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Keely Smith (1928-2017)

Despedimos hoy a Keely Smith que –acompañando a Louis Prima y acompañada por el salvaje saxofonista Sam Butera- creó ese efervescente popurrí de tarantella, r&b desbocado, jazz de Nueva Orleáns y comedia que contribuyó al nacimiento del rock and roll (antes de inaugurar la también muy roquera tradición de declinar en Las Vegas).

Aunque tras divorciarse de Louis, se convirtió en una reputada cantante “seria” (jazz, estándares y cosas así) que tal vez debería investigar, son sus inolvidables payasadas (Buona sera, Zooma Zooma, That Old Black Magic…) las que hicieron historia y todavía hoy pueden alegrarte el día.

Descanse en paz.

Fats Domino (1928-2017)

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Ahora que estoy leyendo el “Real Life Rock” de Greil Marcus -en el que buena parte de los micro-textos se refieren a cómo algunas canciones cambian de significado al escucharlas en una película, una banda sonora o en el supermercado- me ha venido a la cabeza la escena de “12 Monos” en la que Bruce Willis sube a un taxi y la canción que suena para evocar el mundo perdido en el apocalipsis que relegó a la humanidad a una vida subterránea es la inmortal versión de “Blueberry Hill” de Antoine «Fats» Domino.  Un tema apropiado para despedir a este gigante de la música popular (en todos los sentidos, él mismo se llamaba “The Fat Man” en su primer single) que a veces es minusvalorado porque –además de ser gordo y bonachón- representaba más la continuidad con la música de su Nueva Orleáns natal que la ruptura que tanto valoran los historiadores. Descanse en paz.

Creo/No creo

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No creo en el “cuánto peor, mejor”. Ni en el “sálvese quien pueda”. Ni en las banderas. Ni en que el estado sea una emanación del territorio y no un acuerdo entre ciudadanos.

Creo en la supresión de las fronteras. Creo en la solidaridad entre las zonas -y las personas- privilegiadas y las desfavorecidas. Creo en la redistribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades. Creo en el estado de bienestar. Y creo que muchos de los problemas del mundo vienen del hecho de no considerar a los demás como iguales. Creo en el proyecto europeo y alguna vez he fantaseado con la disparatada idea de que su ampliación paulatina –a medida que nuevos territorios asumen sus valores fundacionales- acabase por convertirlo en ese gobierno mundial que tanto necesitamos.

Grant Hart (1961-2017)

 

huskerA los 16 años pasé una temporda en un minúsculo pueblecito del norte de Wisconsin estudiando el último curso de bachillerato. Era el único extranjero en centenares de millas a la redonda, un adolescente acneico aislado con una familia de acogida disfuncional entre hermosísimos lagos helados e interminables bosques de arces. La música me salvó.

El pelo todavía húmedo se congelaba mientras esperaba el autobús escolar, en el que la larga ronda por carreteras solitarias de nombres tan poéticos como Blue Moon Drive, era amenizada desde el asiento de atrás por los chicos malos del instituto con un radio-cassette desde el que atronaban los clásicos punk de siempre –Clash, Pistols, Kennedys y compañía- junto a decenas de bandas entonces desconocidas para mí pero que me abrieron un nuevo universo musical. Recuerdo que sonaban con frecuencia el “Chronic Town” de REM, el “Stink” de los Replacements, los debuts de Jane`s Addiction y Beastie Boys … y el “Warehouse. Songs and Stories” de Hüsker Dü.

Además de integrarme en las cerradísimas pandillas (de inadaptados) de un instituto de solo 250 alumnos, esa música nueva me mostró que no todo lo bueno había pasado décadas atrás (el rock and roll, la Velvet, el punk). Había música vital que me hablaba de tú a tú, hecha en ese preciso momento por gente de mi edad o poco mayor.

En los años siguientes asistí al triunfo primero subterráneo y luego global de esa música independiente. Compré cantidades inconfesables de discos, leí religiosamente el Ruta 66, vi a Pavement en su primera gira en el KGB, a Sonic Youth y Beck en Le Zenith, y a Nirvana en Montjuic.  Seguí rastros musicales que me llevaron a tiempos y lugares lejanos.

Uno de esos rastros empezó en aquel autobús amarillo con aquella cinta de Hüsker Dü.

Gracias, Grant Hart.

Nota:

Aquí y aquí pueden leer dos buenos obituarios:

 

 

 

Lo original y lo familiar

 

MLTW
Charles Moore, Richard Whitaker, Donlyn Lyndon y William Turnbull en el Sea Ranch.

