En esta secuela de «El gran salto» en la que por momentos parecemos vivir, Norville Barnes ha dejado atrás Hudsucker Industries y tras graduarse como arquitecto continúa recurriendo a discos, frisbees, hoola hoops y donuts para resolver cualquier tipo de proyecto -desde un «Centro de Tecnificación de Actividades Físico-Deportivas y de Ocio» en Cáceres, hasta la flamante nueva sede de Apple en Covertino, pasando por una extravagante «vivienda-del-millón-de-euros» en Matarraña– ignorando que las virtudes del círculo (legibilidad, rotundidad y capacidad de asumir una escala territorial) rara vez compensan que su propia naturaleza de forma cerrada le impida crecer y cambiar con naturalidad.
Me viene a la memoria aquello que Arquímedes le dijo al soldado que lo mató (lo cito en su traducción latina): noli turbare círculos meos!, «¡no me estropees mis círculos!».
Igual se le podría decir algo así al circular colega del que hablas.
Muy bueno. Desde luego, «No me toques los redondeles» sería un excelente epitafio para el protagonista de esta comedia.