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La autobiografía de O’Gorman

o'gorman

Un O’Gorman sexagenario resume su vida y obra con una gran franqueza -en varias largas charlas con Antonio Luna que se han editado para convertirlas en su  «Autobiografía»- y, al hacerlo, resume buena parte de ese siglo XX mexicano que vivió en primera línea: su infancia en Guanajuato donde su padre (al que retrata con gran crudeza) dirigía una mina, la Revolución que pasaron en San Ángel viendo muertos a diario y comiendo perros, gatos, tupinambos y chayotes; las mujeres mexicanas que representan lo que ama del pais (su abuela, su nana, la criada yaqui, la profesora de primaria, y Frida) sus amoríos en una ciudad que «acababa en el caballito» y desde la que siempre se veían los dos volcanes que ahora oculta el smog, su difícil relación con su célebre hermano Edmundo, su temprano triunfo como pionero de la arquitectura moderna, sus desengaños profesionales (como profesor y como arquitecto reacio a venderse al imperio del dinero), su estrecha relación con Kahlo (a la que adoraba y conoció desde la infancia) y Rivera (al que consideraba un genio pero también un oportunista desvergonzado), interesantes reflexiones sobre el arte abstracto vs. el figurativo y sobre la separación entre los artistas y la gente, la muerte de sus padres (¡su madre falleció «en perfecto estado de salud» debido a la angustia de que su marido no se hubiese confesado antes de morir un mes antes!), su homenaje constante a los que le ayudaron en sus obras (albañiles, estudiantes), chismorreos sobre el intrigante Siqueiros y el rencoroso Tamayo, estancias en Estados Unidos en las que durante meses pasó todos los fines de semana en la Casa de la Cascada, su antipatía por el alcohólico Alvar Aalto (¡y por su arquitectura!), su adoración por Wright y Gaudí, su decepción con Velázquez y con Roma («una ciudad fea pintada de un café sucio desagradable«); su invención del mosaico de piedras de colores (que inició en la casa que proyectó para el músico Conlon Nancarrow), las circunstancias que rodearon algunos de sus murales más significativos (el del aeropuerto, los de Chapultepec, el de la biblioteca de la UNAM), su depresión tratada por un médico-charlatán que lo tuvo en ayuno durante 39 días (según él con éxito, aunque su suicidio una década más tarde lo desmienta), su larga relación con el maravilloso pintor surrealista/popular Antonio «El Corcito» Ruiz , su temprano desengaño con los comunistas, la destrucción de su casa-cueva en San Jerónimo -su obra más querida-, su desprecio por cualquier crítica de arte que no sea a su vez obra de arte, su encontronazo con André Malraux que despreció sus  murales calificándolos de «affiches» («Era como servirle enchiladas a un señor acostumbrado a comer su pato podrido en el restaurante Maxim´s de Paris«) y mil historias y anécdotas más de una vida apasionante que interesará a cualquier aficionado a las memorias bien escritas, a las artes o a la historia mexicana contemporánea. Lo leí de una sentada.

  • Nota: Parece ser que se publicó por primera vez en 1973, pero la edición que encontré en una librería de segunda mano es de 2007 (DGE Ediciones, colección «Equilibrista») e incluye un excelente perfil biográfico de Víctor Jiménez.autobiografía
  • Nota 2: Para los vagos que prefieran la versión corta de su autobiografía, O´Gorman escribió la siguiente «calavera«:

Juan O’Gorman arquitecto,

un artista muy sutil,

con voluntad de albañil,

fue pintor de fino esmero 

y poeta tilichero.

No hizo casas de cajón

para acumular dinero.

Por andar de ´namorado

dándoselas de glotón

se volvió vegetariano

y esquelético marciano.

Al infierno fue directo,

hoy reposa en el panteón

con hambre de tiburón.

El patio de mi casa

el-patio-de-mi-casa

Por fin he tenido ocasión de ver en la cineteca de la Ciudad de México el documental «El patio de mi casa» que mencionaba en el post de hace unas semanas dedicado al arquitecto Óscar Hagerman. La película es un conmovedor homenaje de Carlos Hagerman a sus dos padres -Óscar y Doris- en el momento en que afrontan la vejez -y la cercanía de la muerte-; que relata el amor de una pareja que lo ha compartido todo (sus proyectos arquitectónicos estaban ligados a las actividades en favor de la educación de los más desfavorecidos a los que ella dedicó todas sus energías).

