros y me revienten los montajes del director y las re-ediciones de discos clásicos repletos de tomas falsas y versiones alternativas que no hacen más que diluir la fuerza del artefacto original, he seguido durante años la colección de descartes de Bob Dylan (“Bootleg Series”), un artista que aguanta sorprendentemente bien este tipo de escrutinio minucioso.

De los que he escuchado, entre los 12 volúmenes editados hasta la fecha, los más entretenidos –aparte de las fantásticas “Basement Tapes” que no compré porque ya tenía “A tree with roots”, y el mítico “Live 1966” al que le sobra el primer CD- son el primero (1961-1991) y el excelente “Tell Tale Signs (1989-2006)” porque ambos cubren un período amplio en lugar de centrarse obsesivamente en un único momento o sesión.

Por eso, el recién aparecido volumen “The Cutting Edge” -que se ofrece en versión “normal” de 2 CD, “de lujo” ¡de 6CD! y “de coleccionista” de ¡¡18 CD!!- aunque se centra en la época 1965-1966 (en la que grabó los inmortales “Bringing It All Back Home”, “Highway 61 revisited” y “Blonde On Blonde”)- me parece uno de los más flojos de la saga.

Únicamente me he atrevido a escuchar la edición de 2 CD que, pese a ahorrarme sufrir 17 tomas seguidas de “Can You Please Crawl Out Your Window?”  o 18 de “Just Like A Woman” , me ha resultado excesiva. No hay obras maestras perdidas; sólo versiones inferiores de clásicos que tienes incrustados en el cerebro desde la adolescencia y forman ya parte de ti. Y aunque la música sea con frecuencia excelente, la procesión de espectros, fragmentos y esbozos apenas aporta nada a las redondas versiones clásicas que con buen criterio eligieron en su día Dylan y los productores.

Mostrar el andamiaje de una obra, el sudor y las lágrimas que permitieron crearla puede tener interés académico pero en este caso, para mí, sólo sirve para restar magia al mito de aquel joven iluminado que parecía canalizar espontáneamente verdades reveladas y que, en el  mágico año y medio que cubren estos recopilatorios, cambió la historia de la música popular.

Desfiles de personajes

Millones de canciones contienen alusiones a personajes reales o de ficción pero pocas basan su fuerza poética precisamente en que la acumulación de referencias acabe evocando un lugar, un tiempo o un estado de ánimo determinado. Aquí va una pequeña selección.

Wang Dang Doodle” – Koko Taylor (1965)

Este clásico compuesto por el gran Willie Dixon cuenta con infinidad de versiones desde que Howlin’ Wolf la grabara por primera vez en 1960. Mi favorita es ésta de Koko Taylor. Mike Rowe (el autor del genial libro “Chicago Breakdown” sobre el blues de esa ciudad) afirma que la canción deriva de “The Bull Daggers Ball” una antigua canción lésbica. Lo que parece claro es que la canción es una llamada a Automatic Slim, Razor Totin’ Jim, Butcher Knife Totin’ Nanny, Fast Talking Fanny, Cooda-Crawling Ray, Abyssinia Ned, Old Pistol Pete, Fats, Washboard Sam, Shaking Box Car Joe, Peggy, Colin Die para que se unan a una orgía.

Desolation Row”- Bob Dylan (1965)

Dylan tiene muchas canciones con muchos personajes (“Highway 61” sería otro buen ejemplo) pero ninguna con un repertorio semejante a esta epopeya de 11 minutos que asegura haber compuesto en un taxi: The Blind Comissioner, The Tight-Rope Walker, Cinderella, Bette Davis, Romeo, Caín y Abel, el jorobado de Notre Dame, el buen samaritano, Ophelia, Noé, Einstein, Robin Hood, Dr. Filth, el fantasma de la ópera, Casanova, Nerón, el Titanic, Ezra Pound, T.S. Eliot, cantantes de Calypso, pescadores y sirenas. (Desgraciadamente no está en YouTube la versión de estudio y aunque este sea el más celebre pirata de Dylan, lo es más por la salvaje sección eléctrica que por el inicial «set» acústico)

