Categoría: películas

El corazón de un perro (II)

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Gracias a la amabilidad de Scalisto, he podido ver «Heart of a dog» de Laurie Anderson este fin de semana. No voy a re-escribir la reseña de la banda sonora porque, en esencia, la película es el disco ilustrado. Pero la omnipresente lluvia, los vídeos de seguridad reproducidos hacia atrás, los maltratados super-ochos de la infancia de la artista, las actuaciones benéficas de Lolabelle, los cielos azules e infinitos o invernales y recortados por las siluetas de los árboles, las imágenes quemadas de Lou en la playa o los hermosos dibujos de Laurie imaginando a Lolabelle en sus 49 días en el Bardo complementan a la perfección los monólogos y consiguen que, por una vez, el clásico lema de los vagos «casi mejor me espero a que salga la peli» tenga todo el sentido.

La venganza de los Mekons

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Aproveché que estaba de rodríguez para ver anoche «The Revenge of the Mekons«, el documental de Joe Angio dedicado a celebrar los 40 años de vida de este genial colectivo musical.

Salidos de las escuelas de arte de Leeds, empezaron en 1977 como punks de primera hornada compartiendo escenarios (e instrumentos) con sus paisanos Gang of Four.Llamaron la atención de John Peel con sus primeros singles, ficharon por Virgin al poco tiempo de formarse, fueron cabeza de cartel en uno de los primeros bolos de U2 (que -según cuentan- ya entonces se tomaban rídiculamente en serio a sí mismos y hacían aspavientos de rock de estadio en el escenario),  adelantaron a los Clash por la izquierda (su «Never Been in a Riot» era una crítica al «White Riot» que en tantos lugares de Inglaterra se interpretaba -erróneamente- como un cántico a la supremacía blanca) y participaron activamente en las huelgas mineras del thatcherismo.

Hasta ahí -y resumida tan burdamente- una trayectoria relativamente normal. Pero en las 4 décadas transcurridas desde entonces -sin un sólo éxito y con ventas que muy rara vez superan los 4 dígitos- han grabado más de 20 discos y han entrado y salido del grupo decenas de músicos (incluido el olvidado fundador de los Rolling Stones y los Pretty Things, Dick Taylor;  o el genial baterista Stephen Goulding, que tocó en los primeros discos de Graham Parker & The Rumour -y en el «Watching the Detectives» de Costello) y durante todo ese tiempo fueron madurando sin perder su esencia ni desfallecer nunca ante la adversidad.

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Tras la primera etapa punk fueron despedidos sin miramientos por Virgin,  pasaron un par de años en barbecho y empezó «la maldición de los Mekons» (de la que se reirían años después en su álbum homónimo). Luego, descubrieron el folk inglés y, sobre todo, a su primo bastardo norteamericano, el country/honky-tonk (que reinventaron como eso que algunos llaman alt-country);  y empezaron una nueva etapa en la que grabaron discos colosales («Fear and Whiskey«, «The Edge of The World«), y hasta ficharon por una multinacional e intentaron -sin éxito- un asalto a las listas con el excelente «Rock and Roll» (llegaron a hacer un video-clip para «Memphis, Egypt»). Parecía que su suerte podía por fin cambiar.

Pero la banda nunca generó suficientes ingresos y todos sus miembros subsiten gracias a otros trabajos (algunos de ellos relacionados con el mundillo artístico, otros «haciendo cosas que podría hacer un robot«). Viven esparcidos por el globo -de Los Ángeles  a Siberia- pero de vez en cuando se reúnen para hacer un disco,  alguna performance (que puede ser «de postín» con su fan Vito Acconci en una galería, o «cutre-hasta-decir- basta» disfrazados de piratas acompañando a una ignota cantautora de shanties en lo que parece una función escolar); o se lanzan a una de esas giras de conciertos por diminutos clubes medio vacíos como el que tuve la suerte de ver en el 2008 en el sótano del Apollo de Barcelona (uno de los conciertos de mi vida, menos de 50 asistentes).

