Gracias a la amabilidad de Scalisto, he podido ver «Heart of a dog» de Laurie Anderson este fin de semana. No voy a re-escribir la reseña de la banda sonora porque, en esencia, la película es el disco ilustrado. Pero la omnipresente lluvia, los vídeos de seguridad reproducidos hacia atrás, los maltratados super-ochos de la infancia de la artista, las actuaciones benéficas de Lolabelle, los cielos azules e infinitos o invernales y recortados por las siluetas de los árboles, las imágenes quemadas de Lou en la playa o los hermosos dibujos de Laurie imaginando a Lolabelle en sus 49 días en el Bardo complementan a la perfección los monólogos y consiguen que, por una vez, el clásico lema de los vagos «casi mejor me espero a que salga la peli» tenga todo el sentido.
Tras un par de escuchas apresuradas en las que me pareció que había demasiado budismo y poca chicha musical, había relegado «Heart of a dog» (2015) -el último disco de Laurie Anderson- a los más oscuros rincones de mi ipod. Afortunadamente, tuve hace unos días el impulso de darle otra oportunidad y, desde entonces, es la banda sonora de mis desplazamientos diarios al trabajo y la magia de sus palabras me absorbe hasta el punto de convertir el libro que antes amenizaba el viaje en un peso muerto bajo el sobaco.
Aunque es la banda sonora de una película que no he tenido ocasión de ver, las historias entrelazadas tienen tanta fuerza que no necesitan más que la maravillosa dicción de Anderson para llegar al oyente (su inglés cristalino me ha parecido uno de los más hermosos que he escuchado desde que me cautivó con el inmortal «Big Science»). Hasta la música es poco más que una amalgama de sutiles efectos sonoros que ilustran los relatos pero muy rara vez se acercan a la estructura de una canción.
Cuatro muertes entreveran los recuerdos y pensamientos de la artista: la de su madre -a la que admiraba pero no quería-, la de su adorada terrier Lolabelle -a la que enseñó a tocar música, esculpir y pintar cuando se quedó ciega-, la de su gran amigo Gordon Matta Clark – del que, de pasada, explica el desconocido origen biográfico de sus famosas casas cortadas– y, aunque no se lo mencione más que con algún ocasional «nosotros», la de su querido esposo Lou Reed, que contribuye póstumamente una hermosa canción («Turning time around«) que pasaba desapercibida en «Ecstasy» pero parece expresamente compuesta para cerrar este hermoso ciclo de historias y reflexiones alrededor del amor y la pérdida.
Sobre este fondo triste pero afrontado con entereza, naturalidad y una absoluta falta de pretensiones, aparecen anécdotas sólo aparentemente triviales, momentos reveladores de la vida de la artista -ese accidente que casi la deja paralítica en su infancia, el episodio del hundimiento en un lago helado del carro en el que llevaba a sus dos hermanos gemelos-, citas literarias (Foster Wallace y su «toda historia de amor es una historia de fantasmas«), filosóficas (Kirkegaard y su «la vida sólo se entiende hacia atrás , pero sólo se puede vivir hacia adelante«) y aquellas enseñanzas de su maestro budista que inicialmente me habían echado para atrás pero que ahora considero una parte importante de la obra.
Más que un gran disco, una meditación profunda y vitalista sobre el amor y la muerte. Estoy deseando ver la película.
La ciudad por la noche son esas luces que anuncian poco recomendables antros o forman un bello perfil luminoso que nos indica el camino a casa.
«Bright Lights, Big City«- Jimmy Reed (1961)
El bluesman más relajado de todos sufre porque las luces de la ciudad «se subieron a la cabeza de su chica» e intenta advertirle de que la llevarán a la perdición. Es también muy recomendable la desgañitada versión de un bisoño Van Morrison con los nunca suficientemente reivindicados Them.
«Harbor Lights«- Elvis Presley (1954)
En este pequeño clásico de los años 30 -lo primero que grabó Elvis nada más pisar los estudios Sun de Memphis- las luces del puerto que una vez anunciaron el reencuentro con la amada marcan ahora la separación definitiva.
«City Lights«- Ray Price (1958)
Hermoso tema country -cortesía del gran Ray Price- que asocia llas luces con los antros a los que acude la gente con el corazón roto.