«(…) los estudios de arquitectura y urbanismo del siglo XX han puesto un énfasis desproporcionado en lo original, lo único. En cambio, nosotros creemos en el diseño de lo familiar y lo sorprendente, donde lo familiar es el protagonista y la función fundamental de lo sorprendente es devolverle la frescura a lo familiar. Los lugares más satisfactorios que conocemos no son zoológicos arquitectónicos sino lugares (…) donde amplias zonas de consenso humano destacan el más sutil matiz de singularidad como una muestra individual de cariño (…) y establecen un fondo urbano contra el que las manifestaciones de vitalidad y cordial atrevimiento pueden fijarse en la memoria pública.»

Charles W. Moore- Epílogo de “Body, Memory and Architecture” (Yale University Press, 1977)

5 años

5 VELAS

Hoy hace cinco años que empecé este blog. En este tiempo mi vida ha dado muchos tumbos pero he intentado encontrar algún momento cada semana para escribir sobre la perfección, las ventanas, la «sencillez«, el orden y otros temas recurrentes;  o sobre croquetas, tarros-vaso, la magia del 15 , los ojos y otras excusas para explorar las mismas obsesiones desde otro ángulo.

Agradezco como siempre a los que leen y siguen el blog su interés, sus comentarios y su paciencia con las digresiones -me consta que a algunos les interesa la parte arquitectónica pero abominan de la musical (y viceversa)-. Gracias a todos por animarme a continuar.

El cine Ópera

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Durante un paseo por la colonia San Rafael descubrimos el desvencijado Cine Ópera (1949) que en su día fue uno de los más importantes de la ciudad y acabó convertido en sala de conciertos de grupos «siniestros» hasta que cerró en 1998 tras una actuación de Bauhaus. La fachada decó -presidida por las dos figuras femeninas que portan las máscaras de la comedia y la tragedia- continúa siendo imponente en su decadencia pero, aunque ha habido algunas iniciativas para intentar devolverle el esplendor –como la de Michael Nyman, el ilustre vecino de la colonia Roma-, su deterioro continúa.

 

Equivalencias

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«¡Peña! ¡Mancera! ¡La misma chingadera!» repetían los manifestantes ante la CFE evocando irremediablemente aquel lejano «¡PSOE! ¡PP! ¡A mesma merda é!«.

Nota: Peña es el Presidente de la República Enrique Peña Nieto (PRI). Mancera es el jefe de gobierno de la Ciudad de México Miguel Ángel Mancera (PRD). La CFE es la Comisión Federal de Electricidad

Los yonquis del agua

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El agua del grifo no es potable. Acercarse al OXXO, el 7-eleven o el «abarrotes» más cercano para volver cargados con  garrafas de cinco o seis litros, subir los tres tramos de escaleras que nos separan de la calle y vivir pendientes de la campana que marca la hora de bajar los bidones vacíos son actividades que hemos incorporado con naturalidad a nuestras rutinas semanales y no plantean mayores problemas. Hasta el día que te olvidas.

Anoche volvimos a casa de una boda en Xochimilco y nos acostamos temprano tras terminar con el escaso cuarto de litro que quedaba en la botella de la nevera. A las tres de la mañana me desperté con una sed de una intensidad que no recordaba haber experimentado antes. Abrí la puerta del refrigerador y recordé con horror que no quedaba ni una mísera gota de agua que echarse al gaznate. Había cervezas -poco apetecibles tras la importante ingesta de alcohol del día anterior- y una tónicas que también recordaban demasiado a los gin-tonics de hacía unas horas.

Desesperado, abrí el congelador y empecé a masticar cubitos de hielo. Pero los dientes me dolían por el frío y tras el tercer cubito volví a acostarme esperando dormir unas horas hasta que amaneciera y bajar entonces a reponer existencias. Era inútil. No podía pensar en otra cosa que grifos, vasos, botellas y garrafas. Y no era el único.

Nos envalentonamos y decidimos bajar a la tienda de conveniencia más cercana con la esperanza de que estuviese abierta. Nos vestimos por encima de los pijamas y nos pusimos en camino. Al acercarnos a Juan Escutia vimos una luz que confirmaba nuestras esperanzas. Podríamos calmar nuestra sed.

Entramos corriendo, nos abalanzamos sobre las neveras y agarramos una garrafa bien fresquita de Epura y otra de Ciel, pagamos; y, nada más salir, nos detuvimos entre la puerta y el cubo de basura, abrimos con avidez el precinto y bebimos como nunca habíamos bebido, en larguísimos tragos que sólo interrumpíamos para poder respirar, hasta que por fin pudimos empezar a pensar en algo que no fuese nuestra propia sed.

Nos sentimos yonquis del agua.