El documental los sigue por todo el mundo durante 2011, mientras trabajaban en el disco «Ancient & Modern»,  y por él van pasando antiguos miembros, fans (Jonathan Frazen,  Will Oldham), colegas (Hugo Burnham) y críticos (Greil Marcus, Luc Santé) que intentan explicar la magia de esta gente increíblemente «normal» pero capaz de hacer cosas tan extraordinarias.

Aunque sea difícil explicar qué los hace tan especiales,  el escritor Jonathan Frazen se acerca bastante en una de sus contribuciones al documental: «They teach you how to be gracious and amusing losers». Esta panda de canosos y borrachuzos izquierdistas consigue, efectivamente, convertir el fracaso, la desolación y la rabia por lo injusto que es el mundo en una alegre celebración de algunos de los mejores valores del ser humano -la amistad, la fiesta, el humor, la resistencia y la camaradería-.

Si pasan por su ciudad, no se los pierdan.

El patio de mi casa

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Por fin he tenido ocasión de ver en la cineteca de la Ciudad de México el documental «El patio de mi casa» que mencionaba en el post de hace unas semanas dedicado al arquitecto Óscar Hagerman. La película es un conmovedor homenaje de Carlos Hagerman a sus dos padres -Óscar y Doris- en el momento en que afrontan la vejez -y la cercanía de la muerte-; que relata el amor de una pareja que lo ha compartido todo (sus proyectos arquitectónicos estaban ligados a las actividades en favor de la educación de los más desfavorecidos a los que ella dedicó todas sus energías).

Además de filmar las obras de Óscar -y muy especialmente esa casa patio familiar de Valle del Bravo invadida por la maleza que resume su actitud vital y proyectual- , y de acercarse al emocionante magisterio de Doris Ruiz Galindo en las comunidades indígenas más pobres del sur del país y al del propio Hagerman en sus clases de diseño de mobiliario, el documental es un viaje a sus pasados que nos descubre los orígenes acomodados de ambos -con sus veleros, sus vacaciones europeas y sus películas de super-8, con breves escalas en la casa coruñesa de la familia materna de Hagerman, los veranos de su infancia de Suecia- y con una breve pero significativa visita a ese ayuntamiento proyectado por Alvar Aalto en Säynätsalo que Hagerman reconoce como su mayor influencia y el patrón que -por la naturalidad con la que crea lugares en los que «se está bien»- le muestra las limitaciones de sus propias obras.

Creo que es un acierto que el director no cuente la obra y milagros de este arquitecto descalzo  -e ignore trabajos que me llamaron la atención en la monografía de Arquine y de los que me gustaría saber más- y se centre en una pareja que construyó un inspirador proyecto común ya que así, en lugar de orientarse a un minúsculo nicho académico, consigue mostrar un conmovedor ejemplo de unas vidas gobernadas por el amor (de pareja, paterno-filial, al prójimo, al trabajo, a las cosas sencillas) que tiene un alcance universal. (más…)

Canción Mixteca

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Emigrado en tierras mexicanas, me acuerdo a veces de  aquella “Canción Mixteca cantada con un extraño acento yanqui que se escondía en los surcos de la inolvidable banda sonora de “Paris, Texas”, entre los evocadores paisajes de guitarra slide -inspirados en el “Dark was the night” de Blind Willie Johnson- y aquel largo monólogo -“I knew these people, these two people…”- que aprendí casi de memoria mucho antes de tener ocasión de emocionarme con la maravillosa película (y de enamorarme perdidamente de Nastassja Kinski). (más…)

Las Brisas

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Buscando la playa en la que Tim Robbins se encuentra con Morgan Freeman al final de la inmortal «Cadena Perpetua«, acabamos en el célebre hotel diseñado por Ricardo Legorreta en Ixtapa -que conocía por una pequeña foto que en su día me había intrigado en no recuerdo qué libro- y del que quería aclarar si se trataba de buena arquitectura o de un proto-algarrobico naranja y fino.