Sweet Soul Music”- Arthur Conley (1967)

El gran éxito de Arthur Conley es una irresisitible celebración del género (un poco como “American Pie” con el rock and roll). Compuesta y producida por Otis Redding a partir de una canción de Sam Cooke (“»Yeah Man»), por ella desfilan Sam & Dave, el propio Otis, James Brown, Wilson Pickett, y Lou Rawls. Do you like good music? Yeah, Yeah, Yeah (Por cierto, ésta fue la canción elegida por Peter Guralnick para titular la biblia del género)

Qualsevol Nit Pot Sortir el Sol”- Sisa (1975)

La primera canción que escuché en catalán con seis o siete años (ventajas de una infancia entre “progres”) sigue siendo una de mis favoritas. Aquella retahíla de superhéroes y personajes de cuento a los que el cantante iba dando la bienvenida (¿a una fiesta?) se me quedó grabada para siempre desde la primera vez que la escuché: Blancaneus, Pulgarcito, els tres porquets,Snoopy i el seu secretari Emili, Simbad, Ali Baba, Gulliver, Jaimito, Doña Urraca, Carpanta, Barba Azul, Frankenstein, L’Home-Llop, el Compte Dracula, Tarzán, La Mona Chita i Peter Pan, la senyoreta Marieta, els Reis d’Orient, Papa Noël, el pato Donald, Pasqual, la Pepa Maca, Superman, King Kong, Asterix, Taxi-Key, Roberto Alcazar i Pedrin, L’home del Sac, Patufet, Charlot, Obelix, Pinotxo, La Monyos, Ulises, Capitán Trueno, la fada bona, Ventafocs, Tom i Jerry, la bruixa Calixta, Bambi, Moby Dick, l’emperatriu Sissi, Mortadelo i Filemón, Guillem Brown, Guillem Tell, la Caputxeta Vermelleta, el Llop Ferotge, el Caganer, Cocoliso, Popeye. Casa meva es casa vostra (si és que hi ha casa d’algú).

Part Time Punks”- Television Personalities (1978)

Un cántico tabernario que satiriza el postureo (punks a media jornada) de la escena punk londinense donde la gente sólo baila pogo en el dormitorio cuando su madre no está, no compran singles que les gustan por no ser ediciones limitadas en vinilo rojo o no se lavan los dientes pero luego tienen pasta para ir a ver a los Clash. En la canción, además de personajes (Siouxsie and the Banshees, John Peel, los Lurkers o los Clash) aparecen también canciones (“Read about Seymour”), tiendas (Rough Trade) o lugares (King’s Road). Un pequeño clásico, con un mensaje todavía vigente.

Halloween Parade”- Lou Reed (1988)

Por el desfile de Helloween de Lou Reed pasan: un hada del centro, algunas reinas sureñas, Greta Garbo, Alfred Hitchcok, un semental jamaicano, cinco cenicientas, travelos encuerados, Crawford Davis, Cary Grant, Hiary, la virgen María, Johnny Rio, Rotten Rita, los Born Again Losers y los Lavender Boozers, un crack team de Washington Heights, los chicos de la Avenida B, las chicas de la Avenida D, Campanilla en elásticos, Peter Pedantic y Brandy Alexander. Una de las inolvidables canciones de su magistral “New York”.

¿Bob, Elvis o Rod?

