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Teo-rías

CesarPortela_Aquarium_Vilagarcia de Arousa “Para el arquitecto con ambiciones, tener una teoría acabó por ser tan vital y natural como tener teléfono”. Tom Wolfe- “¿Quién teme al Bauhaus feroz?” (Anagrama, 1982)

En su excelente “Manual de crítica de la arquitectura”, Juan Díez del Corral se sacó de la chistera una ingeniosa etimología según la cual «teo-ria» significaría “abundancia de dioses” y consistiría en la confección de santorales al margen de toda crítica, que servirían, en el campo de la arquitectura, para  justificar diferentes tendencias formales (“…si rendimos culto a la Función, nos sale arquitectura funcionalista; si nos ponemos bajo la advocación del mucho más abstracto Forma, nos sale el formalismo; si se trata de ser Moderno, nos saldrá el modernismo; si invocamos la Alta Tecnología nos sale un Foster; si adoramos al Cubo, nos sale un Moneo y así sucesivamente”).

Además, como recuerda Félix de Azúa al referirse al psicoanálisis, las teorías aplicadas al arte “suelen dar alguna información valiosa, interesante o por lo menos entretenida sobre asuntos subyacentes: la historia social de la época, la construcción de esquemas formales, o las curiosas virtudes de la retina humana” pero son perfectamente a- científicas. Por no remontarnos a la hiperabundancia de dioses en las vanguardias (el cuadrado, la velocidad, el cristal…) o en el Estilo Internacional (la función, la máquina, la higiene, la abstracción…) recordemos, por ejemplo, como en la Galicia de los años setenta y ochenta pegó muy fuerte Aldo Rossi  y su «Tendenza» quien -al mostrar los cambios de uso de muchos edificios a lo largo de la historia- ponía en cuestión la importancia de la función en la arquitectura y reivindicaba la importancia del tipo.

La crítica era pertinente y aportaba conocimiento, pero el resultado de su popularización no fue tanto la asimilación de las ideas como el plagio de la forma rossiana, lo que llevó a la proliferación de paupérrimos e inertes volúmenes elementales, siempre con cubierta a dos aguas, siempre simétricos y en los que la única ventana permitida era el cuadrado subdividido con una cruz, que –en eso sí eran fieles a la teoría- tanto servían para meter dentro una casa como un colegio, un centro de salud, un acuario, o el estudio de un pintor. AG_vivenda_refuxio_illa_arousa_manuel_gallego_jorreto_00

O pensemos en Peter Eisenmann, que se convirtió en el publicista de la deconstrucción aplicada a la arquitectura, ya que le permitía defender con total descaro la irrelevancia del usuario (él prefería llamarle “sujeto”) y la legitimidad de construir espacios inhabitables que cumplían la que para él era (al menos en 1982) la función principal del Arte y la Arquitectura: incomodar a la gente para que asumiese “que las cosas no están bien”, que vive en un estado permanente de alienación y ansiedad. Hacerle daño por su propio bien. La realidad es que su única preocupación es jugar con las formas.

O en los que saltan alegremente de una teoría a otra, como Philip Johnson que consiguió ser el creador del “Estilo Internacional” (montó con Henry Russell Hitchcock la exposición que sirvió para bautizar ese estilo y poner los requisitos para ser moderno) para pasar luego a campeón del “Posmodernismo” con su horrendo rascacielos ATT y lanzarse, siendo ya un anciano, en los brazos de la “Deconstrucción”. Y es que, aunque algunos dioses sean más flexibles y benévolos que otros, casi todos ellos exigen subordinar a sus oscuros designios formales lo importante: “crear un espacio habitable y significativo para el presente y para la memoria”. Bibliografía: Félix de Azúa- “Diccionario de las Artes” (Planeta, 1995) Juan Diez del Corral- “Manual de crítica de la arquitectura” (Biblioteca Nueva, 2005) Posts relacionados: La Idea Moda    

Problemas

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Neue National Gallery

 

«Nunca pueden resolverse todos los problemas…. Por cierto, es una característica del siglo XX, que los arquitectos sean altamente selectivos en determinar que problemas quieren resolver. Mies, por ejemplo, hace edificios magníficos solo porque ignora muchos aspectos de los mismos. Si resolviera más problemas, sus edificios serían menos potentes.» 

Paul Rudolph (Perspecta No 7 .1952)

“…cada estilo real de arquitectura es capaz de expresar ciertas funciones a la perfección. Sólo mediante la pérdida de la integridad perfecta puede un estilo lograr dar la expresión más adecuada a todas las funciones”.

Henry Russell Hitchcock (Modern Achitecture. Romanticism and Reintegration. 1929)

 

Si, como Russell Hitchcock, entendemos un edificio sobre todo como una obra de arte, valoraremos en él su capacidad de expresar un estilo determinado -sea este colectivo y compartido con artistas afines o sea individual- y nos parecerá “mejor” cuanto más pura sea la expresión de esa estética. Cualquier compromiso con la realidad compromete esa pureza y diluye la integridad de la obra.

El ejemplo de Mies es paradigmático en ese sentido ya que no hacía concesión alguna en su personal investigación formal y espacial hasta el punto de, por ejemplo, enterrar la mayor parte de su museo berlinés para conseguir que el único volumen visible fuese un perfecto templo moderno de vidrio. Y, efectivamente, la estrategia parece que funciona ya que algunas de sus creaciones tienen tal fuerza estética que nos siguen pareciendo la expresión más pura e intemporal de cierta modernidad precisamente por ser, más que edificios en los que vivir, obras de arte que condensan y fijan una nueva estética.

Generalmente, ni siquiera nos queda la belleza como consuelo, y manos menos dotadas -obsesionadas por el problema de cómo construir un icono- nos inflingen adefesios inhabitables que no expresan más que la firma de su autor y sus promotores; o se centran en el problema de cómo maximizar beneficios mediante la implacable matemática de la especulación y devastan la ciudad y el territorio con desolados barrios instantáneos.

Pero si, en cambio, consideramos que un edificio es sobre todo el intento de resolver un variadísimo número de problemas –espaciales, económicos, funcionales, energéticos, estructurales o contextuales- no podemos aceptar que se prescinda de ninguno de ellos porque puedan comprometer la expresión de determinada voluntad artística, y nos parecerá “mejor” cuanto más armónicamente reconcilie todos esos requerimientos aparentemente contradictorios:

“Trátese de una ciudad o de un barrio, de un edificio o de una red de transporte, de una pintura, una escultura o un objeto de uso diario, existe sólo una condición indispensable para que el valor que alcance sea considerado cultura. Hay aún más condiciones, pero empecemos por ésta: en todos los casos, los contrastes deben resolverse de manera simultánea y aglutinante”

Alvar Aalto (“Arte y Técnica”, 1955)