Por acabar rápido con el suspense: me parece una obra maestra de la arquitectura del turismo de masas. A mi entender, está reservado a los maestros:

  • Conseguir que un coloso de casi 500 habitaciones en un paraje virgen sólo se vea en su totalidad desde el mar, gracias a inteligentes recursos de diseño (pegarlo de tal manera al terreno  que se convierte en una montaña construida -que de paso evoca la escala colosal de las grandes pirámides-, reservar una amplia franja sin edificar pegada a la playa, quebrar el edificio en dos, dejar tanta selva virgen como sea posible).
  •  Armonizar a la perfección la escala territorial del conjunto y el carácter monumental de ciertos espacios – el vestíbulo de recepción, la vertiginosa escalera «metafísica»- con la escala doméstica de las habitaciones, los comedores o el bar del acceso.
  •  Resolver un edificio tan grande con un único (y modesto) núcleo de elevadores gracias a que la propia arquitectura incita a caminar por el edificio y por la selva para acceder a los diferentes puntos de interés.
  •  Abrir el edificio literalmente al exterior -pasillos, vestíbulos, y comedores no tienen ventana ni elemento alguno que los separe de la naturaleza (¡en el armario encontramos un diminuto lagarto!) y absolutamente todas las habitaciones tienen una terraza con vistas a las maravillosas puestas de sol a través de un hueco diseñado de tal modo que ventanas y persianas de librillo desaparecen a voluntad para potenciar la experiencia del entorno.
  •  Inventar un curioso interiorismo -indudablemente inspirado en Barragán pero con inevitables aportaciones fruto del cambio de escala- en el que los falsos techos dejan de ser aquello que Reyner Banham llamaba «el blando bajo vientre de la arquitectura» y -al estar acabados con la misma rugosidad que las paredes- adquieren una sorprendente fuerza tectónica; y en la que una reducidísima paleta de materiales (madera, azulejos de colores, cerámica, revocos ocres, amarillos, violetas y rosas) logra una elegancia intemporal.
  •  Conseguir que una obra -construida precisamente en aquellos fatídicos años post-modernos de los que tan poca cosa puede salvarse (1981) – envejezca tan bien.
  • Habiendo sido el primero, continuar siendo el mejor hotel de la zona y gracias a la acertada elección del emplazamiento poder ignorar cómo la vulgaridad se extiende en mancha de aceite al otro lado de la colina .

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Nunca había estado en un hotel de estas dimensiones  y la estancia en «Las Brisas» ha conseguido matizar mi prevención natural ante este tipo de complejos. Evidentemente, prefiero construcciones de menor escala y el edificio habría ganado reduciendo algo su imponente volumen pero, dado que la democratización del turismo exige inevitablemente que se diseñen grandes complejos, ojalá todos ellos fuesen proyectados con el cariño, la gracia y la sabiduría que mostró el Sr. Legorreta en esta obra.

Y en cuanto al «paraíso sin memoria» que perseguían  Red y Andy Dufresne y que originó este viaje, la densidad de edificación nos hizo descartar en seguida que pudiese estar en Zihuatanejo y ya habíamos desistido de encontrarlo cuando,  en nuestras últimas horas en el lugar, desde el bote que nos llevaba de Playa Linda a la masificada isla de Ixtapa, vimos a lo lejos, al norte, un enorme arenal con palmeras que bien podría ser la playa soñada.

Nota:
Lástima que al llegar a casa me entere por la wikipedia de que la escena se rodó realmente en la caribeña isla de St. Croix.

 

 

 

 

 

En tierra de cárteles

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El documental “En tierra de Cárteles” muestra cómo gente que se siente desamparada frente a los abusos y atrocidades de los señores de la droga responde formando grupos paramilitares, acercándonos a dos de ellos: la “Arizona Border Recon”, una milicia liderada por el ex adicto Tim “Nailer” Foley que vigila la frontera entre Arizona y México y los grupos de Autodefensa de Michoacán, que organizó el Dr. Mireles para hacer frente al cártel de los Caballeros Templarios que había decapitado a sus vecinos.

