Tras un par de escuchas apresuradas en las que me pareció que había demasiado budismo y poca chicha musical, había relegado «Heart of a dog» (2015) -el último disco de Laurie Anderson- a los más oscuros rincones de mi ipod. Afortunadamente, tuve hace unos días el impulso de darle otra oportunidad y, desde entonces, es la banda sonora de mis desplazamientos diarios al trabajo y la magia de sus palabras me absorbe hasta el punto de convertir el libro que antes amenizaba el viaje en un peso muerto bajo el sobaco.
Aunque es la banda sonora de una película que no he tenido ocasión de ver, las historias entrelazadas tienen tanta fuerza que no necesitan más que la maravillosa dicción de Anderson para llegar al oyente (su inglés cristalino me ha parecido uno de los más hermosos que he escuchado desde que me cautivó con el inmortal «Big Science»). Hasta la música es poco más que una amalgama de sutiles efectos sonoros que ilustran los relatos pero muy rara vez se acercan a la estructura de una canción.
Cuatro muertes entreveran los recuerdos y pensamientos de la artista: la de su madre -a la que admiraba pero no quería-, la de su adorada terrier Lolabelle -a la que enseñó a tocar música, esculpir y pintar cuando se quedó ciega-, la de su gran amigo Gordon Matta Clark – del que, de pasada, explica el desconocido origen biográfico de sus famosas casas cortadas– y, aunque no se lo mencione más que con algún ocasional «nosotros», la de su querido esposo Lou Reed, que contribuye póstumamente una hermosa canción («Turning time around«) que pasaba desapercibida en «Ecstasy» pero parece expresamente compuesta para cerrar este hermoso ciclo de historias y reflexiones alrededor del amor y la pérdida.
Sobre este fondo triste pero afrontado con entereza, naturalidad y una absoluta falta de pretensiones, aparecen anécdotas sólo aparentemente triviales, momentos reveladores de la vida de la artista -ese accidente que casi la deja paralítica en su infancia, el episodio del hundimiento en un lago helado del carro en el que llevaba a sus dos hermanos gemelos-, citas literarias (Foster Wallace y su «toda historia de amor es una historia de fantasmas«), filosóficas (Kirkegaard y su «la vida sólo se entiende hacia atrás , pero sólo se puede vivir hacia adelante«) y aquellas enseñanzas de su maestro budista que inicialmente me habían echado para atrás pero que ahora considero una parte importante de la obra.
Más que un gran disco, una meditación profunda y vitalista sobre el amor y la muerte. Estoy deseando ver la película.
Porque me contaron cosas sobre ella, acabé cogiéndole manía. Oí decir que William Burroughs dijo que si Laurie llegaba a ser artista es que las cosas estaban francamente mal. Pero aun recuerdo con placer los surcos de Big Science a comienzos de los ochenta y sobre todo O Superman y su vídeo tan arty, tan propio de ella.
Quiero oír ladrar a ese perro.
Por cierto, hace años hubo una exposición en NY que reivindicaba el trabajo de Gordon y Laurie y la he olvidado…
PS: Lolabelle bien podría ser una españolización de Lullaby, fonéticamente son muy similares.
«Big Science», «O Superman» fascinárom-me.
Cantou-nos em directo em Compostela num concerto memorável. Quero crer que nom perdeu a mágia.
Tentarei-me fazer com o filme e o disco.
@luis
Yo, en cambio, al que nunca terminé de encontrarle la gracia es a Burroughs desde que en el instituto se me cayó de las manos su ilegible «Almuerzo Desnudo»
@morquintiam
¡Que envexa! A min nuca me cadrou ve-la. Os dous concertos que mais lamento ter perdido en Compostela son o seu e, sobre todo, o de Tom Ze.
The Naked Lunch es literatura experimental (cut up en estado puro), no podemos esperar demasiado entendimiento de su lectura, es otra cosa. Le pasa lo mismo que a gran parte de la poesía de Ferrer Lerín: o vibras o la dejas. Y si haces esto último, no pasa nada. Hay muchísimas cosas que leer.
Coincido totalmente, nunca me ha dado ninguna pena dejar libros a medias por muy reputados que sean.