Dylan tiene canciones para dar y regalar y ésta, que grabó por primera vez en sus años mozos, la tuvo olvidada en un cajón hasta que decidió rescatarla para rellenar su “Greatest Hits Vol. II”. Pero, de algún modo, antes de aparecer oficialmente, la canción llegó a oídos de Elvis Presley quien, pese a descartarla para su disco góspel “How Great Thou Art” y esconderla en una de sus temibles bandas sonoras, la volvió inmortal. El propio Dylan calificó esta interpretación como “su más preciada grabación” o “la mejor versión de un tema suyo” (y las hay a miles). Unos años más tarde, Rod Stewart -ese escocés de voz rota al que su (escaso) gusto y su (enorme) amor por el dinero fácil impidieron tener una carrera a la altura de su talento- la retomó para su mejor disco, el fabuloso “Every Picture Tells a Story”, que es donde la escuché por primera vez. Tres grandes artistas, una gran canción. “Tomorrow is a long time”-Bob Dylan (1963)

“Tomorrow is a long time”- Elvis Presley (1966) Esta la encontré en mi disco favorito del rey (junto a sus singles para Sun), una fantástica recopilación de temas de amor ocultos en sus bandas sonoras llamada “A Valentine Gift for You” en la que deja claro que no es quien es sólo por “haber inventado el rock’n’roll” sino, sobre todo, por su capacidad para derretir corazones.
“Tomorrow is a long time”- Rod Stewart (1971) La primera que conocí y la más desgarrada del lote. Tal vez sea cierto aquello de que “the first cut is the deepest”.

Vergüenza y Escándalo

Recordando que Dylan atribuyó al impacto que le produjo el lp “Odetta sings Ballads and Blues” (1956) la decisión de cambiar la guitarra eléctrica por la acústica, lo compré de saldo en la desaparecida tienda de Tallers del inefable JL –aquel que siempre se las apañaba para anotar en las diminutas etiquetas del precio de los discos de segunda mano mensajes para animar al comprador del tipo “ imprescindible joya psicodélica” o “gemas tracks 5 y 8” – y, desde la primera escucha, la canción “Shame and Scandal” -una balada trágica sobre una mujer enamorada de su cuñado- captó mi atención sobre todas las demás:

Me la encontré años más tarde en un recopilatorio de los años mozos de Peter Tosh (1965) bajo un disfraz bien diferente y con una desternillante letra a años luz de las pretensiones de trascendencia de Odetta:

La simpática letra de la versión de Tosh y los Wailers nos cuenta la historia de un joven enamorado al que su padre le dice que no puede continuar sus amoríos porque “la chica es tu hermana pero tu madre no lo sabe”. Al buscarse a otra, resulta que “la chica es tu tía pero tu abuela no lo sabe”. Cuando, ya desesperado, recurre al siempre sabio consejo materno nos enteramos con genial golpe de efecto final de que “tu padre no es tu padre pero tu padre no lo sabe”.

Y, al investigar de donde venía, me enteré de que (la versión de Odetta) era un calypso  de Sir Lancelot salido de la película de culto “I Walked with a Zombie” (1943) de Jacques Tourneur, aunque sospecho que si nos remontásemos más, acabaríamos encontrándonos con una de esas jocosas canciones populares cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos.

Hey Hey it’s…

HeyHey_Lewis Stampfel Band

El septuagenario Peter Stampfel -“la única persona del mundo que ha tocado con Buckminster Fuller, Bob Dylan y Mississippi John Hurt” – sigue al pie del cañón, dándolo todo cada vez que se le presenta una oportunidad en todo tipo de formaciones y locales (yo lo vi hace unos años en el Jalopy Theater de Brooklyn la mar de entregado ante una audiencia de unas 20 personas, incluidos familiares ) y acaba de grabar -en colaboración con el polifacético (músico, comiquero, agitador cultural…) treintañero Jeffrey Lewis- uno de sus mejores discos.

Es una fantástica colección de canciones acabadas al alimón sobre temas tan contemporáneos como las declaraciones de un personaje de “Jersey Shore” o una versión de un éxito tontipop japonés, tan añejos como sus siempre irresistibles actualizaciones de olvidados clásicos populares (a los que ya dedicó  años atrás el fenomenal “You Must Remeber This…”) o tan intemporales como divertirse más que nadie o pasear al perro.