Los autores consiguieron acceso a lugares (el cuartel general de las autodefensas donde se tortura a presuntos narcos, el laboratorio improvisado en el bosque…) y situaciones (los tiroteos entre narcos y grupos de autodefensa, la expulsión del ejército del pueblo de Apo, que ya no los reconoce como autoridad…) vedados a los medios de comunicación convencionales y documentaron, mientras ocurría, el ascenso y caída de las autodefensas michoacanas (las reuniones de dirigentes, los mítines, las disidencias, el triunfo de la facción capitaneada por el siniestro Papá Pitufo, la negociación con el gobierno y su legalización mediante la creación de un nuevo cuerpo de seguridad estatal -la fuerza rural- y la caída en desgracia y detención del fundador José Mireles).

La historia se abre y se cierra con la impactante filmación de una sesión nocturna de elaboración de “cristal” en el medio de un bosque cuyos encapuchados cocineros, a los que al principio del documental identificamos como forajidos, resultan ser miembros de la fuerza rural estatal que han completado todo el círculo de corrupción de lo que arrancó como una idea noble (desde el sufrimiento a manos de los carteles hasta su integración en ellos) y muestra crudamente los vasos comunicantes entre el estado oficial, los grupos de autodefensa y los propios cárteles.

El imprescindible retrato de los grupos de autodefensa michoacanos (que esta misma semana rebrotan como “Policía Comunitaria”) se desdibuja por la insistencia del director Mathew Henniman en establecer el paralelismo con sus vecinos del otro lado de la frontera, ya que lo que en México parece por momentos una auténtica guerra (civil), en Arizona es una anecdótica milicia de ultraderecha que –pese a pretender luchar contra el narco- se dedica fundamentalmente a capturar grupos de indefensos ilegales y a entregarlos a las autoridades de un estado presuntamente fallido.

Seguramente hay otro gran documental en el estudio de estos grupos paramilitares que proliferan por todo Estados Unidos, pero los constantes cambios de Michoacán a Arizona resultan anti-climáticos y la búsqueda de un marco mayor acaba por diluir innecesariamente la enorme fuerza del relato principal.

Carpe Diem

¿Que tienen en común crooners como Bing Crosby o Dean Martin, showmen como Louis Prima, skatalíticos como Prince Buster o los Specials, cantautores como Todd Snider,  apóstoles del ritmo global como Manu Chao y cineastas como Woody Allen?

Pues que todos ellos se han sentido representados en algún momento de sus vidas por esta gran canción que compusieron en 1949 Carl Sigman y Herb Magidson y en la que sintetizaron a la perfección el hedonismo como filosofía vital. ¡A vivir que son dos días!

“Enjoy Yourself”- Guy Lombardo & His Royal Canadians (1949)

Hoy olvidados, la orquesta de Guy Lombardo llegó a vender centenares de millones de discos en sus años de esplendor. Éste fue su mayor éxito.

«Enjoy Yourself»- Louis Prima & Keely Smith (1950’s)

Louis Prima y Keely Smith -aunque su paso frecuente por los escenarios de Las Vegas acabase devaluándolos-  eran una pareja musical explosiva y de lo más recuperable (a mi me gustan hasta sus pastiches de tarantella como «Zooma zooma» y cia.).

“Enjoy Yourself”- Prince Buster  (1960’s)

Cecil Bustamante Campbell es una de las más legendarias figuras del ska y el rocksteady, y además de componer muchos clásicos es capaz -como buen jamaicano-  de versionar con éxito lo que le pongan delante.

“Enjoy Yourself”- Specials  (1980)

Y sus discipulos aventajados no le iban a la zaga:

“Enjoy Yourself”- Manu Chao (1999)

Relajado e improvisando entre amigos en una emisora de radio:

“Enjoy Yourself”- Todd Snider (2004)

La canción que cierra su estupendo disco “East Nashville Skyline” . Un acompañamiento tan mínimo transforma la normalmente festiva canción en algo íntimo que puedes canturrear para tus adentros cuando necesitas orientación en alguna trascendente decisión vital.

