La pequeña muestra “100 años de Diseño Suizo” en el MAM de Ciudad de México –que reduce a la mínima expresión la magna exposición de Zurich de hace unos años- consigue transmitir, pese a su modestia, los valores que identificamos con el diseño suizo. La limpieza, la claridad, las formas y colores elementales rigen la producción industrial del país desde el diseño gráfico a la tipografía (helvética) pasando por los curiosos bloques de vidrio en forma de lágrima del siglo XIX, los cubos de sopa Maggi, el reloj de la compañía ferroviaria nacional, las tumbonas de Zumthor para el balneario de Valls, los taburetes de Max Bill, la imagen corporativa de Swiss Air, el pasaporte nacional, unas hermosas botas de esquí de los años 60 que perfectamente pudieron inspirar las populares “pilotas” de Camper, los bolsos y mochilas de lona de Freitag o las inevitables navajas. Me gustó ver entre los objetos expuestos un reloj Lexxon como el que le regalé a Begoña hace unos años, un mantel que hemos comprado –y regalado varias veces- como producto oaxaqueño moderno pero que parece tener una inexplicada conexión helvética, y un inolvidable disc-man de los años 20.
La estética que se presenta no es intrínsecamente suiza, ya que comparte con cierto diseño centro-europeo de raíces puritanas el amor por la depuración formal y la poética de la industria -desde la Bauhaus hasta los míticos productos de Dieter Rams para Braun- pero la homogeneidad y la coherencia de valores que transmite la exposición se ajustan a las ideas preconcebidas que tenemos sobre el país (y, por cierto, su arquitectura). Todo es limpio, claro, impecable, ordenado y serio.
Una hermosa exposición que me plantea una inquietante pregunta. ¿Es posible pasar un siglo sin la menor disidencia ni disonancia?