«Dallas»- The Flatlanders (1972)
¿Has visto alguna vez Dallas desde la ventanilla de un DC-9 por la noche?
«City Lights» – Lou Reed «(1979)
Una oda a Chaplin rescatada de un disco menor de Lou Reed («The Bells») al que llevo enganchado una buena temporada (sobre todo a la inolvidable «All through the night» co-compuesta con Don Cherry) .
«New York Skyline» – Garland Jeffreys (1977)
El único músico tan perdidamente enamorado de Nueva York como su amigo Lou Reed compuso esta hermosa canción a mayor gloria de la silueta nocturna de su ciudad.
«Downtown Lights»- The Blue Nile (1989)
La canción más memorable de su disco «Hats».
«Big City» – Spacemen 3 (1991)
«Gran ciudad, luces brillantes, gente «cool», todos mis conocidos están allí» (una inversión total de la canción de Jimmy Reed). Spacemen 3 ya no eran a estas alturas un grupo más que en el nombre y hasta se habían repartido las caras del lp para no tener que verse las suyas. Aún así, crearon un gran disco («Recurring») que se abre con este clásico (que hasta los Simpson utilizaron en uno de sus episodios psicodélicos)
Gracias a las elogiosas críticas de Ignacio Juliá en Ruta 66 compré hace ya dos décadas sus dos discos «Duets» y «Trios» en los que su contrabajo acompañaba a alguno de sus músicos favoritos y desde entonces atesoro su espectacular colaboración con Stephane Grapelli en «Over the Rainbow» y, sobre todo, su dueto con un Lou Reed en excepcional forma en el clásico «One for my baby (and one more for the road)». Descanse en paz.
Nota: Tuve la suerte de verlo en el año 1989 en el Vicente Calderón acompañando de nuevo a Lou Reed en la gira de «New York» (también toca en ese genial disco)
Millones de canciones contienen alusiones a personajes reales o de ficción pero pocas basan su fuerza poética precisamente en que la acumulación de referencias acabe evocando un lugar, un tiempo o un estado de ánimo determinado. Aquí va una pequeña selección.
“Wang Dang Doodle” – Koko Taylor (1965)
Este clásico compuesto por el gran Willie Dixon cuenta con infinidad de versiones desde que Howlin’ Wolf la grabara por primera vez en 1960. Mi favorita es ésta de Koko Taylor. Mike Rowe (el autor del genial libro “Chicago Breakdown” sobre el blues de esa ciudad) afirma que la canción deriva de “The Bull Daggers Ball” una antigua canción lésbica. Lo que parece claro es que la canción es una llamada a Automatic Slim, Razor Totin’ Jim, Butcher Knife Totin’ Nanny, Fast Talking Fanny, Cooda-Crawling Ray, Abyssinia Ned, Old Pistol Pete, Fats, Washboard Sam, Shaking Box Car Joe, Peggy, Colin Die para que se unan a una orgía.