Pero los tiempos son los que son, y han tenido que autoeditarlo en una pequeña tirada de 1000 ejemplares. Mi copia me llegó hace unas semanas- ¡firmada por los dos!- y apenas ha salido del reproductor. Supongo que se acabarán pronto….

Summertime

Mientras veo llover por la ventana y me acuerdo de aquel chiste (“Me encanta el verano en Galicia. Es mi día favorito del año”) he rescatado unas cuantas canciones animadas por el espíritu de esta escurridiza estación.

Summertime blues”- Eddie Cochran (1958)

Todo un himno adolescente sobre lo duro que resulta el verano cuando toca currar, tus padres no te dejan el carro y no hay quien se coma un rosco.

Summertime, Summertime”- The Jamies (1958)

Summertime, summertime…sum, sum, summertime!

Summertime”- Billy Stewart (1962)

El raro milagro de transformar una canción versionada mil veces en algo totalmente nuevo.

Summer in the city”- The Lovin’ Spoonful (1966)

La canción definitiva sobre el verano en la ciudad sufriendo el abrasador sol sobre el asfalto y esperando que la llegada de la noche permita al gato “cool” encontrar a su gatita.

Bummer in the summer”- Love (1967)

La canción menos bucólica del plácido “Forever Changes”.

Hot fun in the summertime”- Sly and the Family Stone (1969)

Un relajado Sly evoca un verano que, más que una vivencia, parece un estado de ánimo.

School’s Out” – Alice Cooper (1972)

Se acabó el cole, empieza la diversión.

Here comes the summer”- The Undertones (1979)

Una de mis canciones favoritas. ¿Son imaginaciones mías o en el fade-out final se escucha a alguien reivindicar la autoría del la canción sin dejar de corear el estribillo (..I wrote this sooong)?

Summer Babe”- Pavement (1992)

La primera canción de su inolvidable primer lp.

Summer days”- Bob Dylan (2001)

Y acabamos, como empezamos, con otro animado blues estival. (Las versiones que he encontrado en youtube son de directos de calidad infame, así que, si a alguien le interesa, se encuentra en el fenomenal «Love&Theft»)

Nota: Lista completa en grooveshark: http://grooveshark.com/#!/playlist/Summertime/87917356

Amaneceres

Con la excusa del cambio de estación, he seleccionado un puñado de canciones relacionadas con la esperanza que puede traer un nuevo día , un nuevo año o una nueva era. Ideal para los que sufran de astenia primaveral.

“A Brand New Day”- Van Morrison (1970)

El sol de la mañana trae la paz a nuestro gruñón bardo tras un pasado de dolor y sufrimiento.

 “New Morning”- Bob Dylan (1970)

Un Dylan feliz celebrando las alegrías de la vida sencilla

“(The dawning of a) New Era”- The Specials (1979)

Una gran banda capaz de hacer desde excelentes versiones de clásicos jamaicanos hasta estupendos temas propios como éste (o el colosal “Ghost Town” que se convirtió en la banda sonora oficiosa de la cara oscura de la era Thatcher). Los pareados de esta historia de amor suburbano son dignos del “yo-sólo-vine-a-comprar-pan-y-me-enseñasteis-el-Corán” de Siniestro Total: “I met a girl from area six/She told me that she worked in a chicken factory”

“Year 1”- X (1981)

El mundo que evoca la letra es bastante sombrío y contrasta fuertemente con el entusiasmo con que se la ventilan en minuto y medio. (Las versiones que salen en youtube son horrendas. Puede escucharse en la lista de grooveshark o, mejor aún, comprando su excelente disco «Wild Gift»)

“Me sueltan mañana”- Ilegales (1982)

Las profundas meditaciones de un preso en su última noche en la cárcel anticipando la venganza y otros dulces placeres de la vida en libertad:

“ Saldré a la calle, respiraré libre,  cerveza esperando, me subiré a los árboles… Cuando llegue mañana voy a sentirme bien pero sé de algún chivato que va a tener que correr”

“New Day Rising”- Hüsker Dü (1985)

Quizás la canción con la letra más sintética de la historia. Un mantra de tres palabras repetidas sin cesar sobre un fondo de sucias -e inolvidables- guitarras.

