La fiebre de Urbicanda

La fiebre de Urbicanda

El urbatecto Robick -miembro del consejo que gobierna Urbicanda-  deja parcialmente apoyado sobre un libro que hay en su escritorio un pequeño cubo vacío encontrado en una excavación, y se va a dormir. A la mañana siguiente, el cubo se ha incrustado en la mesa, ha aumentado ligeramente de tamaño y las aristas que lo conforman han empezado a alargarse más allá de sus vértices. A partir de ahí, comienza un proceso imparable de crecimiento y multiplicación en el que el cubo original se transforma en una malla tridimensional que coloniza primero la habitación, luego el apartamento, la calle,  la ciudad, y el territorio que hay más allá de los límites urbanos, formando una mega-estructura espacial de escala planetaria. La interacción de los ciudadanos con este cáncer geométrico pasa por fases de asombro, adoración y terror y -si  mal no recuerdo- termina con el urbatecto contemplando de lejos la malla y la ciudad y lamentando que su descuido inicial al dejar el cubo inclinado convirtiese en una pesadilla lo que bien planificado podría haber solucionado todos los problemas de la ciudad.

Lo leí hace más de veinte años pero todavía lo considero uno de lo más impactantes relatos de la peligrosa fe de tantos arquitectos en la capacidad de las geometrías rígidas para mejorar las vidas de las personas.

Nota:

Este fantástico cómic de 1985 es el segundo volumen de la serie «Las Ciudades Oscuras» de Benoît Peeters y François Schuiten, de las que también disfruté «La Chica Inclinada» y «El Archivista«. Agradezco a Gonzalo, que me lo regaló, haberme puesto en la pista de estos singulares creadores.

Me acordé de él este fin de semana al tropezarme en una librería con «Megaestructuras» de Reyner Banham.

6 comentarios en “La fiebre de Urbicanda

  1. Boísimos comics, mui de arquitectos, Iago! Estes autores teñen unha chea de obras totalmente recomendabeis.

  2. ¡Vaya, Dosaraomar! Acabo de ver en tu gravatar que eres Gonzalo en persona. No hace falta que seas tan discreto, hombre. E insisto, gracias por descubrírmelos.

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