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La música afro-cubana vuelve a casa

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Una de las primeras entradas de este blog, estaba dedicada al gran John Storm Roberts, el hombre responsable de inocularme el interés por la gloriosa música africana de mediados del siglo pasado. El texto acababa con una nota en la que pedía ayuda para conseguir la inencotrable cinta “Afro-cuban comes home” (1986) en la que -comentando selectos ejemplos musicales- Roberts explica la influencia decisiva de la música cubana o el soul en el nacimiento y la evolución de la música congoleña moderna, un gran ejemplo de eso a lo que en otra entrada me referí como «trasiego trasatlántico».

Pues bien, tras años de búsqueda, mis plegarias han sido atendidas y el usuario “seawall” del foro islandmix colgó la cara A de la cinta, y, al ponerme en contacto con él tuvo la amabilidad de compartir también la cara B.

Como a estas alturas es absolutamente inencontrable más que en alguna biblioteca académica y en el fondo es poco más que un programa de radio de hace casi treinta años, no creo inflingir ninguna ley compartiendo aquí la lección del maestro Roberts. Aunque sólo fuese por la inmortal “Merengue Fa Fa”, que no he encontrado en ningún otro lugar, ya merecería la pena la escucha. Pero hay bastante más:

http://grooveshark.com/#!/playlist/Afro+cuban+Comes+Home/94751519

John Storm Roberts, un pirata bueno

Había piratas malos, como Patapalo, que comía pulpo crudo y bebía agua de mar, y piratas buenos, como John Storm Roberts, que odiaba la cocina de fusión y, en vez de oro o piedras preciosas, robaba canciones.

Su botín provenía de compatriotas al servicio de su majestad, pioneros en el registro de la cultura popular, como Hugh Tracey, del que sustrajo, entre muchas otras perlas, “Chemirocha”, la oda de unas obnubiladas adolescentes kipsigis de Kenya al gran Jimmie Rodgers, el vaquero tuberculoso que cantaba el blues con un inolvidable yodel tirolés.

O del hit parade local, del que afanaba pepitas con las que traficar más tarde, como las inmarcesibles “Malaika” y “Pole Musa” o la tronchante versión de “La Bamba” que distrajo mientras trabajaba de incógnito como reportero del East African Standard  en Nairobi, en plena beatlemanía.

O, como buen caballero de fortuna, conseguía que patrones como Nonesuch Records le financiasen campañas de pillaje en las islas caribeñas en las que se encargaba personalmente de recoger la música callejera de La Española o de Jamaica.

Detestaba el “tandoori con ketchup” (fusiones tipo “Flamenco + Mali”) pero no era un purista adorador del folclore ni un apóstol de la autenticidad. Le interesaba tanto entender por qué en Hawaii se cantan plenas portorriqueñas (¡el “Que mala suerte la mia” que aquí conocemos por los Amaya!) como el último hibrido surgido de interpretar la tradición musical somalí con organillos casio baratos.

Consideraba que la música, incluida esa que llaman “culta”, es siempre mezcla de influencias externas con tradiciones existentes, como lo demuestra la “Marcha turca” de Mozart, y que quejarse, por ejemplo, de la “occidentalización” de la música africana pero no de su “arabización” porque sucedió hace siglos en lugar de décadas reflejaba una visión histórica muy limitada.

Sus sesudos ensayos (“Black Music of Two worlds”, “The Latin Tinge”, “Latin Jazz. The First of Fusions”) le convirtieron en una referencia en los círculos de iniciados, pero su estética se transmite con mucha mayor fuerza a través de las recopilaciones que publicó desde su sello Original Music. La selección y las agudas notas permitían familiarizarse con la música de los diferentes lugares (“The Kampala Sound”, “The Sound of Kinshasa”, “The Sound of Tanzania”, “Songs the Swahili Sing”…), algo harto difícil ya que, como aclaró en una entrevista, “la música NO es el lenguaje universal: “….intenta poner un disco chino en una emisora country de Nashville y verás qué pasa”.

Que culturas musicales lejanas en el tiempo o en el espacio dejen de sonar extrañas requiere ciertamente un esfuerzo, pero con guías como JSR (o Allen Lowe, del que espero hablar otro día), puede llegar a convertirse en un adicitivo placer.

Murió el año pasado, a los 73 años, pobre y enfermo, porque, como relata en las tristes palabras con que presentó la reedición en CD del seminal “Africa Dances”, ignoró la regla de oro de Agatha Christie: “nunca seas el primero”. Fue el primero en hacer una recopilación de Taarab, el primero en recuperar las fusiones del highlife ghanés y nigeriano con el rock’n’roll y el funk….y siguió ese “camino directo a la bancarrota que consiste en poner a disposición de la gente semejante variedad de música genuina”.

Era un pirata que no pagaba a los músicos que recopilaba (como Harry Smith con su “Anthology of American Folk Music” o Alan Lomax, por poner precedentes ilustres), pero no ganó dinero con ello y, en cambio, consiguió inocular el amor por estas músicas (“other people´s music”), y crear para ellas un modesto mercado, en el que otros sellos sí pueden vender discos a una escala razonable, rastrear el paradero de los artistas para pagarles royalties, y a veces incluso resucitar las carreras de figuras olvidadas.

Nota 1:

Los Lps y cds originales (de “original music”, porque eran piratas, de ahí el título de este homenaje) son ya difíciles de encontrar pero la blogosfera permite acceder a buena parte de su catálogo. Recomiendo empezar por “Africa Dances” y “Mbuki Mvuki”, los más variados del lote, y proceder a partir de ahí. Y como es de bien nacidos ser agradecidos, es obligado reconocer que fue el gran Robert Christgau el que me puso sobre la pista de Roberts.

Nota 2:

Los entrecomillados no acreditados son extractos de la entrevista para “Perfect Sound Forever” de Febrero de 1997

Nota 3:

Llevo años detrás de una conferencia de JSR editada en cassette  (y en algún sitio he leído que también en cd) llamada «Afro-Cuban comes home» sobre la relación entre la música caribeña y la africana. Si alguien tiene una copia, agradecería eternamente que se pusiese en contacto conmigo.