
“Lo siento por ti” fue la respuesta de Enrique Norten cuando la periodista Denise Dresser le comentó que era la orgullosa habitante de una casa de Manuel Parra. Este comentario ilustra a la perfección una actitud persistente de desprecio por la obra de un arquitecto que ignoró todas las modas que pasaron ante él (desde el Movimiento Moderno hasta el Deconstructivismo) y que se dedicó exclusivamente a construir casas a su gusto y el de sus clientes.
Que si románticas, que si neocoloniales, que si de inspiración vernácula, la realidad es que sus casas son imposibles de datar y muy difíciles de catalogar. A simple vista pueden parecer muy antiguas ya que tanto los materiales de los que están hechas -barandales, vigas o columnas recuperados de las grandes casonas que se destruyeron masivamente a mediados del siglo pasado en la colonia Roma- como el repertorio formal -porches, arcos, cubiertas de teja, grandes chimeneas- son propios de la arquitectura culta y popular tradicional. De hecho, sus construcciones se funden armónicamente con las casas históricas de San Ángel o Coyoacán.
Pero si miras con atención, y eres capaz de ver más allá de lo material, empiezas a encontrar extrañas yuxtaposiciones de elementos, detalles casi surrealistas (esas recurrentes garrafas-ventana que habría apreciado Jujol o esa puerta tan estrecha que obliga casi a entrar “de canto” en su casa de Guanajuato), bromas (esa simpática peineta a las casas taller de Frida y Diego), “casas de una sola habitación” con doble altura y altillo que en lo espacial son totalmente modernas, plantas increíblemente orgánicas -sin un solo ángulo recto- que habrían hecho las delicias de Hans Scharoun (o de Elías Torres), baños pensados como espacios comunales que habrían entusiasmado a Bernard Rudofsky (a quien, por cierto, conoció) o lugares-ventana y transiciones-en-la-entrada que habrían deleitado al difunto Christopher Alexander.
En realidad, disfrazado de arquitecto tradicional, hay un gran artista del collage, un maestro del arte de vivir y un virtuoso de la arquitectura orgánica. Un arquitecto superdotado capaz de lograr eso tan difícil: que sus construcciones parezcan haber estado siempre allí (y que sus clientes las amen tanto que sus cuidados las harán sobrevivir a la obra de aquellos que durante décadas se han mofado de él).
Notas:
Dado que era alérgico al postureo y el autobombo, apenas hay dos publicaciones sobre su obra (ambas póstumas): un ejemplar monográfico de la revista «Artes de México» (n° 89) que contiene excelentes textos, y el libro homenaje «El otro arquitecto del siglo XX» en el que además de maravillosas fotografías, aparecen las alucinantes plantas de varias de sus casas.





El ejemplar libro que le ha dedicado Arquine -una de las monografías de arquitectos más inspiradoras que me he encontrado- muestra que la realización personal y profesional puede encontrarse lejos de los focos mediáticos, en la felicidad que proporciona mejorar la vida de los más desfavorecidos y que algunos de los diseños y construcciones más atemporales surgen precisamente cuando se trabaja con modestia, ajeno a cualquier pretensión de trascendencia, y aprendiendo del saber acumulado en el lento perfeccionamiento de tantos objetos y edificios anónimos.
Pero si realmente me viese en ese brete, seguramente elegiría el “Manual del arquitecto descalzo” de 








