Paseando por esta ciudad recuerdo a veces aquel tebeo en el que el tendido del cable de telégrafo de una costa a otra de EE.UU. servía de fondo a una de las aventuras del “hombre-que-dispara-más-rápido-que-su-propia-sombra”, y en el que los indios llamaban así al mágico hilo que permitía comunicarse a distancia.
Aquí, los cables aéreos son tan abundantes que ya sólo los veo cuando su zumbona “canción” delata su presencia.
moito aprendimos con este e con outros… Bico, mi cuate!
En Quito a esos hilos les llaman tallarines. Me encanta.
¡Qué bueno!…y que alegría verte por aquí de nuevo.