
En mi última visita a los talleres de Diego Rivera y Frida Kahlo en San Ángel, me impactó el contraste entre lo que ves por fuera –un manifiesto de la modernidad racionalista más optimista y radical– y la luz y textura primitivas de este espacio.


En mi última visita a los talleres de Diego Rivera y Frida Kahlo en San Ángel, me impactó el contraste entre lo que ves por fuera –un manifiesto de la modernidad racionalista más optimista y radical– y la luz y textura primitivas de este espacio.


Aquellos jardines colgantes eran algo que jamás había visto.
Lo que más me llamaba la atención al ir a clase en los primeros cursos de la carrera era la sede de Banca Catalana que me miraba desde la acera de enfrente de la avenida Diagonal.
Me acordé a veces de él – sobre todo cuando triunfaron “fachadas verdes” mucho más artificiosas hace unos años-, pero hasta ayer no había buscado más información sobre este proyecto adelantado a su tiempo. No sé por qué esperé tanto.
Este magnífico artículo de David Hernández Falagán además de explicar detalles técnicos (el riego hidropónico, la construcción de las jardineras) o chuscos (la participación de la Ferrusola en la empresa de jardines que lo ejecutó), hace una micro-genealogía de las fachadas verdes que -en mi ignorancia- me ha parecido sumamente esclarecedora. Veámosla.
– 605 A.C: Jardines colgantes de Babilonia,
– 1909: la revista Life publicó una viñeta de A.B. Walker en la que aparecían un dibujo profético.
– 1931: Proyecto de Le Corbusier para Fort LÉmpereur (Argel)
– 1981: Empiezan a proliferar las propuestas : “Highrise of Homes” de SITE, Ciudad jardín vegetal de Frei Otto en Askanischer Platz, el ambientalismo de Friedensreich Hundertwasser o los primeros jardines verticales de Patrick Blanc.
En general, las visiones utópicas son metabolizadas por el sistema y convertidas años después en un producto de consumo, pero en este caso, parece que el proceso se invierte y el edificio corporativo de Fargas y Tous (1974-1980) se adelanta con una solución impecable técnicamente a las fantasías ecológicas que -décadas más tarde- han pasado a formar parte del arsenal publicitario de tantos desarrollos inmobiliarios.

Podía haber elegido la vista más maravillosa de su imperio y ordenar la construcción de un palacio proyectado para enmarcarla, pero el hombre más poderoso de la tierra sólo pidió para su lecho de muerte una vista del altar de una iglesia.
No una vista a través de una hermosa ventana estratégicamente colocada sino a través de una estrecha tronera que perfora el muro de la iglesia en una diagonal que obligaba a colocar su cama contra el rincón opuesto de la habitación.
No una vista franca, frontal, sino una vista oblicua, en escorzo.
No una vista permanente sino una vista precaria que cualquier leve movimiento de la cabeza sobre la almohada haría desparecer.
¿Una vista zen?
Nota:
Imagen de “La arquitectura monacal en occidente” de Wolfgang Braunfels

Al pasear ayer por el estupendo complejo Laguna, me llamó la atención la pequeña construcción que ocupa parte del patio central, atada a uno de los edificios por una precaria viga de hormigón y en el que se ha habilitado un pequeño bar. Al verlo, pensé que muchos arquitectos -buscando la claridad y orden que consideran la esencia de su trabajo- lo habrían demolido para lograr un patio más regular, flexible y abierto. El resultado habría sido más fotogénico (especialmente bien ajardinado) pero el espacio se percibiría de un sólo vistazo, perdiéndose la experiencia de ir descubriendo poco a poco los rincones. Y, aún más importante, se perdería un nivel de escala.
Lo primero que ves ya no es un complejo industrial, sino esta minúscula casita, que logra reducir la presencia imponente de los antiguos talleres textiles al no verse enteros y pasar a un segundo plano, dotando al patio de una escala sorprendentemente doméstica.

Esta sensación me recordó inmediatamente la casa del escultor en la entrada al parque de Santo Domingo de Bonaval de Álvaro Siza e Isabel Aguirre en la que los arquitectos decidieron conservar la humilde construcción, tratándola con el mismo respeto que las preexistencias con valor histórico-artístico que te vas encontrando al ascender por la secuencia de plataformas y rampas que salvan el desnivel hasta el acceso al camposanto.
Esta sabia decisión altera totalmente la percepción de la escala monumental de la intervención paisajística e invita a descubrir un espacio fragmentado que se ha vuelto más rico, humano y misterioso.


No tengo nada en contra del “brutalismo” mientras no me obliguen a habitarlo por largos períodos de tiempo y, sobre todo, mientras no venga acompañado de moralina y buenos sentimientos.
Si optas por esta arquitectura masiva y cruda y haces algo que te satisface a tí como profesional, a tu cliente como usuario, a las publicaciones digitales de diseño, y a la fila de curiosos que valoran su carácter “instagramable” y lo usan como fondo en sus “selfies”, me congratulo sinceramente de tu éxito profesional al lograr vivir de tu talento haciendo lo que te place.
Sólo pido que por favor no justifiques el capricho diciendo que es una “reinterpretación contemporánea del concepto de lo vernáculo”, ni que consideres eso compatible con la búsqueda de un edificio “cuya presencia física explique las dimensiones, la distribución y el surrealismo de una estructura que provoca complejidad” (sea lo que sea que eso significa).
¿Qué hay de contemporáneo en algo que reproduce el espíritu y las formas de ejemplos de hace más de 50 años como la Casa Sperimentale de Giuseppe Perugini o la Casa Van Wassenhove de Julian Lampens?
¿Es contemporáneo ignorar el impacto ambiental de estas arquitecturas de hormigón?
¿Hay algo más alejado de lo vernáculo que una escultura habitable refractaria al cambio y el crecimiento?
¿No es la esencia de lo vernáculo lograr lo máximo con el mínimo consumo de material?
¿No es el “surrealismo” y la complejidad que podemos encontrar en ciertos edificios vernáculos algo que está más en nuestra mirada que en las intenciones de quienes los construyeron?

