Las montañas de residuos de las fábricas de ladrillo Stewartby en Bedfordshire muestran la belleza oculta en un vertedero industrial que evoca paisajes lunares, caprichos geológicos turcos o intervenciones de land-art.
El encuadre elimina cualquier referencia industrial y convierte el vertedero en naturaleza, evitando mostrar el perturbador contraste entre los montículos-senos y el bosque de chimeneas que los explica.
Nota:
La primera imagen me ronda desde que leí hace unos meses “¿De qué tiempo es este lugar?” (1971) de Kevin Lynch . La segunda, la encontré ayer en esta página de la BBC dedicada al patrimonio al rastrear el origen del misterioso paisaje de desechos.
Los antiguos romanos troceaban las ánforas que llevaban por barco el aceite hasta el puerto de Ostia, mayoritariamente procedentes de la Bética y las apilaban meticulosamente en capas. Con ellas se acabó construyendo una colina artificial, hoy cubierta de verde, que se llama Testaccio y que está formada por los restos de unos veinticinco millones de ánforas. Nihil novum sub sole pues: el industrioso Homo ¿sapiens? se viene dedicando desde antiguo a modificar la naturaleza y el paisaje, ¿no crees?
Sería bonito ver una radiografía de esa montaña de ánforas perfectamente apiladas. El ser humano modifica su entorno (y apila residuos) desde siempre pero, para mi, la forma y escala de este vertedero lo hacen singular.
El Testaccio es un clásico de la arqueología romana y existen centenares de páginas e imágenes en la red sobre este curioso monte. Entre otros muchos, arqueólogos del CSIC, colegas y amigos míos, hicieron excavaciones en el hace años, pero no estoy muy al día sobre el asunto.