Y para acabar, la escena del funeral en “Todos dicen I love you” de Allen en la que los espíritus vuelven del más allá para bailar al ritmo de esta canción:

Nota 1:

Lista de reproducción en grooveshark:

http://grooveshark.com/#!/playlist/Carpe+Diem/85025471

Como curiosidad- ya que es un poco tostón- he añadido en esta lista la extraña versión que  los Wingless Angels de Justin Hinds grabaron en la casa jamaicana de Keith Richards. ¡La tocan como si fuese música religiosa rasta!

Nota 2:

La letra tiene iluminadoras variantes  en las diferentes versiones. Ésta es la de Snider:

Enjoy yourself, it’s later than you think.
Enjoy yourself, while you’re still in the pink.
The years go by, as quickly as a wink.
Enjoy yourself, Enjoy yourself,
It’s later than you think.

You work and work
For years and years
You’re always on the go.
You never take a minute off,
Too busy making dough.
Someday, you say, you’ll have your fun
When you’re a millioniare.
Imagine all the fun you’ll have
In some old rocking-chair.

Enjoy yourself, it’s later than you think.
Enjoy yourself, while you’re still in the pink.
The years go by, as quickly as a wink.
Enjoy yourself, Enjoy yourself
It’s later than you think.

You’re gonna take that ocean trip
No matter come what may.
You got your reservations
But you just can’t get away.
Next year, for sure, you’ll see the world,
You’ll really get around;
But how far can you travel
When you’re six feet underground?

Enjoy yourself, it’s later than you think.
Enjoy yourself, while you’re still in the pink.
The years go by, as quickly a as wink.
Enjoy yourself, Enjoy yourself
It’s later than you think.

Get out and see the world…

You worry when the weather’s cold,
You worry when it’s hot.
You worry when you’re doing well,
You worry when you’re doing not.
It’s worry, worry all of the time,
You don’t know how to laugh.
They’ll think of something funny
When they write your epitaph.

Enjoy yourself, it’s later than you think.
Enjoy yourself, while you’re still in the pink.
The years go by, as quickly as wink.
Enjoy yourself, Enjoy yourself
It’s later than you think.

Carnivale

carnivalePor recomendación -con préstamo incluido- de mi querido amigo Manolo de Malpica, dediqué buena parte del pasado puente a devorar las dos temporadas de la serie “Carnivale”. Pese a tener ya casi diez años, nunca había tenido noticia de ella y viniendo la pista de quien venía -un artista de gustos refinadamente oscuros- francamente, no sabía muy bien que esperar.

Como no quiero arruinar el misterio ni desvelar la trama a los que tampoco la hayan visto, sólo puedo decir que en plena Gran Depresión, con sus sequías, plagas, miserias y tormentas de arena de resonancias bíblicas, un circo ambulante de “freaks” (de los de Browning) sigue un misterioso, y aparentemente errático viaje en el que está en juego nada menos que el futuro de la humanidad.

La recreación es visualmente deslumbrante, y mientras el gran misterio se va aclarando asistimos a los goces y miserias cotidianas de una comunidad de feriantes muy especial dirigida por un misterioso patrón que se comunica con sus trabajadores únicamente a través de Samson “el-enano-de-Twin-Peaks”.

Mención especial merece la música, no sólo la compuesta para la ocasión (que ganó Emmys y cosas de esas) sino, sobre todo, la estupenda selección de temas de época que acompaña los viajes en coche, contextualiza las funciones eróticas o emana de desvencijadas Victrolas desde los carromatos.

Parece ser que dados los elevados costes de producción, HBO cortó el grifo y no se pudieron rodar las restantes temporadas del ambicioso proyecto, pero lo que quedó tiene entidad propia y, personalmente, prefiero quedarme con un pelín de hambre que presenciar cómo estirar el chicle más de la cuenta acaba dejando un horrendo sabor de boca (“Lost”, “Prison Break”…) .