“A New Day”- Mary Margaret O’Hara (1988)

Queda para el final la canción que me dio la idea inicial para este “post”.

 Nota:

Resultaron finalistas  el “New Age” de Velvet Underground y el “Watch the Sunrise” de Big Star pero, finalmente, no me parecieron lo suficientemente alegres. El link de la lista en grooveshark  (con esas dos bonus tracks pero sin la de van): http://grooveshark.com/#!/playlist/Amaneceres/84567234

Las crónicas de Dylan

Dylan ChroniclesSiempre había pensado que los artistas de verdad hablan a través de sus obras y deben dejar los análisis e interpretaciones a público y crítica. Que cuando intentan explicarlas, su visión suele ser reduccionista y cerrada, y que nunca pueden agotar los múltiples significados que las obras transmiten a cada persona.

Y si el artista en cuestión es uno de los personajes más influyentes y enigmáticos de su época, escribir su autobiografía artística supone un enorme riesgo en el que se juega perder muchísimo más de lo que pueda ganar.

Por eso me había resistido hasta ahora a leer “Chronicles. Volume 1” de Bob Dylan. Temía que la imagen nebulosa pero rica que tenía del artista se viese alterada para siempre y sustituida por su propia falsificación del personaje.

Pero Dylan está hecho de otra pasta, y su autobiografía- que no es realmente el relato de su vida sino el de su formación y crecimiento como artista- no sólo no destruye el mito sino que lo humaniza y engrandece.

El grueso de la obra está dedicado a recrear maravillosamente el ambiente del Greenwich Village neoyorquino de los primeros años sesenta (“un paraíso que tuve que abandonar como Adán tuvo que abandonar el jardín. Era demasiado perfecto”), una bohemia llena de personajes extravagantes que alternaban tanto en los sótanos de garitos cutres como en los salones de la alta sociedad (Lomax, Hammond). Una época que nuestro hombre pasó durmiendo en sofás de amigos, absorbiendo como una esponja sus bibliotecas, luchando por mantener vivo el legado de su héroe Woody Guthrie.

Salpicado de infinidad de referencias culturales y jugosas anécdotas (el día que tocó con Cecil Taylor, su debut en disco como acompañante de Belafonte, su encuentro con John Wayne, su búsqueda de las canciones inéditas de Guthrie que acabarían en el “Mermaid Avenue” de Bragg y Wilco…), sorprende su franqueza y agudeza como crítico cultural.

Que alguien al que siempre se intenta elevar al Olimpo de la alta cultura (que si gran poeta, que si nominación al Nobel…) sea tan consciente de sus profundas raíces populares y en la cultura de masas y que las reivindique sin vergüenza, es iluminador.

Como lo es enterarse de que fue una canción de Kurt Weil (“Pirate Jenny”)  la llave a una nueva manera de componer, de su desdén por los “folk snobs”, de su deslumbramiento con Robert Johnson, o de su amor por músicos como Ricky Nelson menospreciados por su éxito comercial.

La sinceridad con la que reconoce abiertamente su gran bajón creativo de los años setenta y ochenta, sus dificultades para enfrentarse a su propio legado (“mis propias canciones se habían convertido en extrañas para mí”), sus miserias personales (la difícil relación con su padre)  o sus sufrimientos por el acoso de los fans y la expectación permanente por cada movimiento suyo,  también lo acercan al lector y lo engrandecen como ser humano.

En fin, que el libro está tan bien escrito que logra el más difícil todavía: humanizar a un icono. Si hay trampas literarias, funcionan tan bien que, en vez de a un viejo gruñón, mentiroso y resabiado, nos encontramos con un joven sincero e inocente que nos cuenta magistralmente la primera parte de la historia de su vida artística. Espero impacientemente la segunda.

