El lavado de cara de la línea 1 del metro de la Ciudad de México consiste en revestir sus paredes con paneles metálicos verticales blancos rematados con una estrecha franja horizontal rosa del mismo material en la que figuran los nombres y pictogramas de las estaciones.
Cuando el metro arranca o se aproxima a la estación, como la alineación de los paneles no es perfecta, toda la franja rosa se convierte en una informe vibración luminosa que sigue el movimiento del tren y-al fundirse el blanco de las letras con los brillos de la onda de reflejos de las luminarias- dificulta enormemente la lectura de los nombres de las paradas; y contradice la imagen pulida y afilada que probablemente perseguían sus diseñadores.
Y cuando espero en el andén y siento que el tacto frío y la sonoridad hueca del material anulan el impulso natural de apoyarme contra un paramento al que ya sólo espera un futuro de abolladuras y ralladuras, añoro la digna pátina de los cascados azulejitos rojos de la estación de Sevilla que antes hacían su misma función.