“Desolation Row”- Bob Dylan (1965)
Dylan tiene muchas canciones con muchos personajes (“Highway 61” sería otro buen ejemplo) pero ninguna con un repertorio semejante a esta epopeya de 11 minutos que asegura haber compuesto en un taxi: The Blind Comissioner, The Tight-Rope Walker, Cinderella, Bette Davis, Romeo, Caín y Abel, el jorobado de Notre Dame, el buen samaritano, Ophelia, Noé, Einstein, Robin Hood, Dr. Filth, el fantasma de la ópera, Casanova, Nerón, el Titanic, Ezra Pound, T.S. Eliot, cantantes de Calypso, pescadores y sirenas. (Desgraciadamente no está en YouTube la versión de estudio y aunque este sea el más celebre pirata de Dylan, lo es más por la salvaje sección eléctrica que por el inicial «set» acústico)
“Sweet Soul Music”- Arthur Conley (1967)
El gran éxito de Arthur Conley es una irresisitible celebración del género (un poco como “American Pie” con el rock and roll). Compuesta y producida por Otis Redding a partir de una canción de Sam Cooke (“»Yeah Man»), por ella desfilan Sam & Dave, el propio Otis, James Brown, Wilson Pickett, y Lou Rawls. Do you like good music? Yeah, Yeah, Yeah (Por cierto, ésta fue la canción elegida por Peter Guralnick para titular la biblia del género)
“Qualsevol Nit Pot Sortir el Sol”- Sisa (1975)
La primera canción que escuché en catalán con seis o siete años (ventajas de una infancia entre “progres”) sigue siendo una de mis favoritas. Aquella retahíla de superhéroes y personajes de cuento a los que el cantante iba dando la bienvenida (¿a una fiesta?) se me quedó grabada para siempre desde la primera vez que la escuché: Blancaneus, Pulgarcito, els tres porquets,Snoopy i el seu secretari Emili, Simbad, Ali Baba, Gulliver, Jaimito, Doña Urraca, Carpanta, Barba Azul, Frankenstein, L’Home-Llop, el Compte Dracula, Tarzán, La Mona Chita i Peter Pan, la senyoreta Marieta, els Reis d’Orient, Papa Noël, el pato Donald, Pasqual, la Pepa Maca, Superman, King Kong, Asterix, Taxi-Key, Roberto Alcazar i Pedrin, L’home del Sac, Patufet, Charlot, Obelix, Pinotxo, La Monyos, Ulises, Capitán Trueno, la fada bona, Ventafocs, Tom i Jerry, la bruixa Calixta, Bambi, Moby Dick, l’emperatriu Sissi, Mortadelo i Filemón, Guillem Brown, Guillem Tell, la Caputxeta Vermelleta, el Llop Ferotge, el Caganer, Cocoliso, Popeye. Casa meva es casa vostra (si és que hi ha casa d’algú).
“Part Time Punks”- Television Personalities (1978)
Un cántico tabernario que satiriza el postureo (punks a media jornada) de la escena punk londinense donde la gente sólo baila pogo en el dormitorio cuando su madre no está, no compran singles que les gustan por no ser ediciones limitadas en vinilo rojo o no se lavan los dientes pero luego tienen pasta para ir a ver a los Clash. En la canción, además de personajes (Siouxsie and the Banshees, John Peel, los Lurkers o los Clash) aparecen también canciones (“Read about Seymour”), tiendas (Rough Trade) o lugares (King’s Road). Un pequeño clásico, con un mensaje todavía vigente.
“Halloween Parade”- Lou Reed (1988)
Por el desfile de Helloween de Lou Reed pasan: un hada del centro, algunas reinas sureñas, Greta Garbo, Alfred Hitchcok, un semental jamaicano, cinco cenicientas, travelos encuerados, Crawford Davis, Cary Grant, Hiary, la virgen María, Johnny Rio, Rotten Rita, los Born Again Losers y los Lavender Boozers, un crack team de Washington Heights, los chicos de la Avenida B, las chicas de la Avenida D, Campanilla en elásticos, Peter Pedantic y Brandy Alexander. Una de las inolvidables canciones de su magistral “New York”.
Acabo de darme cuenta de que dos de las canciones que más me gustan de las carreras post Velvet Underground de John Cale y Lou Reed tratan sobre el miedo (y son terroríficas):
«Fear is a man’s best friend«- John Cale (1974)
Un cada vez más insistente y fuerte piano acompaña -de la placidez a la cacofonía- esta paranoica canción de Cale sobre el miedo, la vida y la muerte.
«Waves of Fear» – Lou Reed (1982)
La mejor canción del excelente LP «The Blue Mask» evoca a la perfección los pánicos nocturnos de un politoxicómano sólo en su habitación, ya sin alcohol ni pastillas, viendo extraños bultos por el suelo y sin atreverse siquiera a encender la luz. Alucinante guitarra del ex-Voidoid Robert Quine.
Nota:
Ambas dan para extensas y brillantes interpretaciones en directo. De la de Reed, merece la pena ver cómo la tocó en el desaparecido programa de RTVE «La Edad de Oro» (¿Por qué ya no se hacen programas así?)