El ángel borracho

Conocí al “ángel borracho” la noche del 29 de noviembre de 1989 en la piscina interior de un cutre motel de las afueras de Minneapolis adonde me había desplazado desde Cable, Wisonsin para asistir a mi primera “última oportunidad” de ver a sus satánicas majestades.

Fue horas después de la decepcionante experiencia, durante un chapuzón nocturno, cuando me resultó imposible no fijarme en un grupo de orondos barbudos que bebían en una esquina acompañados por una sentida música que acabó picando mi curiosidad. Me armé de valor y me acerqué a preguntarles qué era aquello que sonaba.

Curiosamente, resultaron ser los curtidos “pipas” de los Rolling y mil otras bandas, y debió hacerles cierta gracia que un acnéico adolescente español se interesase por lo mismo que ellos, ya que, tras contarme sus batallitas en la carretera, acabaron regalándome una zurrada camiseta de los Replacements y vendiéndome una copia de la cinta “Live at the Austin Outhouse (and not there)” que seguía sonando en bucle. Así entró en mi vida  Blaze Foley, que había muerto tiroteado sólo unos meses atrás.

Acabé desgástando tanto la camiseta, que me facilitó el difícil respeto de los rebeldes del instituto, como la cinta,  que grabó  definitivamente en mi cortex “Oval Room”, “If I could only fly”,  la simpática parodia de Dylan “Blaze Foley´s 113th Wet Dream” (…we made it to it/ we made it in it/she would not let me rest a minute...) o “Clay Pigeons”, :

Contra todo pronóstico, aquel artista alcoholizado y bondadoso (1$ de cada cinta iba a una asociación de ayuda a los sin techo que le había acogido), que tuneaba sus zapatos y abrigos con cinta americana, acabó ganando póstumamente un cierto estatus de culto.

Sus canciones las tocaron desde Merle Haggard hasta Lyle Lovett o John Prine, la cinta se reeditó (en 2 cedés y, por cierto, con una más que discutible instrumentación añadida), se rescataron ignotos trabajos anteriores, se hicieron documentales… y la gran Lucinda Williams, que lo trató personalmente, le dedicó “Drunken Angel”.

Tú a Woodstock y yo a Caledonia

En teoría, odio los discos piratas. Mi primer encontronazo con este subproducto de la cultura popular fue en el instituto, cuando era fan perdido de la Velvet. Ya me había agenciado todos sus discos oficiales así como los recopilatorios de rarezas “VU” y “Another View” (a esas edades tendemos a la obsesión y al completismo), cuando un día, en el escaparate de la desaparecida tienda compostelana de electrodomésticos Daviña, vi un enigmático cd de mis artistas de cabecera. Era muy caro para mis posibilidades de entonces pero su rareza y aura de clandestinidad me atraían poderosamente. Me acercaba regularmente a ver si seguía allí, hasta que conseguí reunir el dinero (3.000 pesetas) necesario para hacerme con el misterioso disco.

Corrí a casa y lo puse. Sonaba a mierda. Versiones horrendas, prácticamente inaudibles de canciones muy queridas para mí (te gusta el feedback, ¡toma dos tazas!). Furioso con el dispendio volví a la tienda y les eché la llorada  diciéndoles que pensaba que era un recopilatorio oficial con algún defecto de fabricación ya que nadie en su sano juicio podría aguantar aquel desvarío cacofónico. Se apiadaron y me dieron un vale.

Desde entonces intento evitar tener roces con piratas (aún así, tengo el interesante “Live at Portland, Oregon” de Television y el bastante menos interesante “It´s too late to stop now” de Dream Syndicate). Durante muchos años conseguí mantenerlos alejados hasta que la lectura de “Stranded. Rock and roll for a Desert Island” e “Invisible Republic. Bob Dylan´s Basement Tapes”, ambos de Greil Marcus, pusieron muy arriba en mi lista de objetivos dos piratas de artistas que amo: Van Morrison y Bob Dylan. Se trataba de “Van the Man”, un lp de 1974, y “A Tree With Roots”, una caja de 4 cedés del 2001. Como son “caros de ver”, pasaron años antes de que los localizase a un precio asequible para mi maltrecha economía (24 euros uno, 29.95 el otro). Pero la espera mereció la pena.

Coincido con el profesor Marcus. Ninguna de las bootleg series oficiales del bardo de Minnesota (tal vez el segundo disco, el eléctrico, del “Live 66”) se acerca a A Tree With Roots, las célebres “Basement Tapes” al completo. Nunca estuvo Dylan tan relajado y juguetón, tocando versiones de todo tipo (“A fool such as I”,”Cool Water”, “The Banks of The Royal Canal”…), alterando a voluntad éxitos de su infancia (“See ya later Allen Ginsberg”, “Quit kicking my dog around”)  o componiendo algunas de sus mejores canciones (“I shall be released”, “This Wheel´s on fire”, “I’m not there”, “Sign of the Cross”,“Apple suckling tree”,“Open the door, Homer”…). Evidentemente, hay de todo, pero es uno de los discos de Dylan que pongo con más frecuencia, que es lo que al final cuenta. Un hermoso caos.

Ya sabéis, es la famosa etapa, allá por 1967, a la vuelta de la controvertida primera gira eléctrica, en que Dylan tuvo el accidente de moto, se ocultó una buena temporada en el sótano de una casita rosa de Woodstock con sus compinches de The Band, y al acabar la estancia él sacó “John Wesley Harding” y ellos “Music from Big Pink”, además de parir entre ambos el primer pirata rock de la historia “The Great White Wonder” que recogía algunas de las grabaciones del subterráneo. ¡Poca broma!, como dicen en Cataluña.

Y respecto a Van the Man el célebre pirata de 1974- que recopila material en directo en el Fillmore West, outakes de “His Band and Street Choir” y rarezas grabadas en los estudios Pacific High- ningún fan del león de Belfast que se precie, debe perderse maravillas como el instrumental de 18 minutos “Caledonia Soul Music”, la excelente versión del “Just like a Woman” de Mr. Zimmermann, o la sentida interpretación del “Friday’s Child” de su primer e infravalorado grupo Them (para mí están al nivel de los Stones de esos años).

Moraleja: Las reglas auto-impuestas están para saltárselas y me alegro de no haber respetado la de nunca más comprar un pirata.

NOTA 1:

El libro de “Invisible Republic”, de 1998, también editado como “The Old, Weird, America” en 2011 está íntegramente dedicado a las Basement tapes, con lo que probablemente constituya el récord mundial de longitud de unas notas para un disco. Es recomendable, para los fans de Dylan, por el apéndice en el que comenta brevemente canción por canción cada una de las tomas de las “Basement Tapes” y, para los fans del folk americano, por la extensa discografía final comentada.

Existe una versión anterior (e inferior) de “A Tree With Roots” en 5 cedés llamada “The Genuine Basement Tapes”. Tiene un orden diferente, alguna canción menos y, sobre todo, un sonido bastante peor. De “A Tree With Roots” existen varias ediciones (ver la página monográfica sobre piratas de Dylan bobsboots.com). A no ser que seas fetichista, es relativamente fácil descargársela de torrents y blogosferas y bajarse las portadas en bobsboots.

NOTA 2:

El pirata “Van the Man” en vinilo es bastante difícil de conseguir, pero existen varias versiones en doble CD con partes del mismo material (“The inner mystique”, “Live at Pacific High, 1971”). La pieza más esquiva es “Caledonia Soul Music”, una obra maestra poco conocida:

NOTA 3:

Para los que estén interesados en la historia de las grabaciones piratas en la música rock, hay un interesante libro del prolífico Clinton Heylin llamado precisamente “The Great White Wonders. A History of Rock Bootlegs