Además de filmar las obras de Óscar -y muy especialmente esa casa patio familiar de Valle del Bravo invadida por la maleza que resume su actitud vital y proyectual- , y de acercarse al emocionante magisterio de Doris Ruiz Galindo en las comunidades indígenas más pobres del sur del país y al del propio Hagerman en sus clases de diseño de mobiliario, el documental es un viaje a sus pasados que nos descubre los orígenes acomodados de ambos -con sus veleros, sus vacaciones europeas y sus películas de super-8, con breves escalas en la casa coruñesa de la familia materna de Hagerman, los veranos de su infancia de Suecia- y con una breve pero significativa visita a ese ayuntamiento proyectado por Alvar Aalto en Säynätsalo que Hagerman reconoce como su mayor influencia y el patrón que -por la naturalidad con la que crea lugares en los que «se está bien»- le muestra las limitaciones de sus propias obras.

Creo que es un acierto que el director no cuente la obra y milagros de este arquitecto descalzo  -e ignore trabajos que me llamaron la atención en la monografía de Arquine y de los que me gustaría saber más- y se centre en una pareja que construyó un inspirador proyecto común ya que así, en lugar de orientarse a un minúsculo nicho académico, consigue mostrar un conmovedor ejemplo de unas vidas gobernadas por el amor (de pareja, paterno-filial, al prójimo, al trabajo, a las cosas sencillas) que tiene un alcance universal. (más…)

Precisión

escalímetro

A quien pueda pensar que la insistencia en la precisión de formas y dimensiones es una suerte de manía y que esos errores no son percibidos por quienes han de usar la obra, hay que responderle, como hice una vez hace ya tiempo, que la diferencia entre una nariz larga y una corta es de milímetros.”

Eladio Dieste- “La conciencia de la forma”

¿Cuál es el módulo de esta oficina? No supe qué responder porque realmente no lo sabía. Uno de mis ayudantes le respondió diciendo: Quizás un milímetro o menos.”

 Alvar Aalto. Discurso ante el RIBA, 1957

El no se qué

lenguaje de patrones Se tiende a pensar que el vocabulario de la arquitectura está compuesto por elementos (columna, cornisa, dintel…) o formas (ojival, apaisado…) o que tiene que ver con los estilos (dórico, manierista, art-decó…). Y aunque todos esos vocablos forman indudablemente parte del mundo del arte y la construcción, pienso que -si conseguimos prescindir de la visión estilística e histórica que todo lo impregna- el verdadero lenguaje de la arquitectura se compone más bien de ciertas relaciones entre elementos que se encuentran en infinitas formas y variaciones y en diferentes épocas y culturas.

Christopher Alexander – quien consideraba que celebrar la vida y disfrutar de esos momentos en que nos sentimos más vivos es la finalidad de nuestro breve paso por la tierra y construir un entorno que no sólo posibilite sino que potencie la aparición de tales momentos debería ser la finalidad de la arquitectura- ha dedicado su vida a identificar y explicar este conjunto de relaciones (a los que llamó “patrones”) que permiten que surja lo que el llamó “la cualidad sin nombre” -eso que “las palabras no logran designar porque es más precisa que cualquier palabra” pero a lo que aluden términos como “viviente”, “integral”, “cómodo”, “intemporal”, “suelto y fluido” o “carente de yo”- que comparten las  mejores arquitecturas. Lo llamó “el modo intemporal de construir”, el que la humanidad ha utilizado inconscientemente, sin necesidad de arquitectos, desde la noche de los tiempos hasta que en algún momento olvidó como hacerlo. Lo planteó en “El Modo Intemporal de Construir”, donde expone los principios generales e instrucciones de uso, y lo desarrolló en “Un Lenguaje de Patrones”, donde detalla los patrones propiamente dichos.

Su gran aportación fue conseguir identificar muchas de esas relaciones entre elementos (patterns) que nos hacen sentir vivos para que podamos utilizarlos al intervenir en nuestro entorno. Esos “patrones”, con nombres como “lugar ventana”, “transición en la entrada”, “tejado protector”, “luz en dos lados de cada habitación”, “habitación exterior”, “lugar al sol”, “gabinetes”, “variedad de alturas de techo” o “lugar columna”, me parecen que se acercan mucho a la esencia de la arquitectura tal como la experimentamos las personas. Alexander identificó 253 de ellos y los explicó uno a uno mediante una combinación de texto, dibujos e inolvidables fotografías (y hasta los clasificó por importancia con estrellitas). Una vez los conoces, los encuentras por todas partes en arquitecturas de cualquier época. Miras (y ves) la arquitectura de otra manera. Es un sistema abierto- cada persona puede encontrar otros- que se centra en identificar las situaciones en que nos sentimos mejor y se abstiene de prescribir formas concretas.

