La vieja fortaleza se encuentra ahora ligada a tierra firme por un desangelado continuo de instalaciones portuarias -en el que se suceden silos, aduanas, depósitos, sórdidos canales, esqueletos de hormigón abandonados, grúas-puente y colosales pilas de contenedores- hasta que accedes al recinto y la fuerza de la arquitectura militar y el poder evocador de las texturas de los aparejos de fábrica y de las bóvedas de cañón con sus estalactitas salinas, y la increíble riqueza cromática de los desconchados muros que algún día fueron blancos y ocres consiguen que, por un momento, olvides el entorno y la isla vuelva a emerger solitaria frente a la costa jarocha.



En esos lugares que han quedado inservibles y se abandonan surge una belleza que otras arquitecturas no pueden ofrecer. La obsolescencia también aporta estética al mundo.
Sí. Es lo que imagino que quería decir Robyn Hitchcok con el título de su disco «Groovy Decay»