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Tres peligros del dibujo

DIBUJO- De La Sota

“No se debe nunca erigir desde un plano, desde un dibujo; todo lo contrario, el auténtico camino es crear en el espacio infinitas posibles proyecciones, hijas, no madres.” Eduardo Chillida (“Escritos” )

El dibujo es una de las herramientas principales de la arquitectura y, excepto en los casos más extremos e inmediatos de autoconstrucción, acompaña necesariamente el proceso de proyecto y construcción de los edificios -desde los primeros tanteos mediante bocetos hasta la definición de plantas, fachadas y detalles constructivos-, y permite fijar y transmitir ideas, atmósferas o dimensiones.

Una herramienta que permite aproximarse a algo complejo, tridimensional y en lo que intervienen varios sentidos reduciéndolo a líneas, manchas y signos sobre un papel pero tan poderosa que si olvidamos su papel subordinado y le otorgamos un papel excesivamente importante puede pasar de aliada a enemiga.

El primer peligro es que su gran poder de sugestión puede confundirnos y llevarnos a pensar que un bonito dibujo implica un buen edificio. Por eso un gran arquitecto (y excelente dibujante) como Alejandro de la Sota recomienda prescindir de efectos pictóricos al representar un edificio:

“No son mejores los edificios por muchas sombras que se dibujen en sus proyectos. La arquitectura es un problema mental y como tal debe ser planteado y resuelto. El dibujo artesanal generalmente oculta lo no resuelto, lo ni siquiera planteado. Dos planos se cortan en una recta, que es la que debe dibujarse. Las sombras en los edificios son variables o no existen. ¿No hay arquitectura en días nublados o durante la noche?” Alejandro de la Sota (“Escritos, conversaciones, conferencias”)

También existe el riesgo de encariñarse con un dibujo hasta el punto de que nos cueste desprendernos de él y lo que representa, aunque otras señales nos estén indicando que tal vez sería conveniente enfocar el proyecto de otra manera. Esto puede pasar con un boceto inicial en el que creemos ver algo que vale la pena perseguir o investigar, pero también cada vez más –dado que el dibujo asistido por ordenador permite generar con bastante rapidez un importante volumen de planos “acabados”- en fases posteriores del proyecto. Para evitar esto, lo más inteligente es dibujar poco para evitar encapricharse de algún dibujo o sentir pena por el trabajo desperdiciado, tal como explican Lacaton y Vassal, hablando de la sorprendente casa atravesada por pinos que proyectaron en Cap Ferret:

“Cada proyecto parte de cero. No partimos de ideas a priori. (…) Apenas dibujamos y, gracias a ello, no nos bloqueamos en una imagen. Al dejar muy pocos rastros de nuestras investigaciones podemos evolucionar sin problemas. Si llegamos a la conclusión de que hay que cambiarlo todo, nadie puede referirse a un dibujo anterior.” Lacaton&Vassal (2G. Conversación con Patrice Goulet ) 

Y por último, existe el riesgo potencialmente aniquilador de pensar que lo que construyamos será mejor cuánto más se aproxime a su representación gráfica previa, despreciando el enriquecimiento que puede suponer ajustar lo proyectado a aquellas sutilezas del lugar y el propio proyecto que aparecen en el proceso de puesta en obra:

“La persona que traza un plano no puede dibujar de manera diferente cada ventana ni cada ladrillo porque carece de base para conocer las sutiles diferencias que se requerirán. Esto sólo queda en claro cuando el proceso de construcción real está en curso. O sea que el dibujante los hace todos iguales porque sentado ante el tablero de dibujo no tiene ninguna razón para hacerlos diferentes. Pero si el constructor construye según un dibujo detallado y su contrato lo limita a hacer el edificio exactamente igual al plano, hará idénticos los detalles para cumplir lo que indica el dibujo…y el edificio real será inerte y artificial.” Christopher Alexander (El Modo Intemporal de Construir) 

Todas estas advertencias sobre los riesgos de encariñarnos de un boceto, dejarnos engañar por las sombras o elevar a ley lo que no es más que una simplificación nunca apearán, ni lo pretenden, al dibujo de su posición privilegiada entre las herramientas del arquitecto, pero sirven para recordarnos los peligros de confundir una herramienta con su fin, peligros que non han hecho más que aumentar en paralelo al incremento imparable de nuestra capacidad de representación mediante la tecnología.

Ángulos rectos

Ángulo recto

“El ángulo recto me ha llegado a parecer el más hermoso que hay entre todos los ángulos, pero es algo intolerante, no admite diálogo nada más que con sus iguales. Ante este poder del ángulo recto, pienso que hay ángulos a su alrededor, desde los 88 hasta los 93 grados, que son casi tan poderosos y al mismo tiempo son más dialogantes, dialogan entre ellos (…). Creo que la virtud está cerca del ángulo recto, pero no en él.”

