«No sentía que los escenarios de mi infancia interfiriesen con el presente sino lo contrario: Había regresado a mi infancia y era el presente el que interfería. (…) Aquello era lo que añoraba, cuando los árboles eran árboles y no «árboles», coches no «coches», Papá era Papá y no «Papá»»
Tuve que pasar un reguero de vomitonas y eyaculaciones precoces y llegar casi hasta el final del cuarto volumen de «Mi Lucha»- cuando Knausgard rememora la escritura de sus primeros cuentos- para entender que, al examinar tan minuciosamente la realidad, persigue exactamente lo mismo que aquel hombre que lloraba para limpiar su mirada y volver a ver campo donde ya sólo veía «paisaje»: recuperar la inocencia y la capacidad de asombro ante el mundo que le rodea.