En «Mis páginas mejores» la excelente recopilación de sus columnas favoritas que el propio Julio Camba seleccionó en 1956 y que recientemente recuperó la genial editorial «Pepitas de Calabaza«, encontramos reivindicaciones de la sardina, agudas observaciones sobre las particularidades de los diferentes pueblos europeos (y también sobre esos yankis a los que se niega a llamar norte-americanos o estadounidenses), ataques a la República o reflexiones sobre los problemas de los españoles con el ácido úrico (y su influencia sobre nuestra lamentable productividad).
Curiosamente, únicamente recuerdo una página y media dedicada a temas artísticos pero esos cinco párrafos le bastan a este maestro de la concisión para explicar el largo viaje de la pintura rupestre a la crítica y, de paso, al reflexionar sobre la perfección de las pinturas paleolíticas, adelantarse más de 60 años al descubrimiento del «efecto turifel«, que Camba no asocia únicamente a nuestra percepción de los monumentos sino al de toda la realidad:
«– ¿Cómo es posible -se preguntan- que esto se haya hecho en una edad tan bárbara?
Pero yo creo que se ha hecho, precisamente, por lo bárbaro de la edad. Aquellos hombre no tenían academias, no tenían museos, no tenían crítica, no tenían tradición y eso les daba una enorme ventaja. Eran hombres que veían el mundo por primera vez. Colocados frente a un árbol, contemplan un árbol, y nosotros no. Nosotros nos hemos encontrado ante muchos más árboles pintados que reales. La pintura -para no hablar más que de ella- nos ha enseñado a mirar la naturaleza de una manera especial, que pudiéramos llamar artística; es decir, a mirarla como los pintores han querido que la miremos, y el resultado es que uno se coloca hoy ante un peral y no lo ve. Si acaso, ve uno un peral deformado por la cultura. Una sombra, un monstruo de peral.
¡Dichosa la edad paleolítica! Los hombres pasaban entonces hambre y frío, pero vivían en un mundo joven, lleno de sorpresas y de misterio. Desgraciadamente, los paleolitas no sabían que eran tales paleolitas, y desconocían su bienestar. Una estúpida sed de progreso los llevó al neolismo, y a medida que comenzaron a cocer el barro y a cultivar la tierra, decayó su arte maravilloso. El mundo fue secándose, arrugándose, haciéndose viejo y aburrido. Se descubrió el metal, y surgió una nueva civilización. Se inventaron los lentes, y nació la crítica.»
Sobre el arte rupestre (1927)
Buen rescate este de Camba. Yo siempre soñé con imitarle, a ver si un día espabilo y me voy a vivir al Palace hasta el final.
Sí. Da envidia una vida de tanto viaje y buen comer, pero me entristeció leer en la contraportada del libro que no consiguieron encontrar ningún heredero (y que se les invita a contactar con el editor). Supongo que es el precio de ese tipo de vida. Vivir solo y morir solo.
espléndido!
Grazas, Andreia! O mérito é todo de Camba.
O mesmo opinava Susam Sontag no seu ensaio «Contra a interpretaçom»: a obra de arte nom admite interpretaçom, só umha olhada limpa carente de preconceitos.
Tenho ouvido falar muito del pero ainda non o lin. Terei que remedia-lo.