                                                                                                             Eduardo Chillida. “Escritos” (Ed. La Fábrica, 2005)

“…la mayoria de espacios de un edificio deben ser polígonos, en planta, con paredes aproximadamente rectas y esquinas obtusas (digamos entre 80 y 100 grados). En general, lo más probable es que sean irregulares, aproximadamente rectangulares. De hecho, el respeto al emplazamiento y a las sutilezas del plan llevarán inevitablemente a formas ligeramente irregulares.”  

                                                                                                       Christopher Alexander. Patrón 191 “Forma del espacio interior

Tan absurdo es proscribir el ángulo recto, fijar un rango de ángulos “virtuosos” o negar que “un cubo que funcione” (o, más bien, convenientemente matizado por su funcionamiento) pueda ser la solución ideal a un determinado problema; como lo es utilizarlo por defecto -o pereza, o desconocimiento de las sutilezas del lugar- para dividir a escuadra y cartabón continentes enteros; o negar que las más perfectas simbiosis entre arquitectura y naturaleza aparecen precisamente cuando el edificio se deforma para arraigar en un lugar concreto o, mejor aún, cuando nace ya allí y, al crecer buscando la luz, la sombra, o parapetarse del viento (o de los vecinos fisgones) encuentra su hueco y su postura, con la naturalidad de aquel gato durmiendo al sol con el que Souto de Moura comparó la mejor arquitectura de Álvaro Siza, o de aquel otro gato sobre un cojín al que Georges Perec se refirió para describir una de las casas usonianas de Wright .

Tal vez el ángulo recto sea el más hermoso por tener un pie en el mundo de las ideas y otro en el real. Pero la realidad es casi siempre rugosa, abollada, tozuda (y mancha); y nuestro empecinamiento en apisonarla y trozearla con geometrías rígidas e ideales tiene más que ver con nuestras fantasías de dominación, la pereza mental y las implacables leyes del Dinero, que con su presunta superioridad geométrica.

 

La Trufa

La trufa_exterior

Al escribir la entrada sobre rocas integradas dentro de casas (“Estorbos 2”) recordé el célebre proyecto «La Trufa” de ENSAMBLE STUDIO que, en pocas palabras, consiste en disfrazar de roca -mediante un proceso que incluye la intervención de una excavadora, una vaca y el paso del tiempo- la abstracción de una vivienda mínima de Le Corbusier (el Petit Cabanon) con la intención de crear una especie de cueva “chic” que sirva como pabellón de invitados de una casa situada en un idílico paisaje de la Costa da Morte gallega.

Desde que vi el vídeo del proceso de creación  -que considero el principal producto de esta intervención- y busqué por la red plantas y fotografías de la obra, el “pedrolo” habitable me persigue y ha conseguido incomodarme hasta el punto de que me ha parecido necesario sentarme a intentar averiguar por qué.

Parece claro que lo importante aquí es más el proceso que una realidad construida cuyo exterior es una piedra falsa, y cuyo interior remite en mayor medida a una habitación de hotel “de diseño” que a la obra de Le Corbusier que cita como legitimación, o a un espacio auténticamente telúrico (pensemos en el proyecto para Tindaya de Chillida o en la casa propia del arquitecto mexicano O’Gorman).

La prueba de que el proceso es lo que realmente cuenta la tenemos en que tanto el cuidado vídeo como los didácticos dibujos y la memoria que ilustran el proyecto en la web del estudio insisten mucho más en el cómo que en el qué.  Es más importante conocer el nombre de la vaca –Paulina-, lo que engordó -salió del experimento con 300 kilos- y el tiempo -1 año- que le llevó zamparse los 50 metros cúbicos de balas de  paja que hacen de encofrado perdido, que la búsqueda del nuevo tipo de espacio que podría haber surgido de una ingeniosa ocurrencia constructiva cuya fuerza queda, en mi opinión, totalmente diluida por el convencional interiorismo.

 La trufa_interior

Y resulta que la gracia de un proceso constructivo que podría haber sido de baja tecnología y consumo energético, en plena sintonía con el austero espíritu de los tiempos actuales, queda arruinada por la violenta acción de la excavadora necesaria para colocar y retirar la tierra que le sirve de encofrado exterior, ya que si, por ejemplo, éste hubiese sido también de balas de heno, con la vaca habría bastado tanto para vaciar el interior de la piedra como para liberarla exteriormente.

Creo que mi desazón responde, en resumidas cuentas, a que ni el proceso ni el espacio resultante son todo lo radicales y rigurosos que podrían haber sido, por lo que una cantidad ingente de energía se ha derrochado en crear la imitación de una piedra que a su vez contiene la «interpretación» de una modesta -pero canónica- obra de la arquitectura moderna engalanada de habitación de hotel “de revista”.