Muestra de devoción popular a la Santa Muerte. En tecnicolor, se aceptan limosnas.

Leo en el diario de Mallorca una interesante nota sobre “el triunfo de la arquitectura sostenible de Mallorca” en la Bienal de Venecia.
Imágenes de fachadas de marés, muros de adobe, acabados terrosos, carpinterías de madera, texturas rugosas que sólo pueden lograrse artesanalmente, que, en conjunto, evocan un paraíso perdido previo a la irrupción del desarrollismo, el turismo de masas, y la barbarie urbanística.
Es el mismo imaginario del mediterráneo ocre rural (bien diferente del de cubos blancos que fascinó a las primeras vanguardias) que encontramos en los preciosos desarrollos de vivienda pública llevados a cabo por el IBAVI en los últimos años (que hasta merecieron un número monográfico de la revista El Croquis).
Este empeño en nadar contracorriente y luchar por una arquitectura más cálida, más sensual, en la que es visible el rastro de las manos que la pusieron en pie, me parece admirable y los proyectos y obras que ha producido esta corriente son en general sumamente atractivos. Te imaginas llevando en ellas una vida hedonista en armonía con el entorno, disfrutando del pan, el vino y el aceite de oliva.
Pero, visto desde México, donde los muros de adobe ya sólo se usan en mansiones de millonarios y áreas sociales de clubs de golf, y dónde una variante de esa estética (la exaltación del chukum) es la que guía el diseño de los resorts y desarrollos más exclusivos de la Rivera Maya o Los Cabos, no puedo evitar pensar que también estas admirables obras mallorquinas, por mucho que evoquen la humilde vida rural de antaño, sólo se las puede permitir gente adinerada (o la administración pública).
Por eso, me chirría el discurso sostenible y social que las acompaña y justifica. ¿Es sostenible lo que no es generalizable y sólo pueden pagar los más favorecidos? En esta época de emergencia social por la falta de vivienda, ¿debe la administración priorizar una arquitectura que -pese a su aspecto humilde- es costosa y elitista?

Cuando un edificio notable desaparece, en el mejor de los casos quedan algunas fotografías, bocetos y planos para recordar a las generaciones futuras lo que se perdió. Rara vez es factible -o buena idea- reconstruirlo.
La mítica casa-cueva de O’Gorman es más una excrecencia del terreno volcánico que una casa. Es evidente que se proyectó no sobre el papel, sino sobre el terreno. No hay ningún ángulo recto, ninguna arista vertical, ningún hueco estándar, ningún módulo. Sólo intuición.
Por eso es un pequeño milagro que alguien lograse una aproximación verosímil – una restitución geométrica- a esa construcción, a esa “escultectura margivagante” a partir de los escasos croquis de planta, fotografías y dibujos.
Aunque en este caso sólo sea una preciosa maqueta policromada.
Nota:
La maqueta es obra del taller arquitecto Javier Senosiain a partir de la información gráfica recopilada en la tesis de Iván Arellano.

Entre los comentarios en la publicación en la revista digital Dezeen a la propuesta ganadora de la remodelación de British Museum, uno me llamó poderosamente la atención:
Harrison Fjord: – Maldición. Este insípido enfoque “racionalismo suizo + materialidad + arcos” se ha convertido en una especie de kistch elitista. Buen gusto para aquellos que carecen de él.
Creo que el Indiana nórdico pone el dedo en la llaga al identificar y etiquetar esta nueva -y muy conservadora- estética que amalgama cierto regusto posmoderno (en la mezcla de elementos dispares: composiciones axiales clásicas con arcos arcaizantes) con una materialidad “sensible” y rugosa que todo lo unifica -y que tal vez tenga algo que ver con la exaltación de la rebaba que detectamos años ha-.
Estaremos atentos a su evolución.

En terrenos con fuerte pendiente suelen aplicarse dos estrategias de diseño:
Esta segunda estrategia es la más habitual y los ejemplos son infinitos, desde la arquitectura tradicional hasta nuestros días, pero nunca había encontrado un caso en el que el escalonado fuese tan empinado que prácticamente se convierte en una escalera o grada habitable.
En general se intenta que los cambios de nivel se perciban lo menos posible -ya que se consideran una desventaja frente a una casa de una planta- pero esta cabaña australiana -construida íntegramente en madera- opta por explotar al máximo el potencial expresivo de la sucesión de niveles, creando un espacio inédito, que casi parece más apto para acoger una representación, un concierto o una ceremonia religiosa que el día a día de una vida mundana.
No me gustaría sentarme en los taburetes del comedor de espaldas al desnivel, ni verme forzado de por vida a mirar obsesivamente en una única dirección, ni tener que bajar tres tramos de escaleras y subir uno para ir por la noche al baño, ni sabría dónde poner una pantalla para ver una película por la noche o cómo sentarme para tener una conversación de otra manera que sobre la alfombra o arrimado al fuego.
Pero hay algo fascinante en este espacio intransigente que parece pensado para algún asceta feliz de contemplar el paso de las estaciones por el (único) gran ventanal, o para alguien con buenas piernas que disfrute tocando el violonchelo o recitando poesía para sus amigos. O para una congregación que se reúna en ella para celebrar sus cultos paganos e invocar a los seres primigenios que habitan las profundidades del lago.