Autor: iago lópez

Planta embotelladora Bacardi

….y justo al lado del pequeño edificio de oficinas de Mies se encuentra la nave embotelladora proyectada por Félix Candela.

El guía de Bacardi tenía aprendido un discurso basado en el contraste entre la arquitectura “matemática” y “racional” de Mies y la “orgánica” de Candela.

Pero como comentó indignado un nieto de Candela que nos acompañaba en la visita: “hay muchas más matemáticas en las estructuras de Candela que en la caja de zapatos miesiana”.

¿Te apetece tocar una columna de Mies?

¿No te emociona? me preguntó mi acompañante -un gran apasionado de Mies que trabaja actualmente en la recopilación de sus escritos-.

Me admira la perfección de sus proporciones, la claridad del concepto, la limpieza de la construcción, su atemporalidad.

Me maravilla que los originales sigan teniendo ese no-se-qué que los distingue de los miles de copias baratas o descafeinadas que inundaron el planeta durante décadas -incluido el lamentable edificio que construyeron imitando su lenguaje a escasos 30 metros-.

Pero reconozco que, como me pasa también con tantos edificios neoclásicos, me cuesta emocionarme con obras tan cerebrales, que sólo apelan al intelecto, al mundo de las ideas, a lo absoluto, y en las que no hay concesión alguna a la sensualidad, la rugosidad o la imperfección. A lo humano.

Una cabaña contemporánea

A veces, como propuestas para la crisis mundial de vivienda; y otras, como medio para que los promotores maximicen sus beneficios, vemos con frecuencia publicaciones sobre “tiny houses” “micro-flats” “cabañas” “suites” y demás productos inmobiliarios que se caracterizan por contar con superficies muy reducidas.

Estas propuestas suelen sacrificar aspectos de lo que se considera una buena vivienda tradicional y las bondades de su diseño dependen sobre todo de qué aspectos se mantienen a capa y espada y a cuáles se renuncia.

Hace algunos años traje al blog un ejemplo especialmente emocionante de vivienda urbana en Tokyo (de sólo 19 m2 pero gran potencia arquitectónica) y hoy quiero compartir esta pequeña cabaña checa proyectada y construida por el estudio BYRO en la que encuentro algunas virtudes poco frecuentes:

  • Integra con inteligencia el espacio exterior con ese vallado que se funde con la fachada.
  • Es sumamente económica. La construyeron 2 personas en tres meses con acabados de contrachapado de madera y pavimentos de hormigón pulido.
  • No renuncia a “lujos” propios de viviendas de mayor tamaño.
  • Hay transición en la entrada.
  • No se entra directamente a la estancia
  • Hay un buen vestíbulo con espacio de almacenamiento.
  • El baño no abre directamente a la estancia y tiene iluminación y ventilación natural.
  • La cama no es abatible. Es una alcoba que se puede ocultar con una sencilla cortina.
  • Hay un segundo espacio para dormir para una visita ocasionalo.
  • Hay una sección sugerente con una cubierta curva y un altura considerable en los puntos más altos
  • Hay luz en dos lados de la estancia.
  • Tiene un «lugar ventana«.
  • No renuncia a una arquitectura con personalidad. Un color llamativo, un perfil singular, un equilibrio entre la evocación de la arquitectura vernácula y lo radicalmente contemporáneo.
  • Es a la vez arcaica y moderna.

Todo ello en 35 m2.

Probablemente sería más atractiva con acabados más cálidos (y más caros) pero, por otro lado, tal vez su gran valor sea confirmarnos que el presupuesto no es lo más determinante para lograr una arquitectura de calidad y evocadora.

Mister Jelly Roll

Tras años buscando un ejemplar a un precio razonable, por fin tengo en mis manos las célebres grabaciones de Alan Lomax para la Biblioteca del Congreso de 1938 en las que dejó que durante un mes Jelly Roll Morton se explayase combinando música, autobiografía y fanfarronería al autoproclamarse nada más y nada menos que “el hombre que inventó el jazz”.