Hay muy pocos héroes de la adolescencia que lo sigan siendo cuando hace ya tiempo que peinas canas o has empezado definitivamente a clarear. Y aún son muchos menos aquellos de los que no sólo te sigue apasionando la música que te marcó a esa edad sino con los que has ido creciendo y han acabado por ser una parte fundamental de la banda sonora de tu vida. Mi fascinación por Lou Reed empezó a los 13 años con el “Rock and roll animal” y el «Coney Island Baby» que nos ruló nuestro único tío roquero, y que me llevó a rastrear poco a poco todo el material de la Velvet que pude -desde el disco del plátano en el catálogo de Discoplay hasta las cintas póstumas “V.U” y “Another View” que tanto me acompañaron en mi año de estancia en el Wisonsin más rural-; el “Berlin” y “Transformer” que me grabé de la colección de la madre de un amigo; o el “New York” que nos demostró que a finales de los ochenta Lou seguía siendo tan “cool” como 20 años antes y que nos impresionó tanto que con 15 años cogimos el tren a Madrid para ver su concierto de esa gira en el Calderón (¡como telonero de Simple Minds!). A partir de entonces me lo encontraba por doquier, en las guitarras de los Feelies y Dream Syndicate o en las canciones de los Only Ones. Pero nunca lo tuve más cerca que tras una memorable actuación sobre el escenario del Palau de la Música durante la gira de “Magic&Loss”, cuando le esperé a la salida con unos cuantos pringados más con la esperanza de que nos firmara unos discos. Salió embozado en un abrigo, titubeó un momento, nos miró huidizamente, se metió en una furgo y desapareció en la noche.
“Mis colegas piensan que la gente desprecia a los críticos porque temen nuestro poder. Yo conozco la verdadera razón. La gente desprecia a los críticos porque desprecia la debilidad y la crítica es la forma más débil de escritura. Es el equivalente escrito del “air guitar”, ráfagas de gestos sordos que no contienen más que la memoria de la música”
Dave Hickey define su colección de “ensayos sobre arte y democracia” como “unas memorias sin lágrimas”. Una serie de “canciones de amor para gente que vive en una democracia” escritas por alguien que no tiene reparos en reconocer que ha dedicado el triple de tiempo a ver reposiciones de Perry Mason que a las obras de Mozart y Shakespeare juntas; que habla de arte con el cartero; que cree que si entendemos a Pollock es gracias a Charlie Parker y a Dizzy Gillespie y si entendemos a Warhol es gracias al rock and roll; que espera-como su amigo Ed Ruscha- que una obra de arte le provoque primero sorpresa y luego admiración (Huh? Wow!), y no al revés; que a partir de un viaje con Waylon Jennings y unas cervezas en el CBGB con David Johansen y Lester Bangs es capaz de explicarnos la crucial diferencia entre participantes y espectadores; que ve su ciudad, Las Vegas, no como la tópica capital del simulacro sino como ese sitio real que ofrece a la vista de todos lo que los demás sitios ocultan hipócritamente; que conoció a Chet Baker y a Andy Warhol; a Billy Joe Shavers y a Lou Reed; que es capaz de meterse en el pellejo de Hank Williams; que -como Oscar Wilde- cree que la vida imita al arte (y un martillo pilón a los Ramones); que defiende convincentemente al denostado Norman Rockwell; que ve con claridad el paralelismo entre el culto juvenil al coche (y al tuneado) y el mundo del arte; que explica mejor que Robert Hughes y John Berger juntos la relación entre arte y dinero…
Una apasionada -y apasionante- defensa de que, en democracia, el arte está en nuestras vidas cotidianas, – en los discos, en la tele, en la radio- y de la necesidad de luchar contra el intento de secuestrarlo por parte de los académicos.
Nota:
Debo el hallazgo de este fantástico libro a Robert Christgau –uno de mis críticos de cabecera- que no se caracteriza precisamente por su modestia y, sin embargo, lo recomendó en los comentarios de su blog “Expert Witness” diciendo que Hickey era el único crítico que no tenía ningún problema en reconocer que era mejor que él. Desgraciadamente, su blog , que he seguido a diario durante varios años, acaba de ser eliminado por algún ejecutivo lumbreras de Microsoft/MSN. Lo echaré terriblemente de menos y, francamente, me parecería una vergüenza- por otra parte, muy reveladora de las miserias de la época que nos ha tocado vivir- que uno de los mejores críticos musicales de los Estados Unidos no encuentre alguien interesado en remunerar su trabajo.