Absténganse refractarios a la fantasía y la magia.

Moonrise Kingdom

El viaje de huida de dos preadolescentes incomprendidos (Sam, el boy scout huérfano y Suzy, la hija mayor de una familia en crisis) por una isla atlántica. Un fabuloso plantel de actores (Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray, Frances McDormand, Tilda Swinton, Harvey Keitel) bordando papeles con una vis cómica poco habitual en la carrera de algunos de ellos. Una  música maravillosa (¡Benjamin Britten y Hank Williams!). Una mágica puesta en escena, con una estética muy personal  con el equilibrio justo entre realidad y fantasía. La historia intemporal, nunca contada las suficientes veces, del primer  amor y el paso de la infancia a la adolescencia.

Wes Anderson y su equipo  han logrado que, por una vez, el tópico “para jóvenes de 9 a 99 años” sea cierto. No se la pierdan.

Mesié Dipón, pionero de la aviación

Pocos de los personajes que poblaban nuestra infancia permanecen y, de entre esos pocos, aún menos siguen presentándose regularmente tantos años después. Pero cada Navidad, justo cuando acaba el año y la ingesta etílica alcanza el nivel preciso, aparece puntual Mesié Dipón, un niño aventurero y malcriado que un día buen día compró un globo aerostático, intentó dirigirlo únicamente con aire e, ignorando las súplicas de su madre y la presencia de una comisión venida ex-profeso desde Antequera, se negó en redondo a pisar tierra firme hasta haber alcanzado el peñón de Gibraltar.

Tardé bastantes años en saber que Mesié no era el nombre de nuestro héroe, sino “Señor” en francés, lo que contradecía la idea que me había hecho de su edad, y no fue hasta  ayer mismo que,  gugleando “Antequera+ globo+peñón de Gibraltar” encontré la encantadora guaracha “Adiós Lucrecia”, que canturrea el inefable Pedro Infante mientras conduce su descapotable al inicio de la película “Escuela de vagabundos”. Tras unas estrofas en las que habla de Lucrecia, Venecia y las noches de cabaret, parece pasar a una canción diferente y el súbito reconocimiento me hizo dar un respingo: 

Santos Dumont, Santos Dumont

Inventó  un globo

que pensaba dirigir con aire solo

sentado en su silla estaba

pa’ tomar la dirección

y cuando más alto estaba

su  papa le preguntó:

hey Dumont ¿ bajas o no?,

¡no, no y no!

 

Baja Dumont, baja Dumont

Que aquí te espera

La comisión que ha de llevarte

a la Antequera.

 

Que se vaya donde quiera

que no me pienso bajar

que me pienso dirigir

hacia el peñón de Gibraltar.

Ahí estaban los escenarios y personajes principales. Estaba el peñón de Gibraltar y estaba también Mesié Dipón sólo que, en vez de comprar el globo, lo había inventado, la comisión no venia de Antequera sino que se dirigía allí, y era su papá en vez de su mamá quien le preguntaba. Pero la respuesta no variaba: ¡no, no y no!

La canción fue compuesta por Fernando Estenoz y Antonio Medina, del trío Avileño (de Ciego de Ávila, México; que no del Ávila castellana) y la versión que inicia la película se grabó el 15 de Febrero de 1955 en los estudios Peerles de México DF. Sigo buscando versiones anteriores, y sigue intrigándome la querencia de los abulenses mexicanos por la toponimia española  pero, al menos, la misteriosa identidad de Mesié Dipón se había desvelado. No era otro que Alberto Santos Dumont (1873-1932), el gran pionero brasileño de la aviación moderna al que muchos dan preeminencia sobre los mismísimos hermanos Wright.

Nota 1:

Esta pequeña pieza de arqueología pop está dedicada a mi queridísimo tío Calo, que cumple hoy años, y que entre muchas  cosas de las que realmente importan, como jugar al fútbol o al ajedrez, nos enseñó la canción de Mesié Dipón.

Nota 2:

Link de la pieza musical: