Paseando por esta ciudad recuerdo a veces aquel tebeo en el que el tendido del cable de telégrafo de una costa a otra de EE.UU. servía de fondo a una de las aventuras del «hombre-que-dispara-más-rápido-que-su-propia-sombra», y en el que los indios llamaban así al mágico hilo que permitía comunicarse a distancia.
Aquí, los cables aéreos son tan abundantes que ya sólo los veo cuando su zumbona «canción» delata su presencia.