Pese a cierto tufillo new-age en la prosa de  “El modo intemporal de construir”, a que la aplicación que el propio Alexander hace de sus teorías de lugar a obras tan arcaizantes como el café Linz o el campus Eishin (cuando creo percibir la escurridiza cualidad sin nombre en obras de Aalto, Barragán, Rudofsky o Scharoun), y a considerar que los arquitectos sí podemos (y debemos) ayudar a mejorar nuestro hábitat, me parece que nadie se acercó tanto como él a la identificación de los verdaderos componentes de la arquitectura –sus “palabras”- que algún día -cuando veíamos la realidad directamente- nos resultaron evidentes pero que hoy necesitamos redescubrir eliminando los miedos, imágenes y filtros mentales que han conseguido separarnos de ellos.

Dicen que sólo conocemos aquello que podemos nombrar pero, paradójicamente, Alexander se aproximó al  lenguaje profundo de la arquitectura persiguiendo lo innombrable -esa  “cualidad sin nombre” a la que también San Juan de la Cruz y Fisac se referían como “el no se qué”.

Nota: Por alguna razón inexplicable (según Díez del Corral -su máximo apologeta nacional- porque su edición reduciría drásticamente las ventas de los demás libros de arquitectura de su catálogo) las obras de  Alexander están descatalogadas por Gustavo Gili desde hace años. Estaría muy bien que alguien se animase a re-editarlas porque están más vigentes que nunca. Lo mismo pude decirse de las de Bernard Rudofsky que, a excepción de «Arquitectura sin arquitectos» y «Los constructores prodigiosos», ni siquiera se publicaron en su día. No es casual que Alexander ilustrase algunos de sus patrones con imágenes de Rudofsky.

Nota 2: La ilustración de este texto es de Nikos Salingaros

Problemas

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Neue National Gallery

 

«Nunca pueden resolverse todos los problemas…. Por cierto, es una característica del siglo XX, que los arquitectos sean altamente selectivos en determinar que problemas quieren resolver. Mies, por ejemplo, hace edificios magníficos solo porque ignora muchos aspectos de los mismos. Si resolviera más problemas, sus edificios serían menos potentes.» 

Paul Rudolph (Perspecta No 7 .1952)

“…cada estilo real de arquitectura es capaz de expresar ciertas funciones a la perfección. Sólo mediante la pérdida de la integridad perfecta puede un estilo lograr dar la expresión más adecuada a todas las funciones”.

Henry Russell Hitchcock (Modern Achitecture. Romanticism and Reintegration. 1929)

 

Si, como Russell Hitchcock, entendemos un edificio sobre todo como una obra de arte, valoraremos en él su capacidad de expresar un estilo determinado -sea este colectivo y compartido con artistas afines o sea individual- y nos parecerá “mejor” cuanto más pura sea la expresión de esa estética. Cualquier compromiso con la realidad compromete esa pureza y diluye la integridad de la obra.

El ejemplo de Mies es paradigmático en ese sentido ya que no hacía concesión alguna en su personal investigación formal y espacial hasta el punto de, por ejemplo, enterrar la mayor parte de su museo berlinés para conseguir que el único volumen visible fuese un perfecto templo moderno de vidrio. Y, efectivamente, la estrategia parece que funciona ya que algunas de sus creaciones tienen tal fuerza estética que nos siguen pareciendo la expresión más pura e intemporal de cierta modernidad precisamente por ser, más que edificios en los que vivir, obras de arte que condensan y fijan una nueva estética.

Generalmente, ni siquiera nos queda la belleza como consuelo, y manos menos dotadas -obsesionadas por el problema de cómo construir un icono- nos inflingen adefesios inhabitables que no expresan más que la firma de su autor y sus promotores; o se centran en el problema de cómo maximizar beneficios mediante la implacable matemática de la especulación y devastan la ciudad y el territorio con desolados barrios instantáneos.

Pero si, en cambio, consideramos que un edificio es sobre todo el intento de resolver un variadísimo número de problemas –espaciales, económicos, funcionales, energéticos, estructurales o contextuales- no podemos aceptar que se prescinda de ninguno de ellos porque puedan comprometer la expresión de determinada voluntad artística, y nos parecerá “mejor” cuanto más armónicamente reconcilie todos esos requerimientos aparentemente contradictorios:

“Trátese de una ciudad o de un barrio, de un edificio o de una red de transporte, de una pintura, una escultura o un objeto de uso diario, existe sólo una condición indispensable para que el valor que alcance sea considerado cultura. Hay aún más condiciones, pero empecemos por ésta: en todos los casos, los contrastes deben resolverse de manera simultánea y aglutinante”

Alvar Aalto (“Arte y Técnica”, 1955)