Además de varias horas de música e historias, de este encuentro entre dos legendarias figuras de la música del pasado siglo, salió un libro “Mister Jelly Roll: The Fortunes of Jelly Roll Morton, New Orleans Creole and Inventor of Jazz” que -según el prólogo- es la primera historia oral jamás escrita. Lomax viaja a Nueva Orleans y entrevista a todos los personajes vivos que Jelly Roll mencionó en sus encuentros para completar con sus testimonios la apasionante biografía de este personaje que algunos consideran un fantasma petulante y otros -como Lomax-  uno de los más importantes pioneros de esta música.

Por sus páginas desfilan aquella pequeña burguesía criolla que miraba por encima del hombro -como él hizo toda su vida- a sus vecinos más pobres de sangre exclusivamente negra, se evoca la época anterior a las leyes de segregación en la que Nueva Orleans floreció, los cabarets y prostíbulos, los diferentes barrios y fronteras de clase y raciales, el nacimiento de Storyville, los músicos legendarios como Buddy Bolden que nunca llegaron a grabar, los propietarios de discográficas poco honestos, la gran migración a Chicago en busca de tolerancia y oportunidades, sus alucinantes colecciones de trajes y zapatos (que harían la envidia de Imelda Marcos), los diamantes incrustados en sus dientes, sus andanzas como tahúr de cartas y estafador de billar, sus éxitos y su triste etapa final -regentando un bar de mala muerte en Washington DC- en el que contaba sus pasadas glorias a quien quisiera escucharle, sus grandes amores (Mabel y Anita), sus puyas al supuesto inventor del blues (W.C. Handy) y su extraña mezcla de fervor católico con vudú que su pareja está convencida fue la causa de su muerte. Primero le llegó la enfermedad con el siniestro hombre de las Indias Orientales que -pagado por un antiguo socio- lo atormentaba y enfermaba sembrando de extraños polvos su casa y, más tarde, la muerte a las pocas semanas de la de su abuela. Todos los hechiceros deben vender al diablo a su ser más querido y lo arrastran al más allá cuando les llega su hora.

Mito, leyenda, los albores de la música moderna, personajes inolvidables. ¿Qué más se puede pedir?

¿Y la música? Pues regado con abundante whisky barato y crecido ante su última gran oportunidad de reivindicarse, Jelly Roll lo dio todo y hasta se animó a cantar. Hay blues, homenajes al ragtime de Scott Joplin, canciones guarras (los dirty dozens, su Winin Boy Blues), reducciones para piano de algunas de sus más célebres composiciones para banda y, aunque el sonido no es todo lo bueno que sería deseable, me encanta ir picoteando entre los 8 discos o ponerlos en el walkman para dormirme arrullado por las evocadoras historias y sonidos del dulce Jelly Roll.

El proceso como fetiche

Algunos arquitectos piensan que su objetivo es construir el mejor edificio posible y que los dibujos y maquetas que elaboran para depurar soluciones espaciales o constructivas son únicamente una herramienta.

Otros consideran que estos modelos gráficos o espaciales son un producto en sí mismo -de igual o mayor importancia que el edificio final- y que la documentación de sus procesos creativos es una parte fundamental de su trabajo.

La exposición de Thom Mayne/Morphosis en el Museo Franz Mayer es un ejemplo perfecto de esta segunda actitud. La manera de presentar las secuencias de maquetas de trabajo, ordenadas y numeradas en cajas con tapas de vidrio evocan las cajas de artistas como Joseph Cornell, los modelos urbanos parecen representar futuros distópicos, los planos se superponen con fotomontajes pop y se numeran como creaciones artísticas seriadas para su venta. Algunos dibujos son realmente hermosos y recuerdan el trabajo de visionarios como Lebbeus Woods.

Pero no hay ni una sola imagen de edificios terminados que explique cómo las ensoñaciones gráficas